La primera vez que Mafalda apareció en un pedazo de papel preguntó quién era el mejor papá del mundo. La consulta iba dirigida a su papá en la historieta, que con poco éxito trata -y siempre tratará- de darle explicaciones, pero el destinatario bien podría haber sido Quino, su otro papá, que ese 29 de septiembre de 1964 la había presentado por primera vez en las páginas 22 y 84 del semanario Primera Plana.
Esa revista hacía periodismo interpretativo al estilo de Time o Le Monde. En un rincón de su redacción, escondido entre los jóvenes Osvaldo Soriano, Mariano Grondona o Tomás Eloy Martínez, dibujaba un tímido historietista. Se llamaba Quino, firmaba Joaquín Lavado en la vida real y había llegado el 22 de septiembre del 64 con 12 tiras de muestra a pedido de Julián Delgado, un periodista amigo que escribía en el semanario.
Fue un destino cambiado. Esas viñetas, en realidad, habían nacido para otra cosa: Agens Publicidad necesitaba promocionar la nueva línea de electrodomésticos Mansfield de la empresa Siam Di Tella. El encargo era preciso: querían una historieta que combinara el estilo de Peanuts, de Charles Schulz, (el de Charlie Brown y el de Snoopy) con el de Debbie Harry (el de la desfachatada vocalista de la entonces famosa banda Blondie y el de sus raros peinados nuevos). Los dibujos debían, además, encubrir la publicidad y estar protagonizados por un personaje que se llamara con la letra M.
Entonces Quino le puso Mafalda a Mafalda por la beba Mafalda de “Dar la cara”, una película que, como haría Mafalda, explora los conflictos juveniles de la Argentina de los 60. Sin embargo, poco antes de estrenarse, la publicidad se frustó y los productos Mansfield jamás salieron al mercado. Mafalda y su papás tuvieron mejor suerte: los contrató Primera Plana y se convirtieron, durante casi cuatro meses, en los protagonistas exclusivos de una tira semanal.
Los lectores de Primera Plana conocieron a la mamá de Mafalda, Raquel, una semana después de la primera publicación, el 6 de octubre del 64. Mientras que el papá de Mafalda, cuyo nombre permanecería para siempre en un cajón del escritorio de Quino, trabajaba como corredor de seguros y se entretenía cuidando plantas, Raquel era ama de casa. Se habían conocido en la universidad, pero después ella había dejado para cuidarla mejor (a Mafalda). O así se justificaba.
Mafalda conoció a Felipe, su mejor amigo, el 19 de enero del 65. Introvertido y amable, él anda de puntillas por la vida para no molestar a los demás, según lo definió el periodista colombiano Daniel Sampar Pizano. El autor de la historieta, durante una entrevista con Sampar Pizano, reveló que Felipe era el personaje con el que más se identificaba. “A los seis años -recordaría el entrevistador en el Prólogo de la octava edición argentina de ‘Toda Mafalda’- Quino se enamoró de la hija del lechero, pero, como sucede a Felipe con Muriel, las palabras se le atragantaban y las mejillas se le injertaban de tomate cada vez que la veía. Ella, ignorante de que dentro de ese niño flaco ardía una pequeña hoguera, nunca le prestó la menor atención”.
Poco después el dibujante bautizó Manuel a un almacenero inspirado en el padre de Delgado. El 9 de marzo, sin embargo, Quino abandonó Primera Plana para marcharse al diario El Mundo, donde el 29 de ese mes la aparición del hijo del almacenero, Manolito, coincidió con el éxito definitivo de las viñetas, que empezaron a salir cada 24 horas. Susanita, la antítesis de Mafalda, recién se sumará a la pandilla el 6 de junio.
Dos años más tarde, en 1966, la historieta ya salía en varios periódicos del interior. En febrero de ese año Mafalda y Miguelito se conocieron en la playa, y el día de Navidad Ediciones de la Flor les regaló a los chicos -y grandes- argentinos el primer álbum de Mafalda, que se agotó antes de Año Nuevo.
En agosto del año siguiente Mafalda recibió muchas cartas y llamadas de gente que le preguntaba por su hermanito. “A casi todos les preocupa saber cómo mis papás me explicaron el asunto. Fue así: me llamaron un día, se pusieron muy colorados, dijeron que tenían que decirme algo muy importante. Mi papá me contó que habían encargado un hermanito para mí, que antes de nacer lo cuidaría mamá porque crece como una semillita, y que la había plantado él porque sabe mucho de plantas. Yo no entendí muy bien, pero me puse muy contenta al saber la verdad, porque la mayoría de los chicos de la escuela habla de los nenes que nacen en repollos o los trae la cigüeña de París… ¡Con los líos que hay ahora en París están como para pensar en cigüeñas!”
