Elemental, Winston

La sanción contra el camarista Pedicone expone que la Corte está dividida. La mayoría y la minoría del alto tribunal no reparan en los errores propios. El magistrado puede callar, puede contestar y hasta puede tirar del mantel.

“Es bueno para un hombre sin educación leer citas”. Me encontré con esa frase arrumbada en un viejo apunte y empecé a buscar frases de este inglés al que nunca había valorado por prejuicios ridículos. De repente, envuelto en los vahos de la ignorancia apareció una que dice: “este no es el final de la guerra, ni tan siquiera el principio del fin. Es, tal vez, el final del principio”. Este juego de palabras de Winston Churchill -a quien uno suele recurrir para entender algo del juego político y de la diplomacia- tal vez ayuden a entender qué está pasando en los tribunales tucumanos.

El camarista Enrique Pedicone fue apercibido por la Corte Suprema de Justicia por haber actuado cuando no debía, aunque él aclaró que su actuación era “estéril”; y también fue apercibido por no darse por notificado cuando fue notificado como no debía ser notificado.

En este galimatías se vieron enredados los vocales de la Corte Suprema de Justicia de la provincia y decidieron tomar cartas en el asunto. En una arriesgada acordada resolvieron sancionar con un apercibimiento al magistrado. “La vida está llena de oportunidades para mantenernos callados”, dicen que alguna vez dijo Churchill.

La sanción dividió a la Corte: Por un lado, los vocales Antonio Estofán, Daniel Leiva y Eleonora Rodríguez Campos; y, por el otro, Claudia Sbdar y Daniel Posse. Los primeros no tuvieron dudas en castigar a Pedicone, quien hizo una audiencia en el pasillo al encontrar la sala cerrada por orden de la Corte; y al haber tenido la respuesta de un relator de la Corte (no una resolución) sobre la posibilidad de estar en actividad, hecho que se daba de bruces con la decisión de la Corte de poner en feria a ese fuero. Todo esto devino en demoras a la hora de brindar justicia a un ciudadano que había abierto un bar en cuarentena y al que el lombrosiano fiscal Carlos Picón le había puesto una multa exagerada. Sbdar y Posse, en minoría, prefirieron averiguar sobre la notificación al camarista.

Definitivamente, por mayoría nos enteramos de que Pedicone es un magistrado indecoroso e indigno.

Churchill sugiere que “no hay que darse por vencido, salvo ante las convicciones del honor y del sentido común”.

Y será por eso que este apercibimiento es el principio del fin. La respuesta del camarista que viene de una larga experiencia en la política –fue legislador e intendente antes de rendir examen para ser juez- no será precisamente el silencio. Sin dudas no se apoya en sus conocimientos de Derecho, que más de una vez fueron críticados. El magistrado está dispuesto a dar pelea con argumentos que aprendió bien de la política y no de las bibliotecas de los jurisconsultos. “Puede que tenga que luchar cuando no haya esperanza de victoria, porque es mejor perecer que vivir como esclavos”. La frase es del ex primer ministro inglés, pero describe el estado anímico del juez que hasta ahora ha callado ante la consulta de la prensa (“sin comentarios es una expresión espléndida. La uso una y otra vez”, solía repetir el inglés), pero no ante oídos curiosos que lo interpelaron.

El conflicto tiene eco

“En ocasiones, los hombres tropiezan con la verdad, pero la mayoría se levanta y se va corriendo como si nada hubiese pasado”. La frase encontrada entre las miles de expresiones de aquel viejo político sirve de guía para tratar de entender qué está pasando en la Justicia. Pedicone viene teniendo actitudes (“las actitudes son más importantes que las aptitudes”, recitó el británico) que indudablemente molestaron más de la cuenta a algunos cortesanos. Por eso este apercibimiento, más que una sanción, parecería ser una simple advertencia amistosa, que en el lenguaje de la política buscaría encolumnar o buscar cierta previsibilidad en la conducta del magistrado. El riesgo es que si se tratara de eso, como se comenta en los pasillos tribunalicios, la mayoría sancionatoria de la Corte se habría equivocado de lugar, ya que la Justicia debería tener menos influencia política y más independencia. El indecoroso magistrado tiene algunos días para responder a esta sanción o simplemente darse por anoticiado de este mensaje, como le habrían aconsejado proceder colegas amigas.

