No hay mal que dure 100 años ni bien que, en las guerras políticas del peronismo tucumano, perdure por una semana. O, dicho en términos urgentes, el fin de semana asomó una resolana para la sociedad política de Juan Manzur y Osvaldo Jaldo, que en 96 horas volvió a nublarse.

El sábado, el gobernador y el vicegobernador hicieron una recorrida conjunta por Lastenia y por Alderetes. Todo fue afabilidad, así que al mediodía, al mandatario provincial se le antojó que “hacía buen tiempo” para la parrilla y terminaron donde el intendente de Banda del Río Salí, Darío Montero. En el apuro, hubo que salir a buscar buen vino, porque el dueño de casa no tenía provisión para una decena de comensales. El segundo signo de la bonhomía imperante consistió en que Manzur pidió al anfitrión que invitara a todos, y en especial su compañero de fórmula. De la partida fueron, también, los intendentes Javier Noguera (Tafí Viejo), Carlos Nájar (Las Talitas) y Aldo Salomón (Alderetes), la legisladora Graciela Gutiérrez -esposa de Salomón-, la diputada Gladys Medina -esposa de Montero y coanfitriona- y el legislador Gerónimo Vargas Aignasse, el único que no había participado de la salida.

Si la finalidad era limar asperezas, funcionó: la mesa era un solo reír. El presidente y el vicepresidente del PJ vienen de un primer cuatrimestre con la relación en franco deterioro. Como se ha avisado, el contador está convencido de que el médico fogoneó en su contra una “campaña de desprestigio” en la prensa porteña tras la sesión con las máscaras sanitarias donadas a un sanatorio; mientras que el jefe del Ejecutivo tiene asumido que el titular de la Legislatura está detrás de los gremios que radicalizaron sus posturas, con huelgas y planteos judiciales, cuando en enero anunció que no pagaría el último tramo de la “cláusula gatillo”.

El sábado no se olvidaron de esas “cuitas”, pero pudieron distenderse. Intercambiaron facturas políticas, pero sin confrontar. Es que el almuerzo estuvo regado, finalmente, por algunos ejemplares de DV Catena Zapata y los líderes del PJ tucumano, que no acostumbran tomar alcohol, brindaron con alguna que otra copa. Evidentemente, cuando hay caldos de a cuatro cifras la botella, toda abstinencia merece una excepción. Entonces, entre envalentonados y relajados, se sacaron de encima algunas cuestiones que los incomodaban. Como el “aquí nadie come vidrio”. O el “deberíamos estar trabajando todos juntos”. Y también “el peronismo es una gran familia, pero sólo de peronistas” y demás manifestaciones sobre cortinas de humo, globos de ensayo, tiros a los muñecos e inventos volteados.

Eso sí: los subterfugios se contrabandeaban con tonos de chanza y la comida se desarrolló amablemente. Tanto es así que, después del encuentro, uno de los intendentes envió a sus funcionarios, por WhatsApp, algunas menciones generales sobre el encuentro, pero destacando que todo se había encaminado y que no había que perder el tiempo en internas, sino que había que trabajar por la “unidad”.

Pero, así en la política como en la vida, toda semana tiene un día de miércoles.

Puntos

Hay telegramas que han hecho historia. Algunos lo concretaron en el campo de la literatura, como el que envía Clara, en la novela “La casa de los espíritus”, redactado criptográficamente para que el telegrafista no lo entendiera. El mensaje para su esposo, Esteban Trueba, anunciaba que su hija Blanca estaba embarazada: “Envíe instrucciones en cinta blanca. Punto”. Hay otros que fundaron doctrinas de Estado, como el “Largo telegrama” que George Kennan envió desde Moscú a la Casa Blanca en 1946, advirtiendo que la URSS buscaría incesantemente expandir el comunismo. Esas 16 páginas determinaron al presidente Harry Truman a instaurar la política exterior estadounidense que se conoció como “la contención”. Y está el telegrama de Ems, que desató una guerra. Y no una guerra cualquiera.

