La irrespetuosidad, ¿síndrome de nuestro tiempo?

Con frecuencia se habla de una sociedad que viene perdiendo sus valores esenciales. ¿La falta de respeto se debe a una educación en crisis?

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Mirada esquiva. Desconsiderada. Parpadeo que ignora a los otros. Incapaz de saludar. Por favor. Gracias. Permiso. No figuran en su vocabulario. Mirada que transgrede leyes. Arremete. Atropella. Trata de ladrón, imbécil, estúpido… al que piensa distinto, al que no se somete a sus designios o caprichos. Mirada que no mira de frente. Ataca por la espalda. Descalifica. El rumor. La malicia. La prepotencia. El ninguneo. Son algunas herramientas. No reconoce edades. Ni dignidad ajena. La mentira. La hipocresía. La vana promesa. Son caras del maltrato. ¿Acaso la descortesía flamea su victoria y la amabilidad ha hecho mutis por el foro? Un síndrome de estos tiempos. “Solo por el respeto de sí mismo se logra el respeto de los demás”, decía don Fiodor Dostoievski. Mirada que amerita ser tratada como trata al prójimo.

Miramiento, consideración, expresión de cortesía, veneración, aprecio por una persona. Es la base de las relaciones humanas y uno de los valores fundamentales para la convivencia en la sociedad. El respeto nos permite aceptar al otro con sus creencias o su forma de ser y debe ser recíproco. En los últimos tiempos, se habla con mucha frecuencia de que se ha perdido el respeto, que los jóvenes no respetan a los adultos, que los padres tampoco lo hacen con los maestros, que se ha perdido la consideración con los viejos, que las normas básicas de educación han sido desplazadas por la prepotencia, que no se respeta la ley… ¿Cuáles son las razones de esa “debacle” social y cultural? ¿Es un fenómeno de nuestro tiempo? ¿Tiene remedio? “Siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas”, sostenía el filósofo Jean-Jacques Rousseau, aunque algunos siglos antes, su colega griego Sócrates afirmaba: “los jóvenes hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, devoran su comida, y les faltan el respeto a sus maestros”.

Modelo que segrega

Roberto Reynoso, poeta

Palabras con gestos afables, demostraciones de valoración, consideración, deferencia u otros actos con un sentido de valor social, en la actualidad se debaten entre expresiones de anhelo, resignación nostálgica o fastidio. Es que hoy por hoy, de forma creciente, persiste la sensación que el irrespeto se ha generalizado al punto de un desmadre. Antes -afirman no pocos- el respeto era el límite, la condición para cualquier relación entre las personas y del conjunto social. Sin embargo, es necesario precisar que en los tiempos que se evocan, más allá de la añorada armonía atribuible a la palabra respeto, los prejuicios que signaban estereotipos, las condiciones de casi sumisión ante la desigualdad por decir algunas de época, sin dudas evidenciaron -desde la perspectiva actual- un naturalizado irrespeto. La mengua en el respeto como un valor, es un problema que requiere no mirar de la misma forma para ver distinto. Lo que afrontamos, desde luego tampoco es solo atribuible al desarrollo emocional en la responsabilidad parental; el problema también lo conforma un modelo social que -aun con buenos modales- segrega, estigmatiza, excluye, discrimina.

No hay tiempo

Teresa Méndez, teatrista

¿Qué significa el respeto cuando los tiempos son crueles y vertiginosos? ¿Qué valores tendríamos que recuperar o aprender? La soberbia, el egocentrismo, actitudes que se manifiestan de muchas maneras y que se oponen al respeto, existieron siempre, porque ningún fenómeno que tenga que ver con la moral puede ser nuevo, sino como el hombre mismo, con el hombre social. Hoy, el respeto sufre una crisis social y cultural. Los tiempos que corren son los de la inmediatez, del consumismo, el descarte, el disfrute banal y efímero. No hay tiempo para las ideas, para la enseñanza ni la práctica de las virtudes. Lo torpe, burdo y chabacano cunde en casi todos los ámbitos. El humor da lugar al mal gusto, la burla y la ofensa. ¿Cuáles son los modelos? No hay tiempo para las normas básicas de convivencia. La ausencia de valores desdibuja las fronteras del respeto y se pierde de vista la necesidad de proyectar, actuar y construir con el otro, con el igual y con el diferente, con el que acordamos y con el que disentimos. ¿Respeto? No hay tiempo, el hombre avanza sobre el otro, quiere ganarle lo que tiene, lo subordina y muchas veces lo rapiña. No hay tiempo, las frustraciones y las tristezas no le permiten ser, no le enseñaron y no lo descubrió porque para eso, se necesita tiempo y serenidad. ¿Podemos cambiar? No lo sé. Marcel Proust decía: “aunque nada cambie, si tú cambias, todo cambia”.

