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Fragmento de The Game

LA CLAVE. “La revolución ha anidado en la normalidad”, define Baricco. LA CLAVE. “La revolución ha anidado en la normalidad”, define Baricco.
11 Agosto 2019

No tengo una respuesta exacta, pero tengo una breve lista de cosas que hace 20 años no existían y ahora sí:

□ Wikipedia

□ Facebook

□ Skype

□ YouTube

□ Spotify

□ Netflix

□ Twitter

□ Youporn

□ Airbnb

□ Iphone

□ Instagram

□ Uber

□ WhatsApp

□ Tinder

□ Tripadvisor

□ Pinterest

Si no tenéis nada mejor que hacer, marcad con una x aquellas a las que, cada día, dedicáis una parte no insignificante de vuestro tiempo.

¿Unas cuantas, verdad? Cabe preguntarse en qué demonios ocupábamos antes nuestros días.

¿Hacíamos puzles de los Alpes suizos?

Esta lista nos enseña muchas cosas, pero hay una que debemos consignar aquí: en veinte años la revolución ha ido anidando en la normalidad –en los gestos simples, en la vida cotidiana, en nuestra gestión de deseos y de miedos–. A ese nivel de penetración, negar su existencia es propio de idiotas; pero presentarla como una metamorfosis impuesta desde arriba y por las fuerzas del mal también empieza a resultar bastante dificultoso. De hecho, nos damos cuenta de que en las costumbres más elementales de nuestra vida cotidiana procedemos con movimientos físicos y mentales que hace solo veinte años habríamos aceptado a regañadientes en nuevas generaciones cuyo sentido no entendíamos y cuya degradación denunciábamos. ¿Qué ha pasado? ¿Hemos sido conquistados? ¿Alguien nos ha impuesto un modelo de vida que no nos pertenece?

Sería incorrecto responder que sí. En todo caso alguien nos lo ha propuesto, y nosotros aceptamos cada día esa invitación, imprimiendo a nuestro estar en el mundo una precisa torsión respecto al pasado: en virtud de esta, hemos adquirido una posición mental que hace veinte años todavía podía parecernos grotesca, deforme y bárbara, y que ahora es, ateniéndonos a los hechos, nuestra forma de estar cómodos, vivos e incluso elegantes en la corriente de la vida cotidiana. La impresión de haber sido invadidos se ha desvanecido, y ahora prevalece la sensación de haber sido transportados más allá del mundo conocido, y de haber empezado a colonizar zonas de nosotros mismos que nunca antes habíamos explorado y, en parte, ni siquiera habíamos generado todavía. La idea de una humanidad aumentada ha empezado a abrirse camino y la idea de formar parte de ella ha resultado más fascinante frente a lo temible que resultaba, en el punto de partida, la eventualidad de ser deportados hasta allí. Hemos terminado así permitiéndonos una mutación cuya existencia negamos abiertamente durante cierto tiempo –hemos destinado nuestra inteligencia a utilizarla, más que a boicotearla–. Anoto que la cosa nos ha llevado, entre otras cosas, a considerar el cierre de las viejas lecherías nada más que como un inevitable efecto colateral. En un tiempo muy rápido nos hemos puesto a abrir locales que son citas de viejas lecherías: es nuestro modo de decir adiós al pasado, metabolizándolo.

Que no se diga que no somos unos tipos geniales.

De manera que hemos enfocado bien el asunto y hemos corregido algunos desatinos de primera hora. Hoy sabemos que es una revolución, y estamos dispuestos a creer que es el fruto de una creación colectiva –incluso de una reivindicación colectiva– y no una degeneración imprevista del sistema o el plan diabólico de algún genio del mal. Estamos viviendo un futuro que hemos enajenado al pasado, que nos pertenece, y que hemos deseado con fuerza. Este mundo nuevo es el nuestro: es nuestra esta revolución. Bien.

Ahora es necesario concentrarse en un punto cuanto menos interesante: es un mundo que no seríamos capaces de explicar, es una revolución cuyo origen y propósito no conocemos con exactitud.

Por Dios, a lo mejor hay alguien que tiene alguna idea al respecto. Pero en conjunto, lo que sabemos acerca de la mutación que estamos llevando a cabo es realmente poco. Nuestros actos ya han cambiado, a una velocidad desconcertante, pero los pensamientos parecen haberse quedado atrás en la tarea de nombrar lo que vamos creando a cada momento. Hace ya bastante que el espacio y el tiempo no son iguales: le está sucediendo lo mismo a lugares mentales que durante mucho tiempo hemos llamado pasado, alma, experiencia, individuo, libertad. Todo y Nada tienen un significado que hace solo cinco años nos habría parecido inexacto, y las que durante siglos hemos llamado obras de arte se han quedado sin nombre. Sabemos con certeza que nos orientaremos con mapas que todavía no existen, tendremos una idea de la belleza que no sabemos prever, y llamaremos verdad a una red de imágenes que en el pasado habríamos denunciado como mentiras. Nos decimos que todo lo que está pasando tiene sin duda alguna un origen y una meta, pero ignoramos cuáles son. Dentro de unos siglos nos recordarán como los conquistadores de una tierra en la que hoy a duras penas seríamos capaces de encontrar el camino a casa.

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