No nacieron liderazgos fuertes

La grey cristiana renovará esta noche su fe y su esperanza a partir de la conmemoración del aniversario del nacimiento de Jesucristo. Esperará hasta el primer minuto de mañana para brindar con la mirada puesta hacia el cielo y el corazón abierto a que todo mejore, de la mano de la liturgia que pregona que Dios envió a su propio hijo a la Tierra para salvarnos.

¿La clase dirigente tendrá su Navidad?

El año de la pandemia marca a esta celebración con pesares profundos por las muertes que generó el coronavirus, por los daños en la salud de los que se contagiaron pero sobrevivieron y por lo hondo que caló en la economía y en los indicadores sociales. También dejó en evidencia a políticos que mostraron un liderazgo tibio, que en algunos casos pareció ser firme, pero que luego se fue condicionando por yerros propios o por trabas impuestas por sus respectivas estructuras. Alberto Fernández abordó la llegada de la covid-19 a la Argentina con templanza y entereza. Transmitió tranquilidad e ideas claras a los argentinos, que escuchaban atentos sus palabras y el plan de la administración nacional para hacerle frente al bicho que ya había hecho estragos en Europa. El Presidente llegó a tener índices de imagen positiva y de adhesión del 80% promedio en ese momento. A ese capital lo dilapidó como Mauricio Macri a su tan anunciado segundo semestre de brotes verdes. Fernández fue víctima de la confianza que supo generar, pero que no pudo -o supo- sostener, y de la debilidad que le insufló la misma persona que le permitió llegar al poder: Cristina Fernández de Kirchner. La vicepresidenta horadó la gestión de su ungido como gota de agua a la piedra. Lo hizo con la discreción y la persistencia suficientes como para que su acción pasase casi desapercibida, hasta que su afán de protagonismo la empujó a sentar postura públicamente. Marcó errores de la gestión, exigió cambios en el Gabinete e impuso modificaciones en la agenda presidencial. Perdió Fernández, pero también la Argentina toda, paralizada al lado de sus líderes que priorizaron el “no enojar” al socio político por encima de la acción por el bien común. Cristina manda y lo dejó en claro, ante un Presidente que optó por esquivar el quiebre. O, lo que es peor aún, se sabe sin los recursos necesarios como para enfrentar a su vicepresidenta. El albertismo ensaya planes para que su líder finalmente nazca, pero hasta aquí no se vislumbra que ello pueda suceder, con un entorno cristinista -como Eduardo Valdez- que le marca la cancha y le pone límites públicamente. Habrá que ver si las elecciones de medio término aportan cordura en el oficialismo nacional, de la mano de la necesidad de una victoria que no mine el camino de las presidenciales de 2023.

Esos yerros propios del Gobierno nacional permitieron la resurrección de la dispersa y golpeada oposición. Macri resucitó de entre los muertos. En esa tumba había caído tras la derrota en las urnas del año pasado. El ex presidente teje nuevas alianzas, reagrupa a quienes supieron seguirlo y arma otras coaliciones ante el descontento que percibe hay en un sector de la sociedad. Y en el propio peronismo. No fue casual que en la reunión que mantuvo con un par de centenas de dirigentes (en su mayoría tucumanos) mencionara la importancia de la pata peronista. Fue una invitación, como la que extiende a partir de la discusión por la legalización del aborto que se está dando en el Senado. Macri quiere arrebatarle al Gobierno esa “victoria” y enarbolar la bandera de la oposición. Y de una importante porción de la sociedad que se opone a “que sea ley”.

Juan Manzur sabe mucho -y siente en su gestión- de la interna entre albertistas y cristinistas. Pasó de ser el “Juancito” que la vicepresidenta despidió con cariño cuando abandonó su Gabinete nacional a no tener diálogo con ella. El gobernador jugó fuerte a favor del Presidente y Cristina se lo cobra en cuotas. Con sutilezas, como bajarle nombres para que acompañen al Jefe de Estado nacional, hasta con muestras fehacientes, como la posibilidad de que el apellido Rojkés aparezca en las listas de candidatos del año próximo. Hay otros hechos que suman ruido. ¿Por qué el gobernador que más hizo por el Presidente recibe menos vacunas (5.750 dosis), en esta primera etapa, que su par de Santiago del Estero (5.900)? Difícil de entender ante una provincia con la mitad de población que Tucumán y con un Manzur cuyo mentor, Ginés González García, está a la cabeza del ministerio que fija la política sanitaria.

La misma senda

En Tucumán el gobernador transitó un camino similar al del Presidente. El experto sanitarista y ex titular de Salud de la Nación se plantó ante el virus cuando la pandemia tocó el país y llevó un mensaje de tranquilidad, con acciones concretas, a los tucumanos. Luego, desapareció. Su figura se desvaneció entre la justificación de que todo lo malo era culpa del virus y la repetición de que su gestión logró mantener el pago de los sueldos al día. Suena a poco para quien se había erigido como líder entre los popes del interior del país, más aún cuando todos sus pares lograron lo mismo: cumplir con la plantilla salarial estatal.

En los dos últimos meses del año, el gobernador salió a recoger las mieles de su aceitada relación con el Presidente y gestionó fondos y obras con los principales ministros de Fernández. Habrá que ver si la cosecha llega el año que viene y si una victoria contundente en las urnas le devuelve aquel lugar que supo ocupar.

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