Trump, con el curso básico del argentino agrietador

Autoritario, soberbio, intolerante, incontrolable; nadie con esos atributos puede ser respetuoso de la ley, menos ser democrático o contribuir a la consolidación de las instituciones con honestidad intelectual, a lo sumo actuará con una falsedad incómoda frente a las reglas impuestas de un sistema o de una comunidad organizada que no soporta; hipocresías humanas. Si se trata de un militante de un espacio partidario será sólo un fanático más que no entrará en razón ni atenderá argumentos ajenos, adornado con orejeras que portará con alegría, satisfecho del lugar que ocupa en la grieta que disfruta: de fomentador de los odios en esas minorías extremistas que solo ven enemigos al frente, no adversarios políticos iguales con los que se puede dialogar y construir desde el disenso sociedades más justas. Peligrosamente son cada vez más; trolls les dicen en el ambiente digital, envenenan, son tóxicos, irrecuperables.

Ahora bien, si esos rasgos de personalidad los porta alguien que logró emerger como líder de un grupo partidario o político, pero que ignora y no reconoce el lugar histórico que le tocó en suerte, y ni siquiera puede dimensionar la responsabilidad social que conllevan sus acciones, sus conductas pueden provocar crisis impensadas en sistemas basados en el respeto a las normas, que pueden concluir hasta en muertes: caso Trump. La humildad no es su talento, y ha demostrado que estadista es un concepto inalcanzable para él, tal vez inentendible; ha devaluado la figura presidencial de una de las potencias del mundo, dañó a su país porque se calzó el traje de agrietador, de fanático, del que no aguanta que la democracia lo sacuda y lo ponga en su real sitio, bajándolo del pedestal que cree que merece.

No soportó perder, le costó horrores reconocerlo, y como soberbio pensará que no sólo EEUU sino el mundo le queda chico, por eso no asistirá a la entrega del mando a Joe Biden. No quiere entregarle el poder, todo un símbolo. Parecido a nuestro país. Hacerlo implicaría un gesto de humildad para consolidar cualquier democracia, y lo rechaza. Irrespetuoso y antidemocrático por donde se lo mire. Demócrata no es, tampoco actúa como un republicano, parece argentino. No del criollo clásico, sino del militante fanatizado por una causa partidaria, personal, egoísta, desprovista de una visión constructiva. ¿Se argentinizó Trump?

Al margen de que el norteamericano ya no sólo significa un peligro para la democracia y las instituciones de su país sino también para el partido Republicano -porque así como mandó invadir el Capitolio puede ordenar a sus huestes fanatizadas a romper con esa tradicional estructura-, hay que observar la crisis política norteña dirigiendo la mirada a los políticos del país que han hecho de la grieta un negocio político y electoral. Un modus operandi para permanecer. Este año los potenciará. En el caso del millonario estadounidense las características personales lo llevaron a la locura de destapar y visualizar una fractura social con la promoción de actos antidemocráticos, porque así es, intolerante y desvergonzado, y encontró terreno fértil en una parte de la comunidad que lo sigue pese a tamaño desvarío. ¿Cómo conducirá a esos desquiciados?, ¿cómo los liderará? No parece que los quiera encauzar para que se sumen como sostenes de las instituciones, sino manejarlos como un ejército para cumplir con sus propias metas, más allá de lo que necesite su país. La antipolítica hecha personaje.

Allá Trump comenzó a cavar una grieta, por el territorio nacional hay necesidad de que la que ya está sobreviva para que los dos espacios que se disputan el poder mantengan su protagonismo como únicas alternativas. Es negocio, político y electoral. Por ende necesitan diferenciarse, mostrarse intolerantes frente al otro, cual si debieran responder a una minoría propia fanatizada, que se moviliza y aplaude las chicanas y las acusaciones cruzadas. De construir juntos, ni hablemos. Que la pobreza siga avanzando y alcance a la mitad de los argentinos; culpar al otro por el fracaso colectivo es el gran deporte nacional.

Si es por la pandemia, las aguas también se dividen entre los que creen que hay aciertos oficiales y los que sostienen que hay más desatino en la política sanitaria gubernamental. Para uno es el éxito, para el otro el fracaso. Compiten por imponer el concepto a fuerza de constancia declarativa: repite, repite, repite, algo quedará. No interesa de que lado está la verdad o la mentira, hay que agrietar y llevar agua -a los convencidos o incautos- al propio molino.