El contexto: una sucesión en el poder político. Con el exilio de la reina Isabel II, el trono español queda vacante en 1868 y le es ofrecido a Leopoldo de Hohenzollern, de la dinastía que gobierna Prusia. La idea indigesta a Luis Napoleón Bonaparte (Napoleón III), quien advierte que iba a quedar cercado por los prusianos. Después de retiros y reactivaciones, finalmente Guillermo I, el jefe de la casa Hohenzollern, acepta que se dé marcha atrás con la postulación. Pero los franceses quieren más: demandan que Guillermo I diga por escrito que nunca más autorizará una nominación similar. El rey prusiano se niega con firmeza, pero cortésmente, y se lo comunica desde el balneario de Ems a su primer ministro, Otto von Bismarck, dejando a su criterio la divulgación, o no, de lo ocurrido. En Berlín, el canciller, que ansiaba una guerra con Francia para unir a los Estados germanos, “editó” esa comunicación. La síntesis del “Telegrama de Ems” que llegó a la prensa describía lo ocurrido, pero en otros términos: Guillermo I rechazaba reunirse con nuevos enviados franceses e informaba, no en persona sino a través de un ayudante, que no tenía más nada que decir al embajador galo. Suficiente para detonar la Guerra Franco-Prusiana en 1870. La derrota francesa supuso el fin de Napoleón III y la Segunda República; y forjó la unificación de Alemania.

Manzur y Jaldo, el miércoles pasado, estaban en Tucumán, pero cruzaron “telegramas” que insinúan que distan 500 kilómetros uno de otro, como la distancia que separa Berlín de Ems.

Punto y coma

El martes, la ministra de Gobierno, Carolina Vargas Aignasse, y el diputado nacional Carlos Cisneros (dos de los cinco comensales de la mesa chica del manzurismo) urgieron a la Legislatura para que se apruebe la adhesión sin cambios a la Ley Micaela (27.499). El planteo de la convalidación lisa y llana de la norma nacional contrastaba con lo que el vicegobernador había anunciado hace dos miércoles en el programa “Panorama Tucumano”, cuando en los estudios de LA GACETA anticipó que iba a darse la adhesión a la ley, pero con cambios surgidos del consenso de los legisladores. Así que, según confirman de uno y otro lado, este miércoles, cuatro días después de la comida en la banda, las cabezas de los poderes políticos del Estado volvieron a conversar. Manzur preguntó si podía contar con la adhesión a la Ley Micaela, porque en la Casa Rosada presionaban a diario respecto de la cuestión (Tucumán es la única provincia que no convalidó ese texto para aplicarlo en su distrito) y Jaldo le respondió en los mismos términos que lo había hecho en este diario: sí, con cambios consensuados.

Lo que siguió también se conoce a través de este diario. Manzur, como consignó LA GACETA.com, se sumó al reclamo para que la Legislatura sancione la norma que dispone la capacitación de los agentes de la administración pública para combatir la violencia de género en cualquiera de sus manifestaciones. “Como gobernador quiero expresar todo mi apoyo para que Tucumán adhiera a la Ley Micaela”, telegrafió ese mismo día.

“En Labor Parlamentaria, el Poder Legislativo incluyó para la próxima sesión (el jueves que viene) el tratamiento de la adhesión a la Ley Micaela. Sólo bastó que se tomara esa decisión para que muchos de los que permanecieron en silencio durante mucho tiempo hoy se quieran colgar de una decisión que tomó esta Legislatura”, le dijo a este diario, este mismo miércoles, el vicegobernador. Minutos después de las manifestaciones del gobernador...

Bismarck era menos genérico, pero bastante más leve que los gobernantes tucumanos.

