Para el común de los mortales, la radiactividad es un veneno invisible, indectable a los sentidos, pero tenebroso por las consecuencias que trae para la salud. Y lo es.
Se trata de un fenómeno físico que no se ve ni se huele, y que consiste en la emisión de partículas o radiaciones, o de ambas a la vez, que vienen de desintegración de los átomos de ciertos elementos químicos.
La radiación puede ser ionizante o no ionizante. La no ionizante, como la de las antenas de radio o telefonía celular, no tienen la energía suficiente como para modificar las células del cuerpo humano, por lo tanto no son riesgosas para la salud.
Las ionizantes, en cambio, sí pueden penetrar la materia y modificar la estructura de las células de los tejidos del cuerpo. Por ese motivo, pueden dañar seriamente al organismo, provocando quemaduras e infecciones, a más largo plazo cáncer, y también daños hereditarios, ya que pueden alterar las moléculas del ADN.
El sol, además de la luz visible (no-ionizante), emite rayos ultravioleta, que sí son ionizantes y por eso son perjudiciales para la salud. Los rayos X y los rayos gamma, que son los que tienen más energía, son los más nocivos.