Por Sebastián López Calendino. Observatorio Electoral de la UNLP.
Más de 140 millones de votantes, más de 70 millones de votos para cada candidato presidencial y un mapa de Estados Unidos pintado de rojo (republicano) en el centro y de azul (demócrata) a medida que se aleja hacia las costas. Y además, la victoria de los demócratas en cinco Estados en donde lo había hecho Donald Trump en 2016 (Arizona, Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin).
A este panorama hay que agregarle el voto en pandemia, la movilización del voto afroamericano, los latinos descontentos y un presidente que criticó los sistemas de votación desde el inicio del proceso electoral y manifestó que algunos Estados no permitirían que haya observadores (fiscales, en la jerga de nuestro país) de su partido durante los escrutinios. Son, en conjunto, los ingredientes de una elección que, además de haber sido reñida, ha mantenido en vilo al mundo y ha generado sospechas acerca de la eficacia y la veracidad de los sistemas electorales y de votación no solo en el país del norte sino también en los del resto de la región.
Instituciones creíbles
La democracia estadounidense se sustenta, entre muchos otros factores, en la credibilidad de sus instituciones. Esto incluye la confianza de la sociedad en su sistema electoral y en la multiplicidad de formas de votar que tiene cada uno de los Estados que integran el país (lo que, por otra parte, evidencia un federalismo real y pragmático). Así, no hace mucho, en el 2000, la elección por la presidencia en que habían competido George Bush y Al Gore se judicializó y debió ser definida por la Corte Suprema poco tiempo después. Entonces los ciudadanos no dudaron de la resolución del Alto Tribunal. No quiero imaginar qué pasaría en nuestro país si una elección presidencial fuera resuelta por nuestra Corte Suprema de Justicia.
A causa de la magnitud de la elección norteamericana, que tenía un padrón de más de 230 millones de personas y en la que votaron más de 140 millones (en Argentina, por ejemplo, contamos con un padrón de 33 millones y la participación suele rondar los 26 millones), es plausible que se cometan errores en los escrutinios de algunas mesas de votación. Esto obligó al Partido Republicano a pedir el recuento de la totalidad de los votos en ciertos Estados. (Es interesante señalar que algunas legislaciones estaduales establecen que para solicitar el recuento hay que pagar U$S 1 por voto. Por eso los republicanos solicitaron donantes después de la elección: para poder hacer el recuento en lugares donde la diferencia entre Trump y Joe Biden fue mínima).
Sin embargo, por fin Biden logró la misma cantidad de electores al Colegio Electoral (306) que había obtenido el actual presidente en 2016.
Nuevas demandas
Si bien los ciudadanos norteamericanos aún creen en su sistema de votación, ya cuestionan algunas de sus costumbres electorales más arraigadas, como, por ejemplo, la de votar un martes. Un movimiento que cobra cada vez más relevancia propone sufragar un domingo, tal y como ocurre en la mayoría de los países occidentales. Los miembros de este movimiento sostienen que si se votara un domingo, no sería necesario hacerlo por correspondencia.
La elección de noviembre tiene ahora un cronograma fuuro que seguir: primero, la aprobación por cada Estado de los escrutinios; luego, la reunión del Colegio Electoral (sistema que se aplicó en Argentina hasta 1994), y finalmente la asunción del presidente electo el 20 de enero de 2021.
De EEUU a Latinoamérica
Ahora bien, como ya anticipé, en la región los procesos electorales fueron discutidos varias veces durante los últimos años, muchas judicialmente. El caso más reciente es el de Bolivia, zanjado por el resultado abrumador de la elección donde se consagró el nuevo presidente, Luis Arce.
Pero no sólo allí se discute la calidad de la democracia, sino que en Chile las revueltas, la reforma constitucional y la elección presidencial del año próximo parecen ofrecer una luz de esperanza para el pueblo. Los casos de Ecuador y Perú también resultan controvertidos, aun cuando no se hayan puesto en discusión los resultados de sus elecciones.
En Argentina
Aquí tendremos elecciones el año próximo (espero que con una vacuna y un contexto diferente), pero las nuestras fueron hasta ahora procesos sin mayores complejidades, con la excepción de pequeños casos aislados que no cambiaron nunca el resultado desde la vuelta a la democracia.
Nuestro sistema de votación permite controles cruzados, con la presencia de fiscales de todos los partidos políticos que se presentan a una elección. Los organismos electorales nacionales y provinciales se capacitan constantemente y logran que se lleven a cabo elecciones limpias. Está en nosotros y en nuestra forma de ejercer la ciudadanía educarnos electoralmente, enseñar a los jóvenes la importancia de nuestro sufragio, interesarnos por nuestros sistemas de votación y proponer mejoras.
Al fin y al cabo, nos encontramos viviendo el período democrático ininterrumpido más largo de nuestra historia y por ello debemos sentirnos orgullosos de formar parte.