Las PASO como expresión de voluntad democrática

La Cámara Nacional Electoral confirmó que el segundo domingo de agosto, tal y como prescribe la Ley Nacional 26.571, se celebrarán en la Argentina las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), elecciones que representan una nueva instancia de democratización de la política argentina, que lleva apenas 37 años de institucionalidad ininterrumpida.

Justamente, que en un país estragado por los golpes de Estado durante el siglo XX haga falta que un órgano judicial confirme que se celebrarán comicios consagrados por ley no deja de ser un indicio cabal de la escasa calidad institucional que vive el país. Ya era poderosamente llamativo que en el contexto del Distanciamiento Social Preventivo y Obligatorio se haya reabierto desde las escuelas hasta los cines, pasando por el anuncio de que volverá en breve el fútbol con público en los estadios, y que sin embargo se alegara la pandemia obligaría a cancelar nada menos que una consulta al pueblo.

Precisamente, las elecciones de agosto les dan más poder a los votantes. Ellos eligen en octubre quiénes serán sus representantes en el Congreso. Pero dos meses antes deciden quiénes serán los postulantes. Es decir, las PASO son una instancia de democratización de la oferta electoral. Otro inestimable valor de las PASO es que aportan nada menos que claridad. A la hora de elegir diputados y senadores, el ciudadano no se enfrentará el inveteradamente criticado escenario de los cuartos oscuros de los comicios provinciales, con el centenar de boletas que dificultan la posibilidad básica de encontrar la boleta que se busca. Las primarias determinan que en octubre sólo pueden competir aquellas fuerzas que hayan alcanzado un mínimo de votos: 1,5%.

Y como si no bastara, la votación le brinda al pueblo capacidad real para advertir los escenarios por venir. Las PASO de 2019 le enseñaron a la oposición (entonces, el peronismo) el altísimo consenso que despertaba la fórmula de Alberto Fernández y de Cristina Kirchner; a la vez que le mostraron al macrismo el rechazo contra su gestión. Muchos ciudadanos sopesaron la posibilidad de volver a tener a un gobierno justicialista y la ratificaron en octubre. Y muchos otros evaluaron que si el oficialismo iba a ser peronista nuevamente, esta vez debía tener enfrente una oposición fortalecida: Mauricio Macri acumuló el 41% de los votos.

En el escenario provincial, la PASO de 2017 preanunciaba que el peronismo retendría tres de las cuatro bancas en disputa. Y la de 2019 anticipaba que se quedaría con cuatro de las cinco en juego. En octubre de uno y otro año, los tucumanos le dieron la victoria al Gobierno, pero en ambos casos le dieron dos diputados a la oposición.

Queda claro que las PASO no son inútiles. Pretender, además, que empoderar al pueblo resulta económicamente costoso es un cuestionamiento no sólo reñido con el valor de la democracia sino con su propia naturaleza.

Inclusive bajo el reduccionismo que las denigra a la condición de ser “una encuesta cara”, las PASO se presentarían como una encuesta no manipulable. Y dado el tamaño de la muestra (abarca todo el padrón), como un censo certero sobre la opinión de los votantes. El macrismo supo en agosto de 2019 que caía el telón. El albertismo sabrá ahora, sin relatos, cómo se evalúa su gestión económica, sanitaria e institucional. Tal vez por ello, por las verdades que exhibe, las PASO han sido tan resistidas por gobiernos pasados y presentes.

Tanto es así que aún hay riesgo de supresión de las PASO para este año. El argumento más esgrimido es que la realización de las primarias es costosa y que podría destinarse ese dinero a asistencia social. En este punto, y yendo de los principios a las prácticas, resulta democráticamente desdoroso que después de un ciclo de varias décadas de gobiernos proclives al endeudamiento externo o a la sobreemisión de moneda nacional, se resuelva que el ajuste del gasto público debe comenzar justamente por una sagrada institución de la democracia como es la celebración de comicios.

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