El debate, un primer indicio de madurez democrática

21 Octubre 2019

Pasó la primera experiencia en el país de debates obligatorios entre los candidatos presidenciales. Y, salvo que haya una segunda vuelta electoral en noviembre, habrá que esperar hasta dentro de cuatro años para vivir una experiencia similar. Lógicamente, a partir de hoy comienza la etapa de análisis sobre este mecanismo, viejo y sumamente utilizado en buena parte del mundo, pero nuevo para los argentinos.

La primera sensación es que los debates presidenciales, en especial el vivido el domingo 20 en Santa Fe, fueron acartonados. Esencialmente, por la estructura escogida. Cada participante tuvo dos minutos para desarrollar su propuesta de cada uno de los temas, consensuados previamente entre los asesores de campaña de cada uno de ellos y los expertos de la Cámara Nacional Electoral. Con una estructura tan laxa, y tópicos tan amplios, cada postulante se pudo “ir” por donde más cómodo se sintió.

Prácticamente no hubo cruces entre ellos. Si bien estuvieron contemplados algunos segundos extra para “ampliar conceptos”, algunos optaron por contestarse mutuamente, otros, para seguir con sus ideas. Nadie, en estos debates, estuvo obligado a responder nada.

En los países más avanzados, el modelo ideal de debate establece tiempos fijos para que los candidatos expongan sus posiciones y abren luego un tiempo de discusión libre. En ese segmento, los moderadores administran el tiempo para que algún postulante no monopolice la palabra. Pero es tan difícil encontrar ese equilibrio que en España, por ejemplo, acuden a árbitros de básquet para cronometrar y garantizar que todos hablen la misma cantidad de minutos.

Desde hace más de una década, LA GACETA apuesta fortalecer la democracia a través de los debates. Y la respuesta de los tucumanos es alentadora. La diferencia entre los ciclos organizados por este diario y los establecidos por la ley nacional radical en dónde se pone el foco. LA GACETA apuesta a la madurez cívica de los postulantes y ofrece minutos libres para que los candidatos discutan entre ellos.

Lógicamente, es el espacio más temido por los candidatos y sus asesores, porque es el momento en el que pierden el control. Allí se los puede ver cómo actúan bajo situaciones de estrés y de presión, el grado de tolerancia y hasta el nivel de madurez. Exponer plataformas sin la posibilidad de contrastarlas luego es lo más parecido a reproducir un spot publicitario, y este diario está lejos de pretender que sus debates se conviertan en una difusión de propuestas.

Pero hay otra particularidad de los debates organizados por LA GACETA: la participación de los lectores. Hay, a diferencia del que vimos anoche entre los postulantes presidenciales, un espacio para que los candidatos elijan y respondan preguntas enviadas por la gente. De antemano, tampoco pueden prepararse para este espacio porque desconocen cuáles serán las consultas.

A pesar de las críticas a la organización de los debates nacionales, hay que concluir que se trata de un primer marco de encuentro entre los candidatos y la sociedad. Son instancias cada vez más solicitadas y seguidas por la comunidad. La sola imagen de los candidatos juntos ya habla de cierta madurez democrática. Lejos de mezquindades partidarias, que los hombres y mujeres que aspiran a cargos públicos enfrenten a su comunidad es saludable desde cualquier punto de vista. Porque le brindan al ciudadano un herramienta más para decidir con información a quién conferirle el poder de que lo represente.

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