Positiva experiencia musical en la cárcel

Ya en su origen, el hombre sintió seguramente la necesidad de expresar su vida interior que es justamente la que diferenciaba de sus hermanos mamíferos. Experimento entonces el deseo de alimentar su espíritu e inventó el arte. El dibujo, la pintura, la música, la danza, los ritos que dieron lugar al teatro, se convirtieron en sus manifestaciones primarias. Y con la invención de la escritura nació la literatura, la filosofía. No en vano se sostiene que en cualquier situación de encierro, el arte nos permite salir de este y volar con la imaginación y materializarlo de alguna manera, es decir encontrar la libertad. “Los espejos se emplean para verse la cara; el arte para verse el alma”, decía el escritor irlandés George Bernard Shaw.

El viernes, la música invadió el salón de actos de la cárcel de Villa Urquiza y tuvo por protagonistas a un grupo de presidiarios, cuyos violines desgranaron el espíritu navideños ante sus familiares. El mentor de la iniciativa es el violinista Marcelo Ruiz, director de la orquesta Divino Niño, que en cuatro meses les enseñó a interpretar el instrumento a unos 15 reclusos. El director contó que aceptó la propuesta de un funcionario del penal de enseñarles música a los presos.

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El concierto del viernes despertó el entusiasmo de todos los participantes en la audición que fue exitosa. El responsable del Departamento Producción del penal dijo que la formación de la orquesta de violines se desarrolla en el marco de los talleres de capacitación en cocina, panadería, colchonería, mosaiquería, carpintería, herrería, granja e imprenta, entre otros. Las clases de violín tienen una duración de dos horas y media, los miércoles y viernes; señaló que el objetivo en 2018 es sumar nuevos instrumentos, que el proyecto se amplíe a otras unidades carcelarias (la actual es para jóvenes de 18 a 21 años) y a los penales de Banda del Río Salí (para mujeres) y Concepción.

En diciembre de 2012, se presentó en la cárcel “Alquimia”, una publicación con más de 30 poemas de presos. “‘¿Para qué enseñar poesía?’, ‘déle un machete’, ‘tapien la puerta y quemen lo de adentro’, ‘esa gente no se merece nada, hicieron mucho daño a la sociedad’. Frases que flotan en el ambiente de cada unidad, en la tripa misma de la cárcel, en la calle, en las escuelas, en el grupo de amigos, definiendo esta institución como la peor de todas. Entonces cabe la duda: ¿y por qué no?, ¿por qué no inundar de arte, reamamantar a las personas que allí habitan y permitir que ocurra lo inevitable, la revolución?”, decía el prólogo de “Alquimia”.

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Funcionó en la cárcel de Villa Urquiza un coro que ofreció conciertos incluso fuera del penal, pero dejó de funcionar cuando falleció Gerardo Calderón, su director. Es penoso que el coro no haya seguido adelante cuando tantas satisfacciones les dio a los penados.

Las experiencias con el arte en la cárcel siempre son positivas, lo lamentable que es que no se mantienen en el tiempo y los proyectos quedan truncos. Algo parecido sucede con el funcionamiento de los talleres que tienen a veces períodos de inactividad. Debería diseñarse una política específica sobre las actividades artísticas en las penitenciarías, de manera que estas no dependieran del criterio del funcionario de turno. Sin educación obligatoria y sin constancia, difícilmente se logre la reinserción social de los presos. El arte contribuye al mejoramiento de una persona. Como decía Pablo Picasso, es una mentira que nos acerca a la verdad.

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