Total libertad para el arte, ante una censura siempre vigente

El decreto 349 y la figura del inspector en la Bienal de La Habana. Las restricciones de las instituciones y del mainstream.

EN SAN PABLO. La instalación del argentino Roberto Jacoby fue tapada directamente en la bienal en 2010. artforum.com EN SAN PABLO. La instalación del argentino Roberto Jacoby fue tapada directamente en la bienal en 2010. artforum.com

“La construcción de lo posible” se llama la actual edición de la Bienal de La Habana, una de las más reconocidas en el mundo, aunque siempre (distante a las grandes ferias como las de Venecia o San Pablo) organizadas principalmente por el mercado. En 2017 la bienal se suspendió aduciendo los destrozos que causó un huracán; ahora, un tornado destruyó barrios enteros, pero se la hace.

Una de las artistas cubanas más importantes, Tania Bruguera, decidió no participar: “se hace la Bienal para limpiar la imagen internacional ante la campaña contra el decreto-ley 349”, escribió en su cuenta de Facebook. “Cuba es un país que reprime la libertad de expresión”, aseguró. Por esos días, el artista Luis Manuel Otero Alcántara, fue detenido y liberado en dos oportunidades. Y otros colegas denunciaron persecuciones.

Pero, ¿qué es el decreto 349? Entre otras consideraciones, crea la figura del inspector que puede cerrar una exposición o terminar un concierto si determina que estos no están acorde con la política cultural de la Revolución. Debe haber aprobación para la presentación pública de una obra.

Directamente, da paso a la censura desembozada y no disimulada contra la que se levantaron decenas de artistas cubanos organizando encuentros paralelos y críticos.

En las grandes bienales, es el mainstream el que, en términos generales, decide. Pero eso no significa que no haya censura.

En 2010, en San Pablo (Brasil) en una bienal que trataba sobre arte y política, el argentino Roberto Jacoby fue censurado; su trabajo fue tapado en el edificio de parque Ibirapuera. Precisamente, su trabajo se oponía a la despotenciación del arte político que ejerce actualmente el mainstream institucional.

Es que es frecuente que las instituciones declaren estimular ciertas políticas, como la apuesta al riesgo pero, en el momento de asumirlo, se corran a un costado.

La censura directa o indirecta, o la propia autocensura, se presenta en distintos formatos, se sabe; y a veces, hasta como un trabajo curatorial.

En otras palabras, tanto en las bienales organizadas por el Estado como las de las fundaciones privadas (también tienen por lo general el sponsoreo del Estado) no proporcionan la libertad a los artistas.

El año pasado se presentó una situación confusa en el Salón Tucumán para el Ámbito Nacional. La obra “SPAM”, de El Bondi Colectivo, estaba expuesta pero en el día de la inauguración había sido levantada. Aparentemente el jurado habría tomado esa decisión. Se trataba de un tarro de lata sobre un pedestal, con el nombre de mensaje no solicitado, no deseado y anónimo: spam. ¿Todo un aviso para la denominada “institución arte”?

En 1938, el revolucionario León Trotsky escribió junto a André Breton (también lleva la firma de Diego Rivera), el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente.

Allí se proclama la “total libertad para el arte”. Se debe garantizar un régimen anarquista de libertad individual, se indica. El manifiesto rechaza cualquier determinación de los temas y las formas artísticas que se establezca por razones de Estado o cualquier razón exterior a la actividad intelectual. En momentos en que el stalinismo del “realismo socialista” se imponía en la ex URSS, la postura no dejaba lugar a dudas.

Con la acusación de “incitación a la violencia” y “discriminación”, una escultura de una virgen con pañuelo verde fue levantada en Buenos Aires.

El oscurantismo, el mercado y las políticas represivas institucionales siempre operan sobre el arte. A pesar de los discursos.

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