El misterio de la estatua del parque: vendida o fundida, esa es la cuestión

Casi un siglo vivió Meditación en el 9 de Julio, rodeada de verde, cruzando miradas cómplices con sus hermanas. Hasta que desapareció.

Meditación vio casi un siglo de historia tucumana condenada al silencio, petrificada en su belleza. Se la pasó pensado porque para eso la pensaron y la crearon. Le construyeron un pilarcito, no demasiado importante, con un par de bancos a los costados, suficiente para que sus meditaciones públicas fueran acompañadas por algún enamorado de ocasión. Porque a Meditación le sobraron admiradores, de los confesos y de los pudorosos, hombres y mujeres magnetizados por tanta simpleza y tanto misterio.

Casi un siglo vivió Meditación en el parque 9 de Julio, rodeada de verde, cruzando miradas cómplices con sus hermanas. Llegaron desde Italia cuando en Tucumán los visionarios tenían lugar en la mesa de las decisiones y se permitían soñar, por ejemplo, con un jardín regado de estatuas tan clásicas como la filosofía y la literatura que cultivaban. Meditación, cuerpo de hierro y piel blanquísima, cruzó el océano sin comprender muy bien cuál era su destino, hasta que cayó la venda de sus ojos y se encontró con un paisaje provinciano al que aprendió a llamar hogar.

Los cambios culturales no pasaron inadvertidos para Meditación. De repente el espacio público se alteró y aparecieron conductas que desconocía. Debió acostumbrarse a que la marcha de los tiempos tuviera mucho de distopía. ¿No habrá coqueteado Juan B. Terán con la posibilidad de escribir algunas líneas de ciencia ficción sobre una sociedad apocalíptica que llegara al extremo de robar estatuas?

Los vándalos rondaron una y otra vez a Meditación, abandonada a su suerte desde que el parque se convirtió en tierra de nadie. Desde que al 9 de Julio lo recortaron por todas partes, lo llenaron de cemento, le cercenaron la flora y la fauna y lo llenaron de basura, la vida de las estatuas pende de un hilo. Son, a fin de cuentas, los eslabones más solitarios y desprotegidos de una cadena que se cortó hace rato. Pero Meditación resistía.

Uno de los orgullos tucumanos brilla en el corazón de la ciudad. La abrumadora mayoría de las plazas principales, a lo largo del país, está salpicada por sanmartines y belgranos, casi siempre a caballo. Nuestra capital también los tiene, cada uno en su espacio, ambos en barrio Sur. Pero la Independencia propone un maravilloso salto de calidad artística, cortesía de Lola Mora y de su Libertad. Ese activo de San Miguel de Tucumán debería potenciarse y aprovecharse. Es nuestro David, nuestra Venus de Milo. Libertad mira al cerro desde bien arriba -demasiado alta tal vez, lo que impide apreciarla con más detalle-, pero al menos semejante pedestal la pone a cubierto de los ladrones de estatuas, que ya demostraron su capacidad de acción. Libertad y Meditación, mujeres poderosas, cada una en lo suyo, vienen corriendo distinta suerte.

Preocuparse por una estatua puede sonar exagerado, casi menor, en un contexto tan complejo. Las deudas sociales de Tucumán son abrumadoras; hay hambre y hay crímenes. Volvemos entonces al concepto de cultura como agente de inclusión social, más allá de los valores estéticos y de la jerarquía del espacio público a los que contribuyen Meditación y sus hermanas. Todo eso implica la presencia (y la ausencia) de una estatua. El fugaz o prolongado momento de percibirla nos cambia, nos moviliza. Nos hace, en el mejor de los casos, meditar.

No pudo ser sencillo llevarse a Meditación. El robo debió planearse con cuidado, con medios, con varios brazos para cargarla. El municipio capitalino canta la misma melodía desde el día que asumió Germán Alfaro: los aciertos son nuestros, los errores son ajenos. A la intendencia no le entran balas, la culpa de todos los problemas de la ciudad es de la Provincia, de la SAT, de los empresarios o de quien sea. Eso sí: no puede hablar de “herencia” porque es la misma gestión de Domingo Amaya. Habrá que ver cómo explican este ejercicio de mala praxis. Fácil: le achacarán toda la responsabilidad a la Policía, que hizo su (mala) parte. O a Meditación, por no haberse defendido como corresponde.

¿Dónde estará Meditación? ¿Volveremos a verla? ¿Seguirá por Tucumán o andará por otra geografía? O peor, ¿y si despedazaron su anatomía de hierro? Tan concentrada, tan melancólicamente abstraída, Meditación quedó sumida en la oscuridad del desarraigo. ¿Qué pensará de todo esto?

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