Todo se politiza por necesidad electoral y los fanáticos son los que más rápidos se suben a esa ola y al cántico partidario. Cerca están de batir los tambores propios, sólo necesitan un Trump que dé la orden de atacar y saldrán contentos a dar la pelea cuerpo a cuerpo. ¿Habrá un trumpista agazapado entre los referentes argentinos? Lo que hizo el presidente de los EEUU debería llamar la atención por el peligro que conlleva para la democracia una actitud tan irresponsable como la suya, y sólo por no admitir la victoria del otro, o la derrota propia, y en las urnas. Prefiere decir nos perjudican que reconocer la voluntad soberana. Nosotros. Ellos. Pico y pala para Trump.

¿Tienen los líderes argentinos, o jefes partidarios, o conductores políticos conciencia de su rol protagónico frente al presente, a la historia, de qué tienen que aportar y qué sacrificar para que el país se desarrolle y crezca; y para haya menos pobres? Esos trajes aún esperan dueños.

Las disputas verbales revelan que siguen priorizando la apuesta a la grieta como modo de sobrevivir políticamente, apostando al kiosquito propio y no al gran acuerdo conjunto. Tal vez les teman a esas minorías fanatizadas para las cuales actúan y orientan sus conductas y declaraciones explosivas, porque les son fieles; y no se animen a correr el riesgo de soportar el repudio de esos leales alimentando diálogos institucionales, democráticos, generosos, desprendidos y con una gran dosis de humildad con el adversario. Prefieren fidelizar a los fanáticos, los viejos líderes solían hablar de persuadir.

Pero no. Hasta con la obra pública se desconocen: que la hizo Macri, que venían de la época de Cristina, que era gasto, que era inversión, que pusimos, que discriminaron. Historia de nunca acabar, y que también lleva la impronta de la grieta, más ahora que se acercan las elecciones y que hay que mostrar hechos; no palabras. Quién hizo y quién no. Ya no bastarán los anuncios, tal vez por eso el ministro Katopodis vino a exponer qué se hizo del plan de trabajos propuesto en febrero de 2019, al margen de que la obra pública en sí misma reactiva la economía y tiene un efecto multiplicador en materia de mano de obra y de fuentes de trabajo.

Es una apuesta política, por es a todo o nada la disputa por diferenciarse, es una forma natural de mantenerse agrietados. Desde el oficialismo insisten en que el macrismo trató de perjudicar a Manzur por diferencias políticas y ponen de ejemplo la planta depuradora de líquidos cloacales de Las Talitas. Se inició en mayo de 2013 y se finalizó en 2020, con una parálisis durante la gestión de Macri sostenida en problemas de banderías políticas. Según un funcionario del PE, por $ 70 millones de deuda con la empresa no se arreglaba: en menos de 15 días lo superamos; dijo. Una confesión de Macri en una videollamada reciente con dirigentes locales de Cambiemos tal vez les dé la razón a la gente del Frente de Todos. En esa charla, para mostrar “el salvajismo del kirchnerismo en el poder”, el ex presidente deslizó que él tardó 18 meses en cambiar un director de una oficina del PAMI; algo que el peronismo hizo en sólo 48 horas. En esa charla, al respecto, Macri dijo que aprendieron cómo se maneja el poder y que están mejor preparados para el 2023. José Ricardo Ascárate, vaya por caso, cada vez que puede refuta los dichos del oficialismo y arroja cifras millonarias sobre la inversión realizada por Cambiemos en Tucumán.

Esa confrontación no cesará. Lo que sí pasará en materia de obras públicas y de recursos, en función del año electoral, es que el Gobierno nacional privilegiará a las provincias del norte, del propio color partidario, con más recursos que los que hayan podido tener en el pasado macrista. Lo hará en desmedro, principalmente, de la Capital Federal, bastión de la oposición, que por cierto ya está sufriendo el recorte de fondos nacionales. Engordar a los propios, debilitar a los otros. Manzur quiere aprovechar la bajada de dinero de la Nación a Tucumán en un año que se le presenta complicado para la coalición peronista gobernante. En suma, las elecciones va a poner intolerantes a muchos; que no sea al nivel de Trump, para que no se ponga en riesgo la democracia.

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