Comas

Si la comida sabatina había sido el plato fuerte de las “palomas” del manzurismo y del jaldismo, cocinado con la búsqueda de puntos comunes y sazonado con no adelantar los tiempos para debatir candidaturas, los telegramas de miércoles fueron el postre de los “halcones”, para los cuales la convivencia pacífica es el opio de una política alucinógena.

Superado el mentidero de que Manzur sólo manifestaba un apoyo desinteresado y de que Jaldo no aludía a nadie del oficialismo, sólo hay fricciones. Los “te digo - le digo - le dije” de Casa de Gobierno sostienen que la “inquietud” se debió a que, más allá de los “consensos” aludidos, el mismísmo presidente subrogante de la Legislatura, Regino Amado, había firmado el proyecto que impulsan, desde la oposición, el radical Raúl Albarracín y el republicano Ricardo Bussi. El “texto alternativo” (permite la objeción de conciencia de los estatales, fija que la autoridad de aplicación no será el Instituto Nacional de la Mujer sino la Secretaría de Gobierno provincial; y pauta que los contenidos de la capacitación se elaboren en Tucumán con participación de ONG “relacionadas con la temática familiar”) también era acompañado por la oficialista Sandra Mendoza, esposa del intendente de Famaillá, José Orellana.

A ello hay que agregar que, durante la mañana del miércoles que le hizo honor a su nombre, al teléfono de Manzur (lo saben quienes lo acompañaban en una nueva caminata por Banda del Río Salí) llamaron dos ministros nacionales. Uno pedía explicaciones. El otro sugirió que el jefe del Ejecutivo se pronunciara públicamente en favor de la norma.

Los correveidiles del jaldismo, en cambio, interpretan que el gobernador intentó aparecer como el que “ordena” que las leyes se aprueben, llevándose todo el crédito de la norma y desconociendo la tarea sumar voluntades que desplegó el titular de la Legislatura, quien consiguió que Amado y Mendoza retirasen sus firmas del proyecto opositor. ¿Qué sentido tiene si no -argumentan- que se despache “apurando” a la Legislatura minutos después de haber llamado a Jaldo y haber confirmado que la norma se aprobaría? Añaden, justamente, que Manzur no sólo busca congraciarse con la Nación sino dejar mal parado al tranqueño.

Los “gavilanes” manzuristas alertan que la Legislatura actúa como si esta fuera el primer distrito que va a debatir la adhesión a la norma, cuando es lo contrario. Machacan con que no es una ley contra las convicciones religiosas y familiares, sino a favor de la humanidad misma. Y rememoran que la Cámara acaba de declarar a la Provincia en Emergencia por la Violencia de Género. Entonces, concluyen, el Legislativo opera como un poder opositor contra el Ejecutivo, al que intenta retacearle incluso la adhesión a normas indispensables. Porque, alegan, si no hay adhesión lisa y llana, entonces Tucumán no habrá acompañado a la Ley Micaela sino que habrá dictado otra disposición, sólo para desautorizar a Manzur ante la Casa Rosada.

Las aves de presa jaldistas, en sentido contrario, postulan que poca gente sabe que se declaró la Emergencia Provincial por la Violencia de Género porque se sancionó en la sesión que los operadores del manzurismo execraron por el uso de las máscaras sanitarias. Y arguyen que la Casa de Gobierno sólo opera como opositora de la Legislatura, porque si les hubiera interesado alguna vez la Ley Micaela hubieran dicho algo desde que se la sancionó en 2018. Ahora, aseveran, sólo quieren erosionar a la Cámara, exigiendo la adhesión a una ley tan resistida desde diferentes sectores sociales que en dos años no se la pudo tratar.

Y vuelta a empezar.

La cuestión en común es que, por ahora, entre los poderes políticos del Estado tucumano sólo hay “desconfianza”. Igual a las de los tiempos de las monarquías decimonónicas. Y esa palabra, que no se conjura por más compromisos que se pongan por escrito, cabe perfectamente en un telegrama capaz de detonar una guerra por la sucesión del poder.

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