Pero no sólo voces de la Justicia se acercan al hombre acusado de actuar sin “honor, respeto, reverencia que se debe a una persona por su nacimiento o dignidad”. El episodio llegó hasta la Casa de Gobierno, que ya demasiados problemas tiene con el coronavirus, con sus propias disputas palaciegas y con los que hablan en otros poderes en su nombre. Según un interlocutor que camina cerca del gobernador, Pedicone podría tirar del mantel. “Un hombre inteligente no comete todos los errores él mismo, sino que le da la oportunidad a los demás para que también lo hagan”. En ese tablero descripto por Churchill se desarrollarán las próximas jugadas.

Esta disputa, que aparece dibujada también en el terreno del honor y de la conducta y de la política, encuentra al camarista en soledad; y a la Corte, dividida. Aparentemente, a juzgar por las resoluciones, se ven diferencias entre Estofán y Sbdar. Ha quedado una mayoría (Estofán, Leiva y Rodríguez Campos) vs. una minoría (Sbdar y Posse). La mayoría dice que hay que apercibir al camarista; la minoría, que hay que investigar al relator de Leiva que “notificó” a Pedicone. La mayoría no habla de un error del relator, la minoría no habla de un error del camarista. La mayoría mira el hábeas corpus que se demoró; la minoría, las capturas de pantalla por las que se notificó a Pedicone.

“Aunque la estrategia sea hermosa, ocasionalmente deberías ver los resultados”, aconsejaría a todos el inglés.

Harina de otro costal

“La política es la habilidad de predecir lo que pasará mañana, la próxima semana, el próxima mes y el próximo año. Y, después tener la habilidad de explicar por qué no pasó”. Esta máxima de Churchill no sabe de pandemias. O, en todo caso, la política no logra explicar por qué pasó lo que pasó por estos lares.

Desgraciadamente, el incremento notable de contagios de coronavirus ha abierto la peor grieta, más grave aún que los conflictos palaciegos de los tribunales que también se ven afectados por el virus de la parentela que tanto los desconcierta. La pelea entre ciudadanos y responsables de la salud que están avocados a cuidar a los enfermos y a lidiar con el virus inmanejable ha entrado en un terreno de intolerancia. La violencia le ha vuelto a ganar la pulseada al sacrificio. La discusión es más “estéril” que la audiencia que hizo Pedicone, pero trae tanta o más cola. El agente sanitario que fue bajado de un ómnibus por cumplir con su trabajo, o la directora del hospital Padilla que salió de su casa para ir al médico y fue escrachada, sólo pueden sentir frustración y desilusión.

La gota que derramó el vaso fue la decisión de volver atrás unos pasos por el aumento incontrolable de casos. “La culpa la tuvo la gente” vs. “La culpa, la tienen las autoridades que tomaron las decisiones en los momentos equivocados y ahora nadie les cree”. En esa disputa se trenzó esta sociedad agrietada. Los argumentos se desparramaron en las mesas de bares que estuvieron atestadas el viernes a la noche como si se viviera el fin del mundo.

El blanco de las protestas fue la ministra de Salud, Rossana Chahla, quien escuchó todo tipo de críticas e improperios hacia su persona después del cierre de bares y gimnasios. El daño económico ya es incalculable y la medida fue letal. Durará 15 días, aparentemente, y todo está sujeto al comportamiento de los tucumanos. Sin embargo, afecta la popularidad de un gobierno que desnuda cierto nerviosismo en los últimos tiempos. Gozó de ser la autoridad suprema y ahora, cuando las papas queman, piden que los demás intendentes y autoridades pongan la cara. Y estos no sonríen, precisamente. Quien sí quedó conforme fue la misma ministra de Salud: ella, tras la movilización que se hizo prácticamente en su contra pese a que el titular del COE es el propio gobernador Juan Manzur, recibió el respaldo fortísimo de muchos políticos. Algo inusitado en estos tiempos durante los que el aval suele ser únicamente para el gobernador, sólo por tener la suma del poder.

“Las críticas no serán agradables, pero son necesarias. Cumplen la misma función que el dolor en el cuerpo humano. Llaman la atención de un estado de cosas no saludables”, enseña Churchill. Y seguramente están los quieren aprender... y también los que no. Estos prefieren echarle la culpa a la prensa de lo que les pasa, en vez de revisar sus yerros. Ejemplos sobran en la política nacional. Allí no aprendieron que cuando se construyó con consenso, las imágenes públicas crecieron hasta las alturas; mientras que cuando se profundizó el disenso se oyeron bocinazos. Algo parecido ocurre en la Justicia provincial, donde algunos actores son insensibles a la crítica.

“El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”, dice un libro de citas que dijo Churchill. Pero eso es harina de otro costal. ¿O no?

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