Hace 40 años nos dejó Manuel J. Castilla
El 19 de julio de 1980 nos quedamos más solos, sin el gran poeta, voz viva del Norte y activo colaborador de LA GACETA Literaria. El duelo fue en su Salta, donde había nacido, nada menos que en Cerrillos, el 14 de agosto de 1918, y cuyo suelo sólo iba a dejar muy rara vez.
Por Rodolfo Alonso
PARA LA GACETA - OLIVOS (Pcia. de Buenos Aires)
Ya desde un comienzo se presentía su canto como personal, como propio, y con Copajira (1949) cuaja una intensa presencia social y humana sin traicionar su lirismo. Es a partir de poemas tan logrados como Los árboles o Chaco, incluidos en La tierra de uno (1951), que Manuel Castilla se ha topado con el timbre y medida de su voz, con la gravedad y densidad de su lenguaje, encarnado en un sentimiento asaz panteísta de su tierra (y de su gente) siempre celebrada pero, a la vez, como si se moviera por el filo de un cuchillo, también preservada de toda retórica, de todo superficial regionalismo, de toda excrecencia ajena a la pura pasión despertada por su telúrico asedio.
La gran poesía de Manuel Castilla se sostiene aún como organismo fecundo y cambiante. No sólo latente, sino capaz de sorprendernos. Ya desde un punto de vista digamos literario, si eso puede lograrse, es dable sospechar que, siendo contemporáneo de la generación del 40 (y no sin tomar muy en cuenta su acendrado aquerenciamiento en los aconteceres esenciales y existenciales de nuestro Noroeste ya desde el legendario grupo La Carpa), ciertos giros y donaires del corazón y de la lengua, cierta amplitud de registro y de elocución, lo emparientan de alguna forma, y con seguridad sin proponérselo, no sólo con aquella visión de nuestra supuesta melancolía y nuestro paisaje que ya venía manando de Ricardo E. Molinari. También, entre los más perdurables y prometedores de la mencionada generación, lo ubicarían por ejemplo más cerca de Enrique Molina y un poco más lejos de Olga Orozco, sin olvidar lo que comparte a fondo, y todo esto sin dejar de ser uno, y hasta único, con otro norteño labrador y poco complaciente, el singular catamarqueño Luis Franco.
Hay una entrega a las potencias del lenguaje y de la tierra que, a mi modesto entender, si se dan cabalmente en Manuel Castilla con personalidad a la vez emblemática y original, no deja de hermanarlo en un aura común, en una exigente fraternidad, en una iluminadora constelación, con otros grandes artistas argentinos de la palabra. Esa palabra que en él se da también como una amplísima respiración del lenguaje y de la tierra. Pero que, como no podía ser de otro modo, tratándose de quien es, erige asimismo a la vez esa modernísima evidencia de una prosa musical y flexible, límpida y entrañable, de alguna manera en el espíritu del genial Baudelaire de los Pequeños poemas en prosa, que Castilla nos mostró como riquísima evidencia en su indeleble De solo estar (1957) .
Para concluir como se debe, mentemos ese poema para mí memorable, Almacén, que tanto me conmovió cuando lo vi publicado por él en este mismo suplemento literario, como un relampagueante atisbo de su propia muerte, que me hizo temer con razón como inminente, y en la cual volvía a recurrir a una metáfora deliciosa y feroz:
Aquí en el suelo y en silencio, quieto, el pan de sal /
espera la caricia de la lengua del buey que lo disuelva. /
Cuando eso ocurra, yo tampoco estaré sobre la tierra.
© LA GACETA
Rodolfo Alonso – Poeta, traductor, ensayista. Su último libro es Ser sed, poesía reunida 1993-2018 (Eduvim, Córdoba, 2019).
Lejos *
Por Manuel J. Castilla
PARA LA GACETA - SALTA
¿Qué diente de la tierra
la deshace por dentro?
¿a qué recuerdo se va yendo?
Cuando anochezca rosa
saldrá la luna desde el cementerio
con toda la mujer
hueso por hueso.
© LA GACETA
* 27 julio de 1969.