Un antiguo relato que se transmite de boca en boca cuenta, para esta época, los preparativos del año viejo que empieza a despedirse. El año viejo está cansado de tanto trajín, tiene la espalda encorvada, le creció la barba color ceniza hasta la altura del pecho. Camina lento y ya no tiene las mismas fuerzas de sus primeros meses. Ha recorrido un largo camino y sabe que está llegando a su fin.
Empieza a guardar en las valijas todo lo que le pasó durante cada una de las semanas, de los días, de las horas. Como es costumbre, el año viejo debe guardar todas sus cosas en cada una de las valijas, pero sin mezclar. En una valija guarda las malas; en otras, las buenas, y en otras las alegres y en otras las tristes y así, cada cosa en su lugar. Por supuesto que algunas valijas pesan más que otras.
El año viejo se mueve lento, le duelen los brazos al cargar las cosas. Tiene las piernas más flojas: cada hora que pasa se pone más débil, porque está en plena partida. El año viejo sabe que ha sido muy difícil para muchas personas. En el futuro, cuando alguien lo recuerde no será muy grato. Lo sabe muy bien el año viejo y por eso sus movimientos son lentos, porque tiene menos fuerzas, pero también porque está lastimado por tanto daño causado durante su tiempo.
A nadie le gusta que lo recuerden por tragedias, pero este viejo año sabe que será recordado como el año de la pandemia. Un año en el que se separaron muchas personas: las familias, los amigos, los afectos tuvieron que cortarse durante meses. Fue tan duro este año que las personas ni siquiera se podían abrazar. Los abuelos dejaron de ver a sus nietos, las madres no podían reunirse con sus hijas, los hermanos no podían reunirse y apenas debían conformarse con mirarse unos a otros a través de una pantalla del celular. Otros partieron de esta vida sin poder ser despedidos, en la más absoluta soledad. Estaba prohibido acercarse.
Quienes aman viajar no pudieron salir. Quienes trabajan en la calle debieron encerrarse. Muchos tuvieron que bajar persianas. Otros tuvieron que inventarse nuevos oficios para sobrevivir. El año viejo sabe que muchas personas sentirán un sabor amargo de nostalgia, y duelo cada vez que alguien lo mencione en una sobremesa. Por eso también trata de armar las valijas lo más rápido posible. Le gustaría irse casi sin hacer ruido y sin que nadie lo notara. Pero es imposible: su nombre está en la memoria de muchos, aunque para mal, este 2020 queda registrado en su paso por la historia del mundo y eso no se puede borrar.
En estas últimas horas de vida, el año viejo carga sus valijas con la pesadumbre de la culpa en la espalda. Cierra una valija repleta y abre otra para seguir cargando las cosas. Son muchas valijas y muy pesadas, pero debe llevarse todas sus cosas por más que le pesen, le duelan o le hagan sentir un cargo de conciencia. Es su deber partir con todo y dejarle paso al nuevo año que vendrá con el ímpetu de una nueva etapa, de un nuevo comienzo, que no está escrito, que debe ser escrito por cada una de las personas. Cada quien sabe lo que el año viejo ha dejado en su derrotero y cómo la balanza se inclina hacia un lado o el otro, pero es momento también de abrir los brazos, extenderlos, con las palmas de las manos hacia arriba para recibir al año nuevo que está por llegar como un bebé recién nacido, sonriente, cargado de vida, dispuesto a empezar su propio camino.