“La labor del Consejo de Difusión Cultural fue de un valor incalculable”

Oriunda de Aguilares, la asistente de dirección teatral evoca el trabajo de formación artística de ese organismo en el interior, que Antonio Bussi desarticuló durante la dictadura militar.

TEATRISTA DE AGUILARES. “El teatro permite conocer la cultura de los pueblos”, sostiene Bubú Pinto. TEATRISTA DE AGUILARES. “El teatro permite conocer la cultura de los pueblos”, sostiene Bubú Pinto.

Conocer, recordar el pasado, nos permite muchas veces saber dónde se está parado en el presente y apreciar si los cambios durante el transcurso del tiempo fueron los acertados. En materia cultural, las ciudades del interior tucumano experimentaron un momento de crecimiento a partir de las políticas del ya legendario Consejo Provincial de Difusión Cultural. La música, el teatro, la literatura, las expresiones visuales, florecieron con inusitado entusiasmo. “En los 60, Gaspar Risco Fernández presidía el Consejo. La gente de la clase media que sostenía el Club Social de Aguilares, era gente que leía; de noche, nosotros hacíamos teatro y leíamos, nos prestábamos libros, los comprábamos entre todos y los hacíamos circular. Estaba el cine Gardel, donde se veían muy buenas películas; veníamos a Tucumán a ver los estrenos. Cuando estaba Boyce Díaz Ulloque o había función en Nuestro Teatro, veníamos todos los sábados en dos o tres autos a ver las funciones; hemos visto todo el teatro de Tucumán”, evoca Bubú Pinto -pocos la conocen como Lucrecia-, que vio el amanecer en la Ciudad de las Avenidas. Detrás de su vitalidad y belleza, se ocultan sus fecundos 81 años: fue actriz, asistente de dirección teatral, secretaria en una escuela; trabajó en el Comité Nacional de la UCR y en un importante bufete de abogados de la Capital Federal; reikista, tarotista, y pudo haber sido médica (comenzó a estudiar siendo mayor), si no hubiese desertado en el último año.

- ¿Cómo era el Aguilares cultural de tu juventud?

- Dentro de todo lo que eran los pueblos del sur, era muy importante. Cada ciudad tenía una característica. Por ejemplo, Concepción ganó importancia cuando llegaron los tribunales; tenía un comercio fecundo. Aguilares era chico: ahí crecieron mi padre, mis abuelos… Había un club social muy importante, tenía su piano de media cola que compró un hermano de mi abuela, se lo usaba y se lo cuidaba. Era un edificio hermoso, hacíamos fiestas, teníamos un círculo literario, veíamos películas como “La Dolce Vita”; hacíamos teatro. Cuando decidimos que hubiera un taller de teatro -quisimos que el director fuera Oscar Quiroga, porque les enseñaba a las maestras-; vine a la ciudad a pedirlo a él al Consejo de Difusión Cultural. Me dijeron que no y me lo impusieron a Hugo Gramajo (padre); en Aguilares, él era un desconocido. Cuando llegó, yo ya tenía una planilla enorme hecha, había recorrido todos los barrios de la ciudad, casa por casa. Iba acompañada de los presidentes de cada barrio, había hecho un listado con todos los que querían hacer teatro, tenía 80 personas inscriptas. Le dije: “yo no quiero hacer teatro con la gente de la clase media, sino con la gente de barrio”. Era 1969. Él se quedó asombrado y dijo: “bueno, esa es la idea”.

- Pero no solo en teatro les mandaron esas asistencias artísticas…

- Bueno, ya teníamos coro; lo mandaron a Salvador Rimaudo. Era hermoso, teníamos como 80 voces, nos hizo cantar el Himno y él iba caminando, mientras señalaba y decía “¡afuera, afuera!”, y así seleccionó la gente, porque eran muchísimos. Había expresión corporal; la Carmencita Hernández enseñaba pintura, había un taller literario… Todo fue a partir de la idea de Risco Fernández y de lo que aportaba Gramajo, porque él gestionaba para que Difusión Cultural nos mandara gente… Después, Hugo creó el teatro de Ciudad Alberdi. En Concepción nunca se pudo armar nada en esa época, no tenían una sala teatral, las funciones debían hacerse en el colegio de las monjas… Monteros, más o menos, eran medio celosos de lo que ellos hacían y se quedaron ahí nomás. Había actividad en Simoca, Lules, la gente de Famaillá trabajó muy bien con el teatro.