Aunque pueda sorprender, esta historia no se la hizo decir Quino, sino el entonces secretario de Redacción del semanario Siete Días, Sergio Morero, en pleno Mayo francés. Sucedía que el 22 de diciembre del 67 el diario El Mundo había desaparecido y recién seis meses después Quino le consiguió a Mafalda y sus amigos un lugar en Siete Días (Guille nació el 21 de marzo del 68 sin que nadie más que ella, sus papás, Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito y Quino se enteraran).
Miguelito no fue el último integrante del grupo. En febrero de 1970, ya con los demás chicos dando vueltas por Italia (las primeras 30 tiras de Mafalda traducidas a otro idioma se incluyeron en la antología italiana “Libro de niños terribles para adultos masoquistas” a fines del 68), Quino transmitió el escepticismo intelectual de Libertad. O viceversa.
El 25 de junio de 1973 los nueves personajes de la historieta se despidieron para siempre de sus lectores. Aunque, como a todos los clásicos, Mafalda y sus amigos siempre volverán a encontrarlos. En una reseña de la segunda edición española de “Toda Mafalda”, el humorista gráfico español José Luis Castro Lombilla puso esta idea en otras palabras: “a estas alturas nadie dudará de que en caso de haber un Nobel de Humor Gráfico, imperdonable olvido de la Academia Sueca, Quino lo tendría”. Y Carlos Loiseau, Caloi, la colocó en la boca de Clemente:
Dos décadas después de la última tira en Siete Días, Ediciones de la Flor recopiló todas las viñetas y publicó “Toda Mafalda” (1992), que en España salió por primera vez con Introducción del premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Ahí el escritor colombiano lamentaba que los niños perdieran, a medida que crecen, el uso de la razón y lo que sabían al nacer: entonces se casan sin amor, trabajan por dinero, se cortan las uñas y se convierten en adultos miserables. Aunque, sin embargo, García Márquez estaba convencido de que Quino, con cada uno de sus libros, llevaba muchos años demostrándonos que los niños son los depositarios de la sabiduría.
Para la edición latinoamericana de “Toda Mafalda”, Roberto Fontanarrosa elaboró un diálogo que venía a argumentar, de otra manera, algo muy parecido. Jugando, como solía hacerlo, con la ambigüedad de las palabras, Inodoro Pereyra le dice a su perro:
Umberto Eco, en el Prefacio de la recopilación “Mafalda, la contestataria”, escribía que para entender a Mafalda era necesario establecer un paralelo con el gran personaje de la historieta de Estados Unidos. “Charlie Brown vive en un universo infantil del que, en sentido estricto, los adultos están excluidos (aunque los chicos aspiren a comportarse como adultos). Mafalda vive en una relación dialéctica continua con el mundo adulto que ella no estima ni respeta, al cual se opone, ridiculiza y repudia, reivindicando su derecho de continuar siendo una nena que no se quiere incorporar al universo adulto de los padres”, explicaba el semiólogo italiano.
Aunque Charlie Brown sea un personaje más viejo que Mafalda (debutó en 1950), la relación entre las historietas no está sólo en la inspiración de los dibujos de Quino y la opinión de Eco. Y por si hacen falta pruebas, basta con el testimonio del propio Schulz:
Sea como sea, el mundo de Quino hace rato que salió del de los diarios, las revistas y los libros de historietas. Quizá su paseo más extravagante haya sido una visita al Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires, que el 26 de octubre de 1988 discutió un proyecto para que Mafalda recibiera el título de Ciudadana Ilustre de la entonces Capital Federal. La ordenanza llevaba las firmas del intendente porteño, Facundo Suárez Lastra, y su secretario de Cultura, el historiador Félix Luna, que creían que Mafalda simboliza lo mejor del espíritu de los jóvenes argentinos. “Mafalda hizo reflexionar muchas veces a sus lectores sobre la validez de los hábitos, creencias, prejuicios y lugares comunes, ayudando de este modo a construir una sociedad mejor”, justificaban Suárez Lastra y Luna en el proyecto.
Los concejales, menos imaginativos que los miembros del Poder Ejecutivo, argumentaron que el título honorífico sólo era para personas de carne y hueso y olvidaron que a veces la letra de la ley no tiene por qué tomarse al pie de la letra. Porque aunque la iniciativa no haya prosperado, para muchísimos argentinos Mafalda debe ser mucho más humana y mucho más ilustre que esos aburridos legisladores.