Ahorrar energía: qué hacer frente a los incrementos en las facturas

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¿Cómo puede mitigar una familia los efectos de los incrementos tarifarios? Las facturas de los servicios públicos privatizados han sufrido un proceso de actualización que, por estos días, ha causado un fuerte debate no sólo en los ámbitos políticos, sino también en los hogares argentinos. Particularmente, el impacto económico de ese proceso ha llevado a abrir el paraguas a las puertas de un período de creciente consumo energético. Y, frente a ese escenario, se abren dos caminos: el uso racional y eficiente de la energía y la eficiencia energética.

Como define Salvador Gil, licenciado en Física por la Universidad Nacional de Tucumán y doctor en la materia por la Universidad de Washington Seattle, el uso racional de la energía refiere a los comportamientos o prácticas de uso que resultan en un mejor y menor uso de energía. Por ejemplo, apagar las luces y el aire acondicionado o la calefacción al salir de una habitación; regular adecuadamente el termostato de los aires acondicionados y equipos de calefacción; apagar los artefactos que no se usan; etc.

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La eficiencia energética, a su vez, trata sobre la tecnología que se elige para lograr un determinado servicio usando la menor energía posible. Por ejemplo: el uso de lámparas LED en lugar de lámparas incandescentes para iluminarnos, o adquirir un refrigerador o un calefón etiqueta A en eficiencia energética.

¿Qué podemos hacer para mejorar nuestras conductas energéticas? No derrochar. Y tratar de apagar las luces que no se usen. Según el consultor la iluminación representa del 10% al 15% del consumo eléctrico de nuestros hogares. A la hora de elegir una lámpara, tenemos varias alternativas: lámparas LED, fluorescentes compactas (LFC) -conocidas comúnmente como lámparas de bajo consumo- e incandescentes halógenas. Las más eficientes, según el investigador, son las LED, le siguen las LFC -que consumen casi el doble de electricidad para producir la misma iluminación- y, por último, las incandescentes halógenas, que tienen un consumo ocho veces mayor que las LED.

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Para una iluminación equivalente a una lámpara de 60 watts, podemos usar una incandescente halógena, que tiene una duración aproximada de 1500 horas. También podríamos usar una de bajo consumo (LFC) que, para producir la misma iluminación, cuesta casi el doble que la anterior, pero con una duración seis veces mayor. La aparentemente más cara sería la lámpara LED que, para producir la misma iluminación, pero con una duración de entre 15 y 20 veces mayor que las incandescentes.

Pero para comparar los costos, debemos enfatizar en que la lámpara LED dura 15 veces más que una incandescente halógena. “Si reparamos en que la única razón por la que adquirimos una lámpara es porque la vamos a encender, es justo y razonable que incluyamos el costo de la energía en este cálculo. Para hacer las cosas más claras, vamos a calcular el costo de mantener las lámparas iluminando por unas 30.000 horas, que es la vida útil de una LED. Para lograr iluminarnos por esa cantidad de horas, a un costo de la electricidad a razón de 1 $/kWh, el costo de la electricidad por las 30.000 horas sería de $300 con LED, de $420 con LFC y de $1800 con incandescentes halógenas. Incluyendo el costo de las lámparas y la electricidad, iluminar por 30.000 horas con una lámpara LED cuesta unas seis veces menos que con una incandescente y 1,4 veces menos que con una de bajo consumo, explica el consultor de Enargas.

El ahorro también puede darse en el caso del gas natural. Los expertos consideran que hay que tener demasiado celo con lo que denominan el consumo pasivo del fluido. Un ejemplo de ello es mantener prendido las 24 horas el piloto del calefón o la utilización de los termotanques que, se consuma o no agua, periódicamente el quemador se encenderá para mantener caliente al líquido. De allí que la gerente de Relaciones Institucionales de Gasnor, Alicia Heredia, sugiera a los usuarios del servicio ajustar la temperatura del calefón o termotanque al nivel mínimo necesario. Pero, además, no mezclar el agua fría con la caliente, regulando la llama del calefón o termotanque para obtener la temperatura deseada.

Eso es lo que se refiere al uso de los artefactos. Pero, como sucede con la luz, también está en la conducta de los clientes del servicio. Por caso, en promedio, un ciudadano europeo tarda cinco minutos en tomarse un baño, haciendo un uso racional del agua y del gas. En la Argentina puede llegar a duplicarse ese tiempo. Una familia tipo puede llegar a consumir dos metros cúbicos de gas, duchándose a razón de 10 minutos cada uno, con un impacto directo en el valor de la factura del servicio.

Un estudio efectuado por la Universidad Nacional de San Martín, en consonancia con el Enargas, revela que el 34% del consumo de gas residencial es para calentar agua sanitaria.

En la Argentina se consumen unos 56 litros/día por persona. Pero esa cifra puede dispararse si se trata de edificios con servicios centrales de agua caliente: puede llegar a los 100 litros por día y por persona.

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