Por Lucía Piossek Prebisch - Filósofa
Tucumán no es para mí una provincia más del interior del país y del Noroeste argentino. Su naturaleza, su historia y mucha de su gente de ahora y de antes así lo corroboran.
Una vez, en una entrevista, dije: “soy un producto de Tucumán”. Es que para mí Tucumán es el lugar en el que nací, y en el que hice mis estudios primarios, secundarios y universitarios; y este es uno de los aspectos, precisamente, en el que Tucumán fue a su debido tiempo una excepción. Cursé la primaria en la Escuela Sarmiento, entonces capitaneada por la notable y prematuramente fallecida Clotilde Alfonso Doñate. Era la única institución en el país –junto con la dirigida en Santa Fe por Olga Cossettini- que se guiaba por las ideas entonces revolucionarias sobre escuela activa de Froebel, Pestalozzi y María Montessori. Mi universidad también fue por entonces algo muy curioso: ausencia casi total de infraestructura material –edificio, bibliotecas…- y maestros con excelencia académica. Ya en varios momentos tuve la oportunidad de contar esto: mientras para Europa las guerras significaban un desastre, para la joven Facultad de Filosofía y Letras tucumana implicaron un incalculable beneficio al permitir la actuación de profesores de excepción que debieron abandonar sus países, como Rodolfo Mondolfo, que vino de Italia; el matrimonio Labrousse –Roger y Elizabeth- de Francia; Manuel García Morente de España y, posteriormente, Hernando Balmori y otros más que sería justo mencionar. A esta inmigración universitaria se sumó la presencia altamente calificada de jóvenes profesores egresados de la Universidad de Buenos Aires y de la flamante Universidad de La Plata. Estas dos circunstancias dieron a mi joven Facultad la medida de lo que es la calidad y la excelencia académica.
Tucumán es para mí el lugar donde cuento con muy buenos amigos; donde formé mi hogar, y donde nacieron mis hijos y mis nietos. Y es la tierra sagrada donde descansan ya mis padres y mi marido… Tucumán es también, para mí, más allá de los veranos interminables y agobiantes, la naturaleza magnífica de sus montañas y de sus árboles.