Los clubes emergentes, la gran esperanza del rugby

Si el mapa de Tucumán fuera un tablero de TEG, el rugby estaría a punto de ganar la partida por conquista total del territorio: con la aparición de Benjamín Aráoz Rugby, de Burruyacu, el deporte ya se practica de manera sostenida en 16 de los 17 departamentos de la provincia. La figurita difícil, la que falta para completar el álbum, es Simoca. Aunque parece que no lo será por mucho tiempo: existe un proyecto de instalar la ovalada allí en algún momento de 2021.

Esta campaña de expansión territorial y de clases sociales a la que el rugby se lanzó en la última década se logró a bordo de un fenómeno que no es exclusivo de Tucumán, pero que se aprecia con especial profundidad dentro de ella: el del rugby emergente. Ese que surge de manera espontánea -como una flor entre las piedras- en plazas, descampados o cualquier otro espacio verde, sin el cobijo ni las instalaciones de un club establecido. Sólo por la mera voluntad humana de probar el deporte o de propagarlo hacia donde no se practica.

Es el rugby del que se habla poco y nada, porque contradice la visión tradicionalista del rugby como un deporte reservado a las clases sociales más altas, un anacronismo que por desgracia se ha visto fortalecido por la audiencia que captan las noticias de hechos repudiables cometidos por rugbiers.

En los últimos años, han proliferado estos focos de rugby a lo largo y a lo ancho de la provincia, de tal suerte que el número de clubes prácticamente se ha duplicado. Cabe aclarar que el rugby emergente comprende a aquellos clubes que aún no tienen personería jurídica y por lo tanto no pueden ser considerados como tales ni inscribir a sus jugadores en la base de datos de la UAR (Bduar). Superada esa instancia, alcanzan la categoría de clubes de Desarrollo, como es el caso de Lomas Marcos Paz, Frankycia XV, Los Sauces (San Pedro de Colalao), Los Alisos, Liceo o Alberdi Rugby, por nombrar a los más recientes.

Tafí del Valle Rugby Club, Newen Mapu (La Cocha), Las Águilas (Graneros), Cobras (Banda del Río Salí), Los Leones (Los Nogales), Libertad (Trancas), Gym a Full (Leales) o los flamantes Benjamín Aráoz Rugby (Burruyacu) y Santa Ana (Río Chico) son sólo algunos de los clubes que componen actualmente el rugby emergente tucumano. Dentro de ese estrato se incluyen también expresiones rugbísticas bastante particulares, como El Fortín (club formado por gendarmes del Escuadrón 55, de Las Talitas), Un Pase a la Libertad (el equipo de internos del penal de Villa Urquiza) y proyectos con un fin social más que competitivo, como Un Pase a la Gloria o San Miguel RC (el club de rugby emplazado en el predio del 911, en La Bombilla).

“En todos los deportes, los clubes de barrio están perdiendo fuerza. La alta exposición de los chicos a las pantallas hace que pierdan el interés por el deporte. Además, la crisis económica hace que muchos dependan del aporte de algún político o de un subsidio que les ayude a sostenerse. Los clubes de rugby también se han visto impactados, sobre todo en la pandemia, pero todavía siguen sumándose muchos chicos al deporte”, rescata José Rubino, que como Oficial de Desarrollo de la Unión local (URT) tiene como misión apoyar esa expansión del rugby. “Entre los obstáculos de los clubes del interior, están los costos de traslado. Por eso, cuando más atomicemos el rugby, podremos generarle a los clubes de menos posibilidades económicas un nivel de competencia parejo y zonal, para que no deban trasladarse tanto”, agrega Rubino.

El rugby femenino se ha fortalecido significativamente gracias a esta diáspora. A diferencia de los clubes tradicionales, los nuevos han incluido a las mujeres desde su génesis, lo que ha servido para nutrir en buen número a los seleccionados nacionales y provinciales. Por caso, cinco de las 12 jugadoras que se entrenan hoy en alto rendimiento en la Academia UAR del NOA pertenecen a clubes nacidos en los últimos seis años: Alberdi Rugby y Liceo. Gracias al rugby emergente, esa proporción seguramente será mayor en los próximos años.

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