Pensar la escuela después de Zoom

Los más chicos volvieron a la escuela. Sea la modalidad que sea, los alumnos retomaron su contacto con la educación formal luego de un año intensivo de videollamadas, mensajes de Whatsapp y desvelo de sus padres. Los escolares, a su modo, aprendieron Matemáticas, Lengua y hasta Educación Física a través de una pantalla, y la enorme voluntad de los docentes. Y nosotros, los adultos, ¿aprendimos algo sobre esos dispositivos en los largos meses de encierro?

Ante el regreso a las aulas podemos hacer de cuenta que el año pasado fue una excepción, que nunca volverá a ocurrir, y que las experiencias relacionadas con lo educativo y lo tecnológico compilarán solo un anecdotario. Pero indudablemente las pantallas cruzaron una barrera en los procesos de aprendizaje que hasta ahora eran experimentales o incipientes en determinados contextos. Un alumno de secundaria ya sabe que puede estudiar sin concurrir a un espacio físico, con otra forma de socialización y de organización para alcanzar su objetivo inicial: aprobar. Esta experiencia, sin dudas, puede marcar un nuevo horizonte para planificar su futura formación, y considerar que desde Tucumán puede acceder a un aula virtual de Buenos Aires, Madrid o California.

La escuela, espacio que durante mucho tiempo desplegó sus resistencias al mundo mediático, tuvo que conciliar sus convicciones y temores con el objetivo de encontrar rápidamente una propuesta que asegurara la continuidad de los procesos pedagógicos. Los alumnos por su parte, se encontraron en aquellos espacios digitales que hasta ese momento cumplían solo funciones recreativas.

Sin embargo, la experiencia lúdica de los medios y las tecnologías es solo un aspecto de su enorme complejidad cultural. Cuando Roger Silverstone se preguntaba por qué había que estudiar a los medios, el escritor inglés planteaba que estos estaban “en el centro de la experiencia, en el corazón de nuestra capacidad o incapacidad para encontrarle un sentido al mundo en el que vivimos”. Esta sentencia todavía no estaba al tanto de los dispositivos móviles ni de redes sociales. En consecuencia, está tan vigente que su expansión aún quizás desconocemos.

Si la pandemia nos concede cierta “normalidad” y la presencialidad vuelve a establecerse como norma, los espacios educativos tienen la posibilidad de retomar algunas experiencias aprendidas sobre la tecnología. Si el 2020 fue el tiempo de enseñar “con” los medios digitales, el 2021 puede ser el inicio de replantear la enseñanza “acerca” de aquellos. En este sentido, otro especialista inglés nos aporta pistas claves. En su propuesta de educación mediática, David Buckingham plantea la posibilidad de comprender críticamente y de manera activa a los medios de comunicación. Es decir, sugiere capacitar a los jóvenes como consumidores de medios en tanto sujetos capaces de interpretar dichos productos y de producirlos al mismo tiempo. En síntesis, piensa a los estudiantes principalmente como actores creativos.

“Los medios han conseguido impregnar profundamente las texturas y rutinas de nuestra vida cotidiana, y nos proporcionan muchos de los recursos simbólicos que utilizamos para dirigir e interpretar nuestras relaciones y para definir nuestras identidades”, sentencia también Buckingham. El desafío, entonces, está en mirar más allá de los dispositivos y pensar cuáles son los contextos de aprendizaje de nuestros jóvenes. Desigualdades, identidades, deseos, represiones. Allí las emociones también cuentan: por eso, quizás, el puntapié puede ser la escucha. Abrir espacios de expresión sobre qué les pasa a los chicos con las tecnologías seguramente despertará inquietudes a sus pares y demandará el acompañamiento de los que todavía creemos que somos sus referentes.

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