La designación del nuevo arzobispo de Tucumán

Es la persona que guarda, guía y apacienta el ganado, especialmente el de ovejas. En un sentido religioso, es el que se ocupa de alimentar, confortar, guiar, acompañar y ungir. Es el conductor de los fieles y el que dirige el culto, debe conducir a los creyentes por el buen camino. Siempre es importante que haya, por lo menos, un pastor en la comunidad. “Un líder es como un pastor que permanece detrás del rebaño y permite que los más ágiles vayan por delante, tras lo cual, los demás los siguen sin darse cuenta de que en todo momento están siendo dirigidos desde detrás”, afirmaba el activista y político sudafricano Nelson Mandela.

Desde ayer, Tucumán cuenta con un nuevo arzobispo, Carlos Sánchez, tras la renuncia de Alfredo Zecca por razones de salud. Es el primer tucumano en presidir la jurisdicción, desde que esta fue elevada a arquidiócesis, el 11 de febrero de 1957. Antecedieron al flamante prelado: Zecca (2011-2017), Luis Villalba (1999-2011), Arsenio Casado (1994-1999), Horacio Bozzoli (1983-1993), Blas Victorio Conrero (1968-1982) y Juan Carlos Aramburu (1953-1967).

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Nacido en 1963, a lo largo de casi tres décadas de sacerdocio, Sánchez ha desarrollado una significativa tarea en el campo social. Prosiguió a labor del padre Melitón Chávez, designado en diciembre de 2015 obispo de Añatuya, en la Costanera, uno de los sectores más golpeados por la droga en Tucumán. Fundó el Hogar de Cristo, ubicado en Congreso al 1.000, que acoge a personas en situación de calle que encuentran allí un lugar donde bañarse y dormir. Trabaja además en la Fazenda de la Esperanza, grupo que se ocupa de la recuperación de adictos y dirige la Casa de la Misericordia, destinada a familiares de pacientes de hospitales que no tienen dónde quedarse a dormir. Desde 2011 se ha desempeñado como párroco de la iglesia de La Merced.

Su elección es afín al perfil de sacerdote expresado por el papa Francisco al presidir su primera Misa Crismal de Jueves Santo, el 28 de marzo de 2013: “Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la Misa con cara de haber recibido una buena noticia. El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco -no digo ‘nada’ porque, gracias a Dios, la gente nos roba la unción- se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor”.

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La designación de Sánchez es un acierto por varios motivos. A diferencia de sus antecesores, se formó íntegramente en Tucumán. Es un hombre que conoce en profundidad las necesidades y carencias de su comunidad y trabaja desde hace mucho tiempo con los sectores más desfavorecidos, principalmente con los adictos. Ello le ha permitido desarrollar una sensibilidad social que todo buen pastor debe tener, sobre todo en estos tiempos, donde el individualismo, el consumismo, el materialismo, la frivolidad, la corrupción, la demagogia, la incomunicación, vienen minando sistemáticamente los valores esenciales y la estructura de la sociedad. Tal vez el nuevo arzobispo pueda decir: “Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas y las mías me conocen... también tengo otras que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir...” (Juan 10, 11-16).

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