El bussismo de la discordia

En el oficialismo juran y perjuran que están más unidos que nunca, dispuestos a enfrentar los comicios que vienen como dignos interpretadores del texto de la popular marcha peronista; todos los compañeros juntos, abrazados y encolumnados, especialmente desde la cabeza: la dupla gobernante, Manzur-Jaldo. El tranqueño lo reafirmó hace pocos días al sostener que el Frente de Todos está más sólido que nunca y que su sociedad con el mandatario está sellada para el tiempo electoral. Mensaje cargado de intencionalidad tanto para los partidarios como para los adversarios. La oposición, en cambio, muestra otra imagen: de fragmentación. Sin embargo, el radical José Cano apostó a reavivar la llama de Juntos por el Cambio; de recuperar el espíritu combativo de la coalición, aunque se cuidó de decir que está unido como otrora; se preocupó más por precisar que es un espacio consolidado políticamente como alternativa de poder en la provincia. Otro mensaje cargado de intención, pero más que nada dirigido a los referentes propios que integran esa gran franja opositora dispersa.

En el Gobierno la cuestión teórica está resuelta, resta que las palabras se verifiquen en hechos concretos, lo que no puede ocurrir más que a través del alumbramiento de una lista de unidad integrada por dirigentes consensuados por el titular del PE y el de la Legislatura, con alguna postulación por encargo y bendecida desde el poder central; léase Cristina. Y en la práctica, también tiene que producirse un hecho que interesa sobremanera al oficialismo: que la oposición tropiece en sus intentos por sellar acuerdos políticos de cara a la votación intermedia -con pretensiones de que eso se mantenga a largo plazo-, para que no germine una fuerza competitiva para el 2023. Por lo que la verdadera apuesta, y trabajo del poder, es apuntalar y fomentar la división del arco opositor, y que ese quiebre se manifieste desde este año.

En el amplio abanico de la oposición hay dos referentes a seguir, uno es el intendente, Germán Alfaro, y el otro es el legislador Ricardo Bussi; cada uno con sus partidos, el PJS y FR, respectivamente. El jefe municipal se distanció de sus antiguos socios de Juntos por el Cambio y el respaldo instititucional que tiene -la intendencia capitalina- lo convierten en un político para prestarle atención, y para dialogar. A Alfaro, lo que le suceda electoralmente este año con el PJS puede marcarlo de cara al 23. Debe medir sus pasos.

Bussi, en tanto, es una figura complicada para los opositores, porque divide, enfrenta, es lo que quedó claro el año pasado cuando su acercamiento a Mariano Campero, intendente de Yerba Buena, alteró los ánimos de más de un correligionario. El apellido Bussi hace mucho ruido en el radicalismo, y ya hubo expresiones que denotan la fractura generacional en cuanto a miradas y opiniones respecto de una posible alianza de dirigentes de la UCR con el líder de FR. Cuando el diputado Cano habla del activo importante de Juntos por el Cambio alude a su actual composición, sin Alfaro, y consecuentemente sin Fuerza Republicana.

Lo único seguro, en cuanto a efectos prácticos, más allá de las especulaciones teóricas, es que tanto el intendente como el presidente de FR pescan en la misma piscina opositora, por lo tanto están compitiendo entre sí para enfrentar al peronismo pejotista. Sólo una elección con todos ellos enfrentados dirá cuál es el peso político de cada uno; si es que llegan divididos a estos comicios o a los próximos provinciales.

A todo esto, ¿qué dice Bussi? Arroja una definición sugestiva a esta columna: si mi persona fuera un obstáculo para la unidad, estoy dispuesto a dar un paso al costado, ya que lo único impostergable es llegar al Gobierno. ¡Que lo firme! Es lo que dirán de un ala del radicalismo. Básicamente, hay referentes del partido de Alfonsín que tiene reparos ideológicos e históricos con el apellido Bussi y lo que para ellos representa el bussismo; pero también hay un sector que desconfía de las pretensiones del legislador. Serían aquellos que apuntan a la “funcionalidad” de Bussi con el oficialismo al presentarse como opción opositora y dividir el panorama de la oposición en varias opciones, ya debilitadas frente al peronismo. Estos dirigentes, en un último caso, de aceptar a regañadientes la sociedad con el bussismo, son los que demandarían una rúbrica de un compromiso del hijo de Antonio Bussi, tanto para la elección de diputados y de senadores y como para la de 2023. En este ámbito es natural la duda y la desconfianza. En ese marco, Bussi también se defiende de las acusaciones de funcional al sostener que él quiso sellar pactos con Cano y con Silvia Elías de Pérez para enfrentar al PJ, pero que se los rechazaron. Entonces, ¿quién es funcional al peronismo, plantea. La respuesta a esa pregunta es inmediata por los que miran de reojo las pretensiones del jefe republicano de armar un frente antiperonista: osó pedirle que se baje de la candidatura a la senadora y sacó menos votos; replicó un radical.

Así como dijo una frase que llama la atención, en cuanto a lo de dar un paso al costado, Bussi lanzó otra que pega en el corazón de los correligionarios: anteponen cuestiones ideológicas conmigo y no lo hicieron con mi padre, que tuvo en su gabinete una absoluta mayoría radical. Y da nombres. Así justifica su intención de acercarse a los radicales a través de Campero para construir un espacio que le compita el poder al peronismo. El intendente es duro también con sus correligionarios cuando dice que los que no quieren a Bussi adentro le son funcionales al Gobierno porque fragmentan a la oposición. Conclusión: hoy el bussismo es la fuente de discordia en Juntos por el Cambio.

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