Video: el agua les permitió volver a sus casas en La Madrid, pero lo perdieron todo

La crecida dio tregua al menos por algunas horas y los pobladores alcanzaron a hacer una primera evaluación de los gravísimos destrozos.

06 Abril 2017

Rafael Albornoz nació y se crió en La Madrid. Y recuerda con nitidez la inundación de 1992, uno de los desastres naturales que signó la historia del pueblo. “El agua llegaba hasta aquí”, dice el empleado público de 46 años, mientras señala el marco inferior de una ventana de su casa. “Ahora llegó hasta acá”, agrega, indicando esta vez un punto aún húmedo de la pared, casi un metro arriba del lugar anterior. Está en su dormitorio, donde la cama matrimonial y otros muebles cuelgan de unas vigas del techo, atadas con sogas. La experiencia de las crecidas anteriores lo hizo tomar esas precauciones; de todas maneras, todo se ha mojado: un freezer que todavía está pagando en cuotas, las bolsas de carbón que había acopiado para vender, los materiales de construcción que venía guardando para hacer una pequeña ampliación, los libros de su hija, la ropa de su familia, la moto, el lavarropas... “Mi esposa y mis hijos se quieren ir. Esta ha sido la cuarta inundación que nos toca vivir, y la peor de todas. Pero yo me quiero quedar. ¿Qué más voy a hacer?”, se pregunta.

Aunque las calles de tierra todavía parecen ríos, la crecida les dio tregua ayer a los pobladores de La Madrid, al menos durante algunas horas. Eso les permitió a Albornoz y a sus vecinos acercarse desde el improvisado acampe que levantaron a la vera de la ruta 157 el sábado, cuando todo comenzó a inundarse, y hacer una primera evaluación del desastre. La conclusión generalizada es desoladora. Todos saben que, por lo pronto, no pasarán la noche en sus hogares.



Hombres y mujeres de rostros tristes y desvelados sacan colchones, ropas y muebles empapados a las galerías. Muchos perdieron los animales de cría -gallos, gallinas, chanchos- y sus mascotas. Equipos de rescate de distintas reparticiones y grupos de voluntarios recorren las casas, dando chapuzones a cada paso, repartiendo agua mineral y comida. La escena es caótica. Y el calor y la humedad hacen que los lugareños teman por nuevas lluvias y desbordes.

“Dios dirá”

“¿Cómo vuelvo a empezar? Es un dolor, una impotencia de no saber qué hacer”, afirma Susana Fernández, de 54 años, aguantando las lágrimas. En las rejas de su casa hay decenas de ponchos y trajes de gauchos. Ella es profesora de folclore -y de catequesis- y en su casa guardaba las prendas de sus más de 100 alumnos. Todo se arruinó. “Quizás nosotros que somos empleados públicos podemos volver a comprar las cosas, pero quienes no tienen trabajo ni nada, no sé qué van a hacer. Hay mucha gente humilde aquí, y no sé cómo irá a terminar esto. Todo el mundo está nervioso, y encima se anuncia más lluvia”, relata, afligida por el panorama. Luego añade una frase con la que, quizás, busca darse fuerzas a sí misma: “no nos queda tiempo para llorar; Dios dirá”.

Walter Rodríguez, de 37 años, y su esposa, Delicia Concha, de 36, apenas pueden hablar, culpa de la angustia. A duras penas, le cuentan a LA GACETA que perdieron más de 40 gallos, además de los muebles y la ropa de sus dos hijos. “No sé cómo voy a hacer”, alcanza a decir Rodríguez, y la voz se le corta.

El septuagenario Gervasio Correa alterna lamentos y sonrisas de resignación. “Puse la heladera arriba de la mesada, pero también ha quedado arruinada”, señala, mientras unos vecinos lo ayudan a limpiar y sacar lo que ya no sirve. “No hay que culpar a nadie. Es la naturaleza”, afirma. En el pueblo algunos coinciden con él; otros no. Pero el debate queda en segundo plano. Lo importante, ahora, es volver a casa.

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