76 diputados, 36 años y la pregunta de siempre: ¿ahora qué?

FEDERICO AUSTERLITZ FEDERICO AUSTERLITZ

Federico Austerlitz, Julio Bulacio, Víctor Chehín, Luis Lencinas, Julio Miranda, Carlos Montero, Félix Mothe, Milivoj Ratkovic y Nicasio Sánchez Toranzo. Nueve nombres unidos en una lista que a buena parte de la ciudadanía le cuesta identificar. Seguramente, muchos ni siquiera saben quiénes son. Vale el recuerdo para los nueve diputados nacionales elegidos cuando regresó la democracia, en 1983. Desde entonces fueron 76 los representantes que los tucumanos enviaron a la Cámara Baja. Algunos cumplieron más de un período, otros renunciaron por necesidades políticas y cedieron su lugar a quienes los seguían en la lista. Hubo quienes le sacaron lustre al escaño y hubo quienes pasaron inadvertidos, fungiendo casi de turistas en el Congreso de la Nación. Se vio de todo a lo largo de estos 36 años de ejercicio pleno de la institucionalidad. El domingo se escribirá un nuevo capítulo.

La vida parlamentaria es un enigma para la amplia mayoría de la sociedad, que apenas identifica a un puñado de los 257 diputados nacionales. ¿Cuántos tucumanos podrían enumerar a sus actuales representantes? Si no se sabe quiénes son, mucho menos hay certezas acerca de lo que hacen. Las sesiones sólo llaman la atención cuando se tratan temas ligados con alguna controversia. Son 15 minutos de fama televisiva que varios legisladores suelen aprovechar. Más allá de esos spots de ocasión, el Congreso funciona con su dinámica de:

- Reuniones de bloques.

- Trabajo en las comisiones -las hay muy activas, otras en punto muerto-.

- Roscas políticas.

- Lobbies a favor o en contra de determinadas leyes.

- Ocasionales interpelaciones a algún ministro del Ejecutivo.

- Viajes apetitosos.

- Actos y reuniones de las más diversa naturaleza y utilidad.

En resumen, nada que mueva la aguja de la atención pública, lo que les viene muy bien a los diputados que hacen la plancha y perjudica a los deseosos de trabajar en serio.

Acciones y omisiones

¿Cómo se mide la calidad de la gestión de un diputado nacional? La cantidad de normas impulsadas no puede tomarse como medida; más importante es determinar si esas leyes entran en vigencia y, sobre todo, si redundan en un mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos. Mucho no es sinónimo de bueno. Está claro que empujar en dirección de una iniciativa trascendente a lo largo de cuatro años es infinitamente más positivo que presentar un centenar de proyectos de declaración.

Así como se deteriora el lenguaje se va ajando la oratoria. Los discursos en el recinto no son piezas de colección, aunque es justo subrayar que se trata de un fenómeno global. Esta merma en la calidad de los debates se replica en Congresos de los cinco continentes. Las voces son más fogosas que floridas, mientras numerosos diputados hacen mutis por el foro. Jamás se les escucha la voz en el recinto y la sospecha más que fundada es que no tienen nada que decir. Ni siquiera se ocupan de que algún asesor les redacte un par de párrafos. Esto sí que es grave.

El Legislativo suele estar en la mira cuando de baja calidad institucional se habla. Quienes regulan nuestra vida en sociedad dictando leyes y controlando a los otros Poderes son vistos como un gasto, no como una inversión. El “costo de la política” se regodea con las dietas, los asesores y los pasajes que usufructúan diputados y senadores. En ese sentido los parlamentarios viven a la defensiva, aunque en el fondo no parecen preocuparse demasiado. Lo mal que hacen, en momentos en los que las olas de desprestigio azotan con dureza las playas de la clase política.

Nuestros representantes

El domingo los tucumanos elegirán cinco nuevos diputados nacionales. Mientras en las tiendas de los “espacios” cuentan las habichuelas, los electores lucen mucho menos informados. Con suerte se reconoce a las cabezas de lista, aunque no es la clase de elección que aliente el corte de boleta. Al contrario. La suerte de los candidatos está fusionada con los presidenciables “del palo”. Las propuestas no van mucho más allá de lo que viene escuchándose desde hace décadas: todos prometen ir al Congreso para “defender los intereses de Tucumán”.

De los 76 representantes enviados por la provincia a la Cámara Baja, 40 se cobijaron bajo el paraguas del peronismo (en sus distintas denominaciones, de acuerdo con la época) y 18 del radicalismo (ídem). Fuerza Republicana llegó a colocar 13 diputados y el Pro uno (Facundo Garretón; se le termina el mandato), al igual que el Partido por la Justicia Social (peronismo macrista o macrismo peronista): Beatriz Ávila, que seguirá hasta 2021. Un dato de color: Esteban Jerez, Nancy Bulacio y Manuel Martínez Zuccardi representaron a partidos que ya no existen; los dos primeros a Recrear y el restante al Frepaso.

Dos prestigiosos políticos tucumanos fallecieron en ejercicio del cargo: el ex gobernador Amado Juri (PJ, en 2000) y José Ignacio García Hamilton (UCR, en 2009). Y si bien la democracia regresó en 1983, hubo que aguardar 10 años para que Tucumán consagrara diputada a una mujer (Olijela del Valle Rivas era senadora). En los comicios de 1993 llegó a la Cámara la religiosa Gioconda Perrini, activa integrante de los equipos del Gobierno de Ramón Ortega.

La mayor de las controversias se produjo cuando la Cámara rechazó la incorporación de Antonio Bussi, que había sido elegido diputado en 1999. Los legisladores lo consideraron moralmente inhábil para asumir, un cambio de postura en comparación con lo sucedido años antes, porque el propio Bussi había ocupado un escaño en el período 93-95. El caso llegó a la Corte Suprema, que falló en favor de Bussi en 2007, año en el que ya afrontaba juicios por delitos de lesa humanidad. El máximo tribunal consideró que la Cámara carecía de la facultad constitucional para rechazar el diploma en los términos que lo había hecho.

Fueron diputados tres vicegobernadores (Julio Díaz Lozano, Raúl Topa y Osvaldo Jaldo), dos jueces de la Corte (José Ricardo Falú y Carlos Dato), un rector de la UNT (Rodolfo Campero) y un experimentado político de eterno moñito que se autotitulaba Dr. Frankenstein y llegó a compartir en TV la “cama con Moria” (Exequiel Ávila Gallo). Hubo padres e hijos en la Cámara, una extraña pincelada de la historia tratándose de familias que siempre vivieron en aceras opuestas: Rodolfo y Gerónimo Vargas Aignasse; Antonio y Ricardo Bussi. A ellos se suman los Mothe: Félix y Félix Arturo. Las listas sábanas propiciaron toda clase de fenómenos, por ejemplo que durante cuatro años Tucumán haya sido representado por un diputado desconocido para el 99,9% de la ciudadanía. Nadie supo de Isaac Bromberg, primo de José Alperovich, ni antes, ni durante, ni después de su gestión.

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