Fernando R. Marengo - Socio-Economista Jefe de Arriazu Macroanalistas
La reducción en la cantidad de pobres anunciada esta semana es una excelente noticia, especialmente para los millones de argentinos que viven en un umbral que, dependiendo del contexto económico van quedando de manera cíclica de un lado y otro de la línea de la pobreza. De acuerdo a las cifras publicadas, durante la segunda mitad de 2017 uno de cada cuatro argentinos no logró un nivel de ingreso suficiente para cubrir una canasta considerada básica cuando un año antes este flagelo afectaba a más del 30% de la población.
Más allá de esta baja, estos niveles de pobreza son el reflejo más claro del fracaso del país como sociedad. A la estadística del 25% de pobres se le pueden adicionar otros indicadores sociales como que el 40% de los niños de 14 años y menos son pobres, o que si bien “solo” el 21,5% de los hogares son considerados pobres porque los ingresos del grupo familiar no alcanzaron los 17.000 pesos por mes de costo de la canasta básica hay otro 70% de los hogares que tienen ingresos mensuales inferiores a 53.000 pesos por mes, o que uno de cada 10 argentinos vive en una villa. Si bien estos datos corresponden a 2017, bien podrían hacer referencia a las últimas décadas.
En los últimos 30 años la población en situación de pobreza en el Gran Buenos Aires -único aglomerado relevado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) desde aquel año- promedió el 30%. Como las cifras de pobreza surgen de una medición por ingreso, en los años de grandes crisis económicas la proporción de personas pobres llegó a ubicarse en torno, o incluso por encima, del 50%. Si excluimos estos años puntuales del cálculo, el ratio se ubicó cerca del 27%. Ahora bien, el gran desafío que tenemos como sociedad es reducir la pobreza estructural.
¿Qué se necesita?
La parte cíclica de la pobreza se baja con crecimiento y menor inflación, pero los niveles seguirían siendo inaceptables. Llevar la pobreza a un dígito, demanda poner en marcha un proceso de desarrollo sustentable, algo que el país no ha logrado hacer en los últimos 100 años. Esa transformación es más que sólo económica, exige contar con factores esenciales como el cumplimiento de la ley, instituciones sólidas y estables, gobernabilidad, políticas de capacitación e inserción, y mejores niveles de educación, entre otros; que se suman a las necesarias políticas económicas consistentes y sustentables.
Desde el punto de vista meramente económico, reducir la pobreza al 10% de la población, demandará duplicar el actual PBI per cápita del país, algo que resultaría inalcanzable si el país mantiene la perfomance de los últimos 55 años. Repetir los resultados de las últimas décadas inevitablemente se reflejará en mayores niveles de pobreza.
Duplicar el PBI per cápita implica crecer durante 20 años a un ritmo promedio del 4,6%por año. Para lograr este objetivo el país debe aumentar sensiblemente el stock de capital y mejorar la productividad de la economía. El incremento del stock de capital que permita sostener el ritmo de crecimiento deseado demanda un nivel de inversión casi 8 puntos porcentuales superior al promedio de los últimos 55 años. A su vez, el financiamiento de esta inversión requiere de un mercado de capitales local que incentive el ahorro doméstico.
Si bien la reducción de la pobreza es un dato auspicioso, el principal desafío que tenemos como sociedad es tomar la decisión y las medidas conducentes que permitan de una vez por todas atacar la pobreza estructural.