La dura homilía del arzobispo tucumano

10 Julio 2019

Un nuevo aniversario de la declaración de nuestra independencia siempre es oportuno para echar una mirada a la realidad, a veces con ojos piadosos, en otras ocasiones, críticos. Tiempos difíciles desde hace un tiempo vive una buena parte de los argentinos, como consecuencia de la política económica que ha provocado el empobrecimiento de los salarios, la pérdida de fuentes de trabajo, así como el incremento de la pobreza, la indigencia y la desigualdad.

En su homilía de ayer, el arzobispo de Tucumán se refirió a estos y otros temas, como la corrupción que pareciera haberse instalado en diversos ámbitos y le reclamó a la clase política dejar de lado esa práctica deleznable. Se refirió también a otras formas de la violencia como la que se ejerce contra aquellos que están condenados a vivir con menos de lo mínimo, sin ocupación ni acceso a la educación, la salud y a la justicia. “Aunque no se manifieste, es el grito silencioso que no se puede expresar porque parece no haber esperanza de que las cosas cambien. Es la inequidad, a la que lamentablemente parece que nos hemos acostumbrado y que se viene instalando hace ya décadas en nuestra provincia y en todos los rincones de nuestra patria a la que hoy reconocemos como independiente y soberana”, manifestó.

El religioso afirmó que la pobreza no es una desgracia, sino que más bien parece “la decisión de unos cuantos que instrumentan cruelmente esa misma condición dolorosa de nuestra gente para mantener o acrecentar el poder y la dependencia”. Citó también al papa Francisco al señalar que es necesaria una cultura que privilegie el diálogo como forma de encuentro, la búsqueda de consensos y acuerdos, pero sin separarla de la preocupación por una sociedad justa, memoriosa y sin exclusiones. El Pontífice había remarcado recientemente que el sujeto histórico de este proceso es la gente, con su cultura, y no una clase, una fracción, un grupo o una élite. “No necesitamos el proyecto de unos pocos para unos pocos, o una minoría ilustrada o testimonial que se apropie de un sentimiento colectivo. Se trata de un acuerdo para vivir juntos, de un pacto social y cultural”, aseveró Francisco. Por otro lado, el arzobispo tucumano invitó a los jóvenes a involucrarse en la cosa pública y a clase dirigente a brindarles los espacios necesarios porque se debe formar una nueva dirigencia, un nuevo liderazgo, inspirado en los principios republicanos que hablan de los derechos y los deberes fundamentales para construir a diario el bien común.

Sería importante que la homilía del prelado, que pintó crudamente la realidad, no cayera en saco roto, que promoviera una profunda reflexión en quienes conducen nuestros destinos y los empujara a la realización de acciones concretas para lograr cambios significativos. Alguna vez la clase dirigente debería hacer la tan anunciada autocrítica. El incremento de la inseguridad, del consumo de droga, la existencia de bandas armadas que se enfrentan en algunos barrios para dirimir su poder, pero sobre todo, la marginación social de miles de tucumanos, son asuntos que deberían ser prioridad en una clase política, siempre más preocupada por sus ambiciones personales o sectoriales que por las necesidades de sus representados. Es cierto que muchos de los problemas se han profundizado a causa de la política nacional pero tampoco se puede pasar todo el tiempo echándoles culpa a los demás por lo que no se hace. Con demagogia nada se resuelve.

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