Belgrano rechaza títulos

Una lección de modestia y decoro personal

19 Junio 2020

Entre las distinciones que la autoridad nacional -el Triunvirato en ese momento- otorgó al general Manuel Belgrano por su triunfo en la Batalla de Tucumán del 24 de septiembre de 1812, estaba la confirmación del grado de “Brigadier de los Ejércitos de la Patria”, además de un nuevo título, el de “Capitán General del Ejército”. Vale la pena, para ahondar en el retrato moral que todos tenemos de Belgrano, reproducir párrafos de su nota de contestación, que se conserva en el Archivo General de la Nación.

Está fechada en Tucumán, el 31 de octubre de 1812. Empieza diciendo al Triunvirato que “sirvo a la Patria sin otro objeto que el de verla constituida, y este es el premio al que aspiro, habiendo mirado siempre los cargos que he ejercido... como comisiones que se me han confiado, y que por aquel principio he debido desempeñar”.

Seguía diciendo que el Triunvirato, “tal vez creído de que tengo un relevante mérito” y juzgándolo “héroe de la acción del 24”, le había conferido estas distinciones. “Doy a V.E. las gracias más expresivas, pero hablando verdad, en la acción no he tenido más de General que mis disposiciones anteriores, habiendo sido todo lo demás obra de mi segundo, el Mayor General de los Jefes de División, de los oficiales y de toda la tropa y paisanaje, en términos que a cada uno se le puede llamar el héroe del Campo de las Carreras de Tucumán”.

Afirmaba que “para el bien de la Patria, ni para el buen servicio mío, hallo conveniente el honorífico título de Capitán General; y no veo en él sino más trabas para el trato social, mayores gastos y un aparato que nada importa sino para la vista del vulgar”, Por todas esas razones, añadía, “V.E. me permitirá, haciéndome una gracia, que no lo use (al título), contentándome únicamente con las facultades que me revisten para el cargo que ejerzo y las que me da en sus instrucciones...”

Explicaba que “no era conveniente para la Patria, porque es para aumentársele gastos con el sostén de una escolta que a nada conduce, pues el que procede bien de nada de esto necesita, hallándose resguardado con cuantos le rodean”. Tampoco significaba nada para su buen servicio, decía, “porque es una representación que me privaría de andar con la llaneza que acostumbro, y me aumentaría también gastos que no es posible soportar”.

Terminaba aclarando que, si alguna vez se apercibiese de que ese título “es útil e importante para la sagrada causa que sostenemos, con la misma franqueza de ahora, expondré a V.E. las razones que hubiese para que me lo conceda”.

La carta no necesita comentarios. Encierra una enseñanza de modestia, de decoro personal y de desinterés que no es inútil recordar. Resultaría estimulante verla practicada con más frecuencia en nuestros tiempos.

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