Lo que la pandemia nos dejó

¿Dejará consecuencias positivas? Dependerá de cuánto aprendamos de lo que sucedió. La principal enseñanza es comprender que es muchísimo menos costoso evitar una pandemia que combatirla. ¿Qué otras lecciones podemos extraer? La actual era una pandemia previsible. Habrá más.

21 Marzo 2021

La pandemia de Covid-19 quedará en la historia de la humanidad debido a las numerosas consecuencias que sumó a nuestras vidas. Aunque seguramente no será por su efecto directo que es la infección, ya que no creo que supere largamente los 3 millones de víctimas -en su mayoría personas de avanzada edad o con enfermedades preexistentes-, y su presencia representará aproximadamente un 5% de las muertes totales en el mundo. 

Las muertes por Covid representarían solo 2% de los nacimientos a nivel mundial por lo que la población en 2020 ha seguido en aumento. Este dato es preocupante pues una de las causas de la pandemia es el incesante aumento de la población mundial que obliga a ocupar mayor espacio territorial, favoreciendo a que los animales modifiquen sus hábitos y tengan contacto estrecho con humanos.
En 2020 la Covid no mató más individuos que la malaria, enfermedad que ataca principalmente a niños, o el HIV que ya mató en las últimas décadas a más de 50 millones de personas, y es posible que mueran muchos menos por Covid que por neumonía bacteriana, para la que existe vacuna hace más de una década. 

Asimismo, es incomparable con la mal llamada gripe española que mató cerca de 50 millones de personas cuando la población era un tercio de la actual, o los cientos de millones de víctimas que dejaron otros virus como la viruela o el sarampión en la historia de la humanidad.

Las enfermedades cardiovasculares seguirán siendo la primera causa de muerte, y es factible que se incrementen por efecto colateral de Covid debido a la resistencia de las personas a realizar los chequeos o tratamientos por miedo a contagiarse o por suspensión de los mismos. Igualmente ocurrirá con muchas otras patologías como el cáncer, cuyo aumento de muertes se verá reflejado en los próximos años.

Esto no le quita importancia a la enfermedad que, aun con una mortalidad relativamente baja pero bastante contagiosa, puede dejar secuelas a las que no estábamos acostumbrados. El SARS-CoV-2 tiene características de otros virus como el Epstein Bar que causa mononucleosis o hepatitis C, provocando cambios en la expresión genética que producen síntomas persistentes. El virus utiliza ciertas proteínas celulares logrando protegerse del sistema inmune del huésped, por lo que el sistema inmune queda “desorientado” produciendo mayor inflamación de la necesaria originando síntomas de malestar y fatiga por un tiempo prolongado. Muchos de los infectados tendrán secuelas físicas y efectos psicológicos como el Trastorno de estrés postraumático. Los casos de depresión se incrementaron significativamente -y continuarán haciéndolo- por la pandemia. La confusión, incertidumbre, aislamiento, la pérdida de seres queridos, las consecuencias psicológicas de las internaciones dejarán una marca permanente en la sociedad. La crisis de Covid-19 es uno de los estresores más fuertes que hemos sufrido.

Subestimar la ciencia

La pandemia nos dejó en claro lo costoso que puede ser no invertir lo suficiente en ciencia. La economía se recuperará, aunque quedarán las deudas que generó la crisis sanitaria. Es difícil hacer un cálculo del valor total pero no va a ser menor al 20% del PBI mundial, solo en 2020. Si consideramos que solo se invierte el 1% del PBI mundial en investigación y desarrollo científico, equivaldría a la inversión de dos décadas en todo tipo de ciencias. El año pasado, las deudas de los gobiernos aumentaron un 60% en promedio con respecto a otros años. Si en los años previos se hubieran endeudado para invertirlo en ciencia, se habría minimizado los efectos de la pandemia y se habría recuperado la inversión con creces. Con esos recursos se podrían mejorar o curar la mayoría de otras pandemias infecciosas como la malaria, HIV, dengue, etc., y muchas de las no infecciosas, tales como el Alzheimer, Parkinson, trastornos de ansiedad, cáncer, ACV, infartos cardiacos, diabetes, y tantas otras que matan mucho más que la Covid. Invertir en la investigación de estas enfermedades produce un enorme ahorro