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07 Junio 2019

Gabriela Abad

Doctora en Psicología

Podemos pensar estas problemáticas desde distintos enfoques, y también elaborar respuestas suspicaces al respecto del furor participativo que las elecciones despiertan, pero la perspectiva que me interesa abordar es preguntarme: ¿qué lleva a los sujetos a participar activamente de las cuestiones institucionales, grupales o comunitarias? ¿Qué los incentiva a ocuparse de problemáticas que superan sus propios intereses o necesidades y a trabajar por los otros?

No es una pregunta fácil de responder en tiempos en los que se promueve el individualismo, se exacerba e incentiva la búsqueda de los placeres inmediatos. La ideología que tiñe este mundo globalizado es la de que cada uno se salva solo y con sus propios recursos, lejos estamos de aquellas épocas en las que se pensaba que la salida la encontrábamos entre todos. De esta forma se desacredita todas las modalidades de militancias; siempre queda flotando la desconfianza y la pregunta acerca de las intenciones egoístas. Estamos descreídos de la política, y olvidamos que esa palabra está ligada etimológicamente a educación a pedagogía, todas enraizadas en un mismo árbol.

En nuestro país y más aún en nuestra provincia, hay una historia muy trágica que es reciente y nos atraviesa, la sangre que se derrama de un pueblo no se escurre tan fácilmente en las generaciones venideras, hay que trabajarlo, hablarlo, ritualizarlo y sobre todo hacerlo pasar por las instituciones como la justicia o la educación.

Creo que la participación es un proceso de trabajo que comienza con la educación, la salud física y mental. Para participar hay que poder confiar en los pactos sociales, en el otro, porque, aunque suene como consigna de otros tiempos nadie se salva solo y de eso entiende la política con sus defectos y virtudes.

Una mirada paranoica

Por otro lado, o quizás por el mismo, asistimos a un tiempo en el que resulta muy difícil promover lazos solidarios, una mirada paranoica nos habita, el otro siempre es un posible contrincante, un atacante, en definitiva, una amenaza. Los lazos sociales están resquebrajados y nos cuesta mucho sostener y sostenernos en el otro.

Es un arduo trabajo el que tenemos la responsabilidad de llevar adelante, los gobernantes, los docentes, los padres, en definitiva, todos los adultos. Hay muchos pactos sociales rotos y tenemos que volver a instituirlos, porque solo así se sostiene la vida en comunidad.

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