Bailar malambo es una pasión y quedó a la vista en el escenario del parque Avellaneda

La Municipalidad de la capital organizó el festival que congregó a destacados exponentes de esta danza. La vestimenta rigurosa y el anhelo de ganar un premio.

ZAPATEANDO. La rutina de baile de los chicos es de dos minutos y medio. la gaceta / fotos de diego aráoz ZAPATEANDO. La rutina de baile de los chicos es de dos minutos y medio. la gaceta / fotos de diego aráoz
07 Mayo 2017
Frente al escenario había 46 filas de sillas de plástico. La ansiedad se les dibujaba en el rostro a los familiares de los bailarines que llegaban al parque Avellaneda. Iban directo a las primeras filas para estar más cerca del espectáculo. A los costados, los vendedores instalaban sus puestos para ofrecer alfajores de maicena, tartas dulces y algodón de azúcar, entre otros productos típicos. Tres perros dormían la siesta, ajenos al bullicio de la música que sonaba en la previa del festival “Tucumán Baila Malambo”, organizado por la Dirección de Juventud de la Municipalidad capitalina.

El público se congregó lo largo de la calle Asunción, entre Mate de Luna y San Martín, donde el municipio dispone los fines de semana de ese espacio para el entretenimiento y los espectáculos gratuitos. Mientras esperaban el inicio del certamen, los bailarines terminaban de cambiarse para quedar “una pinturita” antes de subirse al escenario.

Federico Tomás Leiva Otreras tiene nueve años. “Baila malambo desde que estaba en la panza de su madre”, dijo orgulloso su padre, Juan Carlos Leiva. “Es que yo fui bailarín, la madre de Tomy es profesora de folclore y el profesor de él es el tío y padrino”, agregó, mientras ajustaba el pañuelo al cuello de Tomás.

Para bailar malambo, los participantes se visten como marca la rigurosidad de la danza: botas de cuero, bombacha de gaucho, chaqueta, camisa, pañuelo, sombrero, y rastra (cinturón ancho). Tomás empezó con el pie derecho su carrera. En enero de 2016 ganó en la categoría infantil, en Laborde, donde se realiza el mayor festival del país. “El secreto está en el ensayo para superarse uno mismo”, explicaba Leiva al terminar de alistar a su hijo. La familia Leiva Otreras llegó desde Banda del Río Salí.

El chico estaba concentrado en su rutina. En el escenario, la prueba de baile puede durar un máximo de tres minutos. Sin embargo, los chicos suelen hacer, en promedio, dos minutos y medio.

En la vereda de enfrente, sobre un espacio verde de césped, Daniel Pedraza, de nueve años, preparaba sus botas para hacer un precalentamiento antes de la competencia. A su lado, Daniel Godoy, su profesor, le daba las últimas indicaciones antes de practicar la rutina. “Este festival es algo grandioso porque les sirve a los chicos y a los profesores para mostrar lo que hacemos”, precisó Godoy, llegado con todo el equipo desde San Andrés.

El gran jurado

El festival de malambo fue el primero de este tipo en la capital tucumana. El jurado estuvo integrado por grandes bailarines que fueron reconocidos en Laborde. Fredy Vacas, José Demelchiore y Miguel Díaz se sentaron frente al escenario para juzgar a los competidores.

El Director de Juventud del municipio, Daniel Palacio, supervisaba los detalles antes de abrir oficialmente el festival. El funcionario fue bailarín y conoce el paño, como se dice en la jerga. “En lugar de trofeos hemos decidido entregar de premio indumentaria para bailar y bombos; de manera que puedan seguir creciendo en esta carrera”, detalló.

Palacio integró la academia “El Zafrero” y ahora convenció al intendente, Germán Alfaro, de la necesidad de hacer el festival. “Esto sirve para promover la cultura y generar conciencia de nuestra identidad, porque estudiar y recrear la imagen del gaucho es ofrecer la mano abierta de la patria”, sostuvo.

El festival se abrió antes del atardecer, con el mayor entusiasmo del público que ocupó todas las sillas. Fueron cuatro categorías en las que compitieron (menor, juvenil, mayor y cuarteto). Subieron al escenario un total de 20 solistas y 10 cuartetos, que desplegaron su talento al ritmo del bombo y la guitarra, haciendo tronar las botas en la madera para buscar la mejor calificación del jurado.

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