Desde barrio Sur, Belgrano organizó el ejército y también sufrió una traición

La plaza que lleva su nombre resguarda el primer monumento de Tucumán, que él mismo mandó construir; en la zona estaban también su casa y el fuerte.

 LA GACETA / FOTOS DE INÉS QUINTEROS ORIO

Si hay un lugar en San Miguel de Tucumán que está marcado por las huellas de las botas de Manuel Belgrano, ese es barrio Sur. La zona universitaria por excelencia, de la bohemia y de los adoquines, fue uno de los primeros suelos que pisó el general en nuestra provincia y el que le proporcionó una de sus más grandes glorias, la Batalla de Tucumán. En 1812 era una zona rural, campo extenso y virgen, a la vez que cercano a la ciudad.

El sector se conocía como Campo de las Carreras y es donde se emplaza hoy la plaza Belgrano. Fue escenario de una capítulo decisivo. “Y de magnitud no local, ni nacional. La Batalla de Tucumán es un acontecimiento de escala americana”, define el historiador Facundo Nanni. Cinco años más tarde, Belgrano mandaría construir ahí la pirámide que se conserva hasta hoy, y que es el monumento más antiguo de Tucumán.

Tras esa primera estadía en 1812, Belgrano, el héroe desconocido hasta ese momento por los tucumanos, sigue rumbo al norte, hasta lograr su siguiente conquista, la Batalla de Salta, en 1813. Pero los vientos de la guerra no le fueron favorables en Bolivia, con los reveses de las batallas de Vilcapugio y Ayohuma. El general partió entonces hacia Buenos Aires y luego a Europa, para reaparecer nuevamente en Tucumán al mando del Ejército del Norte, en el año clave de 1816.

 HISTORIA LOCAL. Facundo Nanni es historiador e investigador, especializado en el siglo XIX. HISTORIA LOCAL. Facundo Nanni es historiador e investigador, especializado en el siglo XIX.

En agosto, con la Independencia ya declarada, Belgrano se instala de manera permanente en Tucumán por los próximos tres años. Al general se le asigna una casa humilde y despojada, más similar a un rancho que a una vivienda de un alto mando militar, ubicada cerca del fuerte La Ciudadela, construido en 1814 por orden de José de San Martín para defender la ciudad ante una posible invasión del norte.

“Ni Belgrano ni Tucumán son los mismos en 1816. Tucumán ya es una provincia, desde 1814. Entonces el general inicia una nueva etapa donde necesita apuntalar la disciplina de un ejército prácticamente ocioso, imponiendo rutinas de entrenamiento y práctica de puntería por ejemplo, que se desarrollaban en la zona. El ejército está de reserva, debe estar listo para actuar cuando se lo necesite, pero reinaba la indisciplina”, describe Nanni, investigador del Conicet que acompañó a LA GACETA a recorrer los pasos de Belgrano por barrio Sur.

Tan pintada y tan perfumada de esa zona está la historia de Belgrano en San Miguel de Tucumán, que hasta los naranjos de las calles fueron objeto de la disciplina belgraniana. “Está documentado que el general en jefe del ejército prohíbe a los soldados arrancar las naranjas de la calle para jugar o tirárselas entre ellos, algo que evidentemente hacían, porque si no no hubiese sido necesaria la ordenanza”, cuenta Nanni.

 PIRÁMIDE DE CHACABUCO. Encargada por Belgrano en 1817, es el monumento más antiguo. PIRÁMIDE DE CHACABUCO. Encargada por Belgrano en 1817, es el monumento más antiguo.

Durante esa estadía en Tucumán es cuando Belgrano manda construir en el Campo de las Carreras la Pirámide de Chacabuco, el monumento más antiguo que existe en nuestra ciudad, en 1817. “Era en honor al triunfo de San Martín en Chacabuco, Chile. Era un ícono que permitía enseñar qué era la nación; todos los monumentos a partir de 1810 tienen esa función. Más efectivo que decir qué es una nación es mostrarlo. Es un tipo de construcción alegórica a una victoria, pero que también deja el mensaje de que el Ejército del Norte está en sintonía con el Ejército de los Andes de San Martín. El plan continental es el mismo. Es una pedagogía cívica. Para una zona rural debió ser una construcción bastante impactante”, analiza el historiador tucumano.


La casa belgraniana

Del fuerte de La Ciudadela el tiempo se encargó de que no quedaran ni rastros. Luego de la victoria de 1812, Tucumán se convierte en un punto a proteger sí o sí, el “mínimo límite septentrional”, como lo define San Martín en sus planes. Para eso, y para agrupar al ejército, manda a construir el edificio que le da el nombre al barrio y que se emplazaba en un predio entre las actuales calles Jujuy, avenida Roca, Alberdi y Bolívar.

“En la misma zona estaba la casa de Belgrano, cuando se instala entre el 16 y el 19 en Tucumán. Era una vivienda muy humilde, con lo justo y lo necesario, incluso menos. En repetidas ocasiones Belgrano insiste en las carencias que pasan él y su ejército. Era una campaña con nada de recursos, entonces también él vivía en una humildad absoluta”, describe Nanni, un estudioso de la historia del siglo XIX en esta parte de la Argentina.

En la esquina del bulevar Bernabé Aráoz y calle Bolívar se erige hoy el museo Casa Belgraniana, creado y gestionado por la Municipalidad de la capital. El museo recrea el estilo de vida de la campaña, con los pocos elementos que probablemente hayan acompañado al general del Ejército Auxiliar: un catre, una mesa de luz, una imagen de la Virgen de La Merced.

“No se sabe dónde estaba exactamente ubicada la casa de Belgrano. La única referencia historiográfica es el plano de Felipe Bertrés (1816), que muestra dónde se emplazaban La Ciudadela y el predio donde vivían los jefes. Tampoco hay cuadros ni fotos, como sí la hay de la Pirámide de Chacabuco, que es la famosa foto de Ángel Paganelli (1872). Sí se sabe, en cambio, que tenía un modo de vida muy despojado”, explica Jerónimo Sáenz, director del museo municipal. Ni el lugar ni la casa, entonces, son originales, pero ayudan a entender cómo era Tucumán en 1816.

El héroe de la batalla de 1812 fue bien recibido en Tucumán cuando regresó para la Declaración de la Independencia. Pero con el paso de los años, su insistencia con la disciplina de los soldados (que no podían usar ni poncho ni participar de las tertulias de la sociedad), más las fricciones de poder internas de Tucumán, hicieron que la despedida de estas tierras no fuese la esperable. “Son sus propios oficiales los que a fines de 1819 lo capturan y lo llevan preso desde esa misma casa donde casi termina por morir, porque estaba muy enfermo. Tucumán lo recibió muy bien a Belgrano, pero también tuvo sus desencuentros, principalmente con Bernabé Aráoz, que luego de esa sublevación vuelve a posicionarse como Gobernador de la provincia”, destaca Nanni.

Belgrano partió hacia Buenos Aires en febrero de 1820, con el dolor de su enfermedad (hidropesía) y con el sabor amargo de los últimos días en Tucumán. Cuatro meses después, un día como hoy, se apagaba el fuego de su vida.

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