Opulencia, ayer y hoy

Por Julio Saguir, docente y funcionario - autor de "Una grieta de doscientos años"

04 Septiembre 2020

Según datos del INDEC sobre la pobreza en el último trimestre de 2019, de las 14 provincias históricas que formaban el país allá por 1820, 11 de ellas están por encima del 35%, dos por encima del 30% y una sola, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, apenas por debajo del 15%. Esta estructura de distribución territorial de la riqueza ha permanecido a lo largo de 200 años. Es la que encontraron nuestros Padres Fundadores cuando se reunieron para organizar el país en los Congresos de 1816-9 y 1824-27.

En ese entonces, aquellos representantes que debían escribir una Constitución para formar la unión de los pueblos encontraron -entre otras- dos características del país que debían formar. Por un lado, Buenos Aires era el centro económico de la región, producto de los ingresos que devenían de la posesión del único puerto de la zona. En términos del diputado Mansilla, de Entre Ríos, Buenos Aires tenía “lo que importa”: el puerto. Pero por otro lado, esto no solo hacía a Buenos Aires destacada y rica, sino que la diferenciaba notablemente frente a la pobreza de las restantes provincias que debían formar la unión. En términos recientemente utilizados por el presidente de la Nación, la “opulencia” de Buenos Aires contrastaba frente a la evidente escasez y carencias de los otros pueblos “hermanos”.

Nuestros Padres Fundadores percibieron con suma claridad el problema. Pero la “opulencia” de Buenos Aires no solo era económica. Aquellos Fundadores también advirtieron que Buenos Aires era el centro de “las luces”. Su elite conformaba aquello que el diputado Gorriti llamaba, con notable precisión, “la aristocracia provincial”. Aquella que desde la Revolución tomaba las decisiones para el resto del país y buscaba influir críticamente en su organización.

El poder político de Buenos Aires se sostenía en su riqueza económica e intelectual, largamente superior al resto de las provincias. Por esto los Fundadores la percibían desde aquel entones como la “capital natural”, “de hecho” de las Provincias Unidas. Y por esto es “que estando el Congreso en la provincia de Buenos Aires, está precisamente bajo el influjo del poder en la misma provincia”, concluía Gorriti.

Esta diferencia estructural, producto de geografía y decisiones históricas, condiciono severamente la posibilidad de formar la unión en nuestro país, por lo menos, durante 50 años. El problema era que debido a aquella riqueza, Buenos Aires tenía dos “fortalezas”: era la única provincia que podía subsistir por si misma, si la unión no se formaba; y segundo, la única que podía sostener la organización de toda la unión. Las provincias no tenían tal fortaleza. Solo tenían un “arma”: vetar, por su número mayoritario, o por la fuerza de las “lanzas”, cualquier propuesta de unión que no fuera acorde a sus intereses. Este conflicto se dirimió, en 1859, en los campos de Cepeda. Buenos Aires fue forzada a la unión, pero su “fortaleza” le permitió establecer condiciones adecuadas para tal ingreso.

La Constitución representativa y federal, y la “capitalización” de Buenos Aires, no pudieron solucionar los problemas de desigualdad territorial antes mencionados. Es demasiado conocido el problema económico generado alrededor de la “geografía” del puerto y sus consecuencias respecto a una distribución más equitativa de los recursos territoriales.

Lo que ha sido menos estudiado es una consecuencia –posible y a ser confirmada con datos fehacientes- provocada por la “capitalización” respecto a la influencia de aquellas “luces” de Buenos Aires que percibían los Padres Fundadores en el seno de la Nacion ahora formada. La “burocracia nacional” que pasó a conformar la organización de base de la toma de decisiones para el país está básicamente constituida por mujeres y hombres formados y educados en la región del área metropolitana de la ciudad “capital”.

En muchos sentidos, la burocracia “nacional” que estudia, prepara y sostiene tales decisiones en el país recuerda mucho “el influjo del poder” de aquella “aristocracia provincial” que destacaba Gorriti. Como decían los diputados Paso y Castro, de Buenos Aires, un problema critico que tenían las provincias para resolver el problema de la organización, es que “miraban” el país desde su localidad. No podían ver el “todo”, solo una “parte”; no consideraban el “interés general”, solo el “particular”. Por lo mismo, hay motivos para pensar que muchos gobiernos elegidos a lo largo de nuestra historia se han sustentado, sostenido y -quizás- decidido sobre percepciones y “miradas” del país provistas por una “parte”, sugeridas desde un “interés particular”. Es posible que las “luces” de Buenos Aires sean aun las que “iluminan” y deciden los destinos de la Nación.

Si esto fuera cierto, entonces la opulencia no es solo un problema de distribución de riqueza. Sino de quién, cómo y desde donde se observa, analiza y decide tal distribución.

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