- Con los certámenes se estimulaba la actividad cultural...

- Se hizo un concurso. Yo ya trabajaba en la comisión de cultura de la Municipalidad, por supuesto, no tenía un sueldo, era vocal. Al crearse el teatro con Gramajo actué con mis hermanos y otros en “Historias para ser contadas”, de Osvaldo Dragún. Primero la estrenamos en Aguilares y después, se hizo una representación final en un concurso en Simoca. Yo era secretaria de la escuela Frías Silva y tuve una iniciativa: me di cuenta de que había chicos que no estaban muy bien en algunas asignaturas por distintas razones. Pensé que se los podía ayudar y le propuse a Gramajo poner un teatro para niños. Hice un relevamiento en los tres turnos de la escuela, seleccioné a todos los chicos de 11 a 13 años, que tenían problemas, y hablé con las maestras. En la Municipalidad, gracias a que estaba Lorandi de intendente y otra gente amiga, hice hacer cuerpos geométricos en grande: cilindros, cubos, de distintos tamaños, con eso los chicos armaban la escenografía. Ellos crearon una obra… eso se perdió. Después hice una evaluación y los chicos habían progresado, los hacía pintar, se llamaba taller de expresión infantil, que incluía iniciación literaria, para incentivar a los que tenían problemas en el aula y al final, hicimos una función de esa obra. Luego Edith Sesma continuó con el teatro. Todo eso hicimos en la época de Difusión Cultural. En 1969, Gramajo estrenó con su Teatro Estudio, con Cástulo Guerra, Ricardo Salim, Marina Bertelli, Mauricio Semelman y Vicente Tejerina en “Ceremonia para un negro asesinado”. En el verano, hicimos una gira, pagada por Difusión Cultural. Como Maririna no pudo viajar, la reemplazó mi hermana, la Negra Pinto: fuimos a Salta, primero en la capital, luego en el interior; pasamos a Jujuy. Cruzamos a Bolivia por el Bermejo, llegamos a Tarija, fue una experiencia importante.

- A la luz de ese pasado vivido, ¿cómo percibís la actualidad?

- Se ha perdido la función que tenía en esa época Difusión Cultural porque con Gaspar Risco Fernández era un lujo realmente, una persona muy abierta, todo lo que se ha hecho en esa época en materia cultural, nunca más. Ha sido una inversión en cultura extraordinaria, entonces no nos dábamos cuenta, a cada lugar mandó equipos con gente de primera línea para literatura, pintura, teatro… La idea era formar gente, no hubo cosas inconclusas, se llegó hasta el final.

- Antonio Bussi desarmó el Consejo en 1976 y no se lo volvió a reflotar después de la dictadura.

- Sí, luego lo podrían haber vuelto a armar, la infraestructura estaba. Antes, aparte de las direcciones de Cultura -yo pertenecía a la de Aguilares-, lo que ha hecho Difusión Cultural con los profesores que mandó todo el año, fue de un valor incalculable. Lo que hizo Risco Fernández no ha sido reconocido como debería ser.

- ¿Para qué sirve el teatro?

- El teatro permite conocer la cultura de los pueblos, la evolución de la humanidad. A raíz de este conocimiento que el Estado tiene la obligación de dárselo al pueblo, han surgido grandes artistas. Lo que ha producido la Facultad de Artes de la UNT ha sido maravilloso, no sé ahora. En mi vida, el teatro ha sido la apertura para mi libertad, a partir de que he conocido el teatro me he dado cuenta de que yo vivía en Aguilares bien, dentro de una familia de clase media con cierta cultura, pero me he sentido libre con él. Transitarlo, vivirlo, a pesar de que nunca he sido una actriz, aunque haya actuado, todas las puertas que se me han abierto en la vida para sentirme yo a partir del teatro.

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