Famaillá: la plaza fue una extensión de la escuela

Las colas eran interminables en una ciudad colmada de propaganda política y acarreo. Algunos supieron aprovechar el río revuelto.

ETERNA. Algunos votantes estuvieron hasta dos horas en la fila. la gaceta / foto de antonio ferroni ETERNA. Algunos votantes estuvieron hasta dos horas en la fila. la gaceta / foto de antonio ferroni

Famaillá debería ser nombrada capital mundial del pasacalle. Mirar para arriba era un emprendimiento tan confuso como los cuartos oscuros de todo Tucumán, sembrados de nombres y fotos y boletas de candidatos. Tan confuso como la expresión de doña Inés, parada en la puerta de la escuela General Lavalle, mirando en todas las direcciones como un chico perdido en el supermercado.

“¿Usted lleva?”, pregunta la mujer, en tono de súplica, a cuanto ser humano se le cruzaba por el frente. “Es que el auto que me ha traído a la mañana temprano ya no lo encuentro. Y les hicieron sacar los cartelitos, así que no sé cómo voy a volver a Nueva Baviera”, explica la mujer.

No, el “acarreo” no se ha extinguido acá, en la capital de la empanada y del pasacalles, ni en ninguna localidad de Tucumán.

En la plaza

La plaza San Martín, el principal paseo de la ciudad, se convirtió ayer en una extensión de la abarrotada escuela primaria nocturna, donde los votantes entraban con cuentagotas y salían apurados por policías y gendarmes. “Les tenemos que pedir que se retiren apenas emitan su voto, en la escuela no hay espacio físico para permanecer”, anunciaba uno de los guardias que ordenaba una fila eterna, de más de una cuadra, que ocupaba parte de la plaza.

Los votantes llegaban y refunfuñaban, porque había demoras de hasta dos horas para acceder a las mesas. Adentro de la escuela, era el mismo laberinto de fiscales, gendarmes, policías y mirones (¿punteros?) calculando votos, sumando y restando. “A cada rato tenemos que entrar a controlar los votos, porque desaparecen. Eso hace que demore más todo”, justificó un fiscal general de uno de los partidos opositores. No había caras de alegría ni de fiesta electoral en los votantes que lograban salir, apurados, para llegar al almuerzo en casa.

El quiosco

Para quienes sí fue una fiesta de la democracia fue para el matrimonio de Sandra Bahamonde y Héctor Nadal. Visionarios, instalaron un puesto de venta de sánguches de milanesas justo al frente de un bunker partidista. “Antes de empezar ya hemos vendido todo. Acá el candidato nos compró 150 sánguches para los fiscales y ya he mandado a comprar más”, festejó el comerciante. Polirubro, por cierto, el matrimonio: “también tenemos autos para llevar gente, pero a eso lo delegamos”, contó él.

El voto joven

Casi por curiosidad, como quien vive una aventura, Luana y Bianca Álbarez (sí, con b), tía y sobrina, ambas de 16 años, estrenaron ayer su derecho a votar. Sufragaron por primera vez y se sentaron en la plaza como espectadoras del folclore electoral.

“Estaba un poco nerviosa, la verdad”, confesó Luana. “Nervios de que salga el candidato que vos no has votado”, confiesa. “¿Por quién votaron?”, les preguntó alguien a las chicas. “¿Quéééé? ¡Eso no se dice!”, disparó la tía. ¿Será que el voto joven será el cambio de la política en Tucumán?

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