Nadie puede acordar con los linchamientos; no sólo implican un retroceso de milenios sino que son peligrosos también para los linchadores desde que nada ni nadie establece la fehaciente culpabilidad del linchado. Mañana puedo ser yo porque me confunden con el delincuente real. ¿Por qué pasa esto? Simple y archisabido: el Estado -en su manifestación represiva y judicial- llega tarde y mal... o no llega. Y la gente está harta de eso. Y hay miles de “Culones” con la misma horripilante historia: niños no queridos, abusados, maltratados, esos que vemos a las 12 de la noche en los semáforos y ante cuya presencia subimos el vidrio del auto; luego la cárcel y el hacinamiento, y otra vez el abuso, maltrato, drogadicción agravada. Nuevamente el Estado ausente que nada hace para que la prisión resulte la posibilidad de volver mejor a la sociedad luego de cumplir la condena merecida.
El abuso de niños no es patrimonio de las clases desfavorecidas, pero las condiciones de vida de víctimas y victimarios contribuyen a agregar más espanto y desesperanza. La inmensa mayoría de nosotros no quiere vivir en una sociedad donde la muerte se pague con la muerte (que no revive al muerto), donde simples ciudadanos hagan (mal) la tarea que incumbe al Estado. Es comprensible que el papá de Abigail crea que ella descansa ahora más tranquila, pero nuestra sociedad no lo está. Nunca ni en lugar alguno los linchamientos acabaron con los males, agregaron uno más a los que ya existían. Si tenemos que hacer lo que el Estado no hace (o hace mal) y recurrir a la “justicia por mano propia” nuestro futuro, como sociedad, es espantoso.
Un mal no resuelve otro mal. La muerte de Abigail fue horrible; no dudo que la vida –y la muerte– de “Culón” también lo fue.