San Martín reeditó viejas epopeyas para conseguir un épico empate y el pase a la semifinal

Son los caballeros de la angustia. No hay mejor manera para describir lo que se vivió ayer en La Ciudadela, donde San Martín, a través de Juan Galeano, consiguió una igualdad (3-3) frente a Villa Dálmine. De ese modo, por la ventaja deportiva que arrastraba de la fase regular, se convirtió en uno de los semifinalistas del Reducido de la B Nacional.

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Fue un partido plagado de emociones, sobre todo en la parte complementaria. Allí, el equipo que dirige Rubén Darío Forestello sacó a relucir su amor propio para conseguir el objetivo que parecía diluirse a partir de la temprana diferencia que la visita consiguió, primero a través de Pablo Burzio y luego de Marcos Rivadero.

Si el gran interrogante que tenían los hinchas que colmaron La Ciudadela era saber cómo el equipo había asimilado el duro golpe de no haber conseguido el ascenso directo, tras esos verdaderos “mazazos” quedaba en evidencia, en ese tramo de la lucha, que aquella frustración lo había afectado demasiado en lo anímico.

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A eso habría que agregarle que San Martín se encontró con un rival inteligente que supo sacar provecho de cada una de sus falencias. Fue efectivo Villa Dálmine en las pocas situaciones que se le presentaron, justo ante un equipo que le hizo “sombra” al juego por momentos.

En la reanudación del partido, el técnico “Santo” terminó siendo la llave de la recuperación. Franco Costa, que ingresó por Serrano, se sitúo como extremo por la izquierda y de allí comenzó a desequilibrar. Por eso no extrañó que cuando promediaba el complemento el ex jugador de Flandria, en jugada individual, descontara la diferencia. En ese lapso del cotejo creció la tarea de Alejandro Altuna, un volante que tuvo la virtud no sólo de marcar sino de contagiar con su dinámica al resto del equipo.

A partir de esa inyección llamada gol, La Ciudadela se convirtió en un hervidero, tanto en las tribunas como en el campo. Es que el local, al influjo del aliento incesante que bajaba de las gradas, se fue en busca de la paridad, algo que logró minutos después con un cabezazo de su jugador emblema: Claudio Bieler.

Pero quienes pensaban que allí se habían acabado las emociones se equivocaron. Un “blooper” de Ignacio Arce, que salió mal a cortar un centro, permitió que Ramiro López estableciera el 3-2 de la visita.

Cuando parecía que se venía la noche y que San Martín empezaba a despedirse de las posibilidades de seguir con vida en el Reducido, llegó el minuto del milagro. A los 94’, luego de dos salvadas providenciales de la valla defendida por Martín Perafán, Galeano, que no tuvo el rendimiento esperado, clavó un derechazo violento que desató el delirio en una Ciudadela exultante.

La clasificación era un hecho, pero más allá de las emociones al por mayor que se vivieron ayer, queda para el análisis la pobre tarea futbolística de San Martín, que siguió como pudo gracias a su gente, su mejor aliado para no bajar los brazos. Ahora, si San Martín pretende seguir alimentando su deseo de ascenso, tendrá que mejorar considerablemente su juego. Los milagros no se dan en todos los partidos.

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