La cátedra política

Carlos Duguech, periodista-poeta

“Miramiento, consideración, expresión de cortesía, veneración, aprecio por una persona”. Además, lo definió: “es la base de las relaciones humanas…” en un contexto en el que se destaca la “pérdida del respeto”. Percepción clarísima. Adhiero totalmente. Pues bien, incursionaré sobre esa pérdida en el escabroso territorio de “la política”. Es el lugar emblemático donde la vigencia del respeto a la ley y a los compromisos y a la palabra no solo se ha perdido, sino que esa pérdida aparece camuflada hasta de virtud. Una brutal falta de respeto al ciudadano. Si por caso tomamos los compromisos preelectorales del presidente de la Legislatura, Jaldo (hasta habló de escribanía donde iba a dejar plasmado su compromiso de no se ser “candidato testimonial”), nos lleva a tener, como bien se dice, “vergüenza ajena” por su actitud. Falta de respeto al ciudadano. Al que lo votó y al que no. Cuando una cédula de una Cámara (Contencioso Administrativo) pidió los comprobantes de los gastos sociales ($615 millones, 2015) respondió negativamente. Los retiene en la Legislatura bajo custodia del secretario, - ¡oh casualidad!- el ex tesorero que recibía y administraba los fajos de billetes traídos en valijas. Falta de respeto a la Justicia (al ciudadano). Macri jura incumpliendo el art. 93 (Constitución Nacional). En vez de “lealtad y patriotismo” eligió “lealtad y honestidad”. Faltó el respeto al ciudadano. Eludió el “patriotismo”. Todo, una “cátedra” política de la falta de respeto.

Cultivar valores

Eugenia Flores de Molinillo, docente-escritora

La falta de respeto hacia el prójimo -la respuesta descomedida, el insulto, la burla, el “ninguneo”- , o bien hacia productos culturales o naturales del contexto en que se vive, como las leyes o la limpieza urbana, suele nacer de una discrepancia mal digerida. ¿Mal digerida? Sí, por estar condimentada con inseguridades, resentimientos, orgullos vacíos y miedos no elaborados, todo ello cocinado al fuego lento de una violencia larvada que puede llegar a derivaciones tremendas, desde incendios forestales a exterminios étnicos. ¿Antídotos? La regla de oro: enfatizar la regla de oro… no hacer a los demás lo que no te gusta que te hagan a vos. Y, por otra parte, celebrar, cuidar y fomentar la respetabilidad de lo que debe ser respetado para bien del conjunto de toda sociedad, de todo grupo humano, sea la ONU o la AFA, y empezando por la familia, eludiendo el mandato arbitrario o la ley caprichosa, cultivando valores en vez de ventajas, procurando un crecimiento auténtico en vez de despliegues oportunistas.

Dar el ejemplo

Carlos Molinero, ingeniero-folclorista

Respetar (apreciar, “mirar de nuevo”, porque vale la pena) implica ver al otro, para entre otras cosas, aprender de él. El abuelo era quien más había vivido y acumulado conocimientos, útiles para sí y para todos. “El diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo” se sintetizaba. Se respetaba a los ancianos, se aprendía de ellos. Eran útiles, además de queridos. Desde luego, la educación, el avance intelectual, perfeccionaba saberes, y así era entendido. El consiguiente respeto a los maestros seguía esa lógica. Aunque, claro, “es mejor que aprender mucho el aprender cosas buenas”. Curas o guías espirituales, chamanes o payés, cumplían esa función. Políticos y filósofos iluminaban caminos ya no individuales, sino ejemplares, para toda la sociedad. Guías, todos y cada uno en lo suyo, del viaje. Si el padre enseñaba al hijo a manejar sus herramientas y oficio para enfrentar la vida, hubo un momento en que todo cambió. Cuando la tecnología informática empezó a dominar el mundo, los nativos digitales encontraron que de esas herramientas para enfrentar la vida (la computadora, el software, las redes sociales), sus respetables adultos (padres o maestros) sabían menos que ellos. Los sabios pasaron a ser sus compañeros tecnológicos (en juegos o programas). Google sabía más y más rápido. El poder/saber revirtió de la generación anterior a la propia. Cuando además varios curas y políticos mostraron pies de barro, la desconfianza a “los grandes” creció. ¿Irreversible? Un camino queda, siempre: la ejemplaridad de conducta, de lo que se hace y no lo que se dice, para que los/nos miren de nuevo. No por orden, sino porque les vale la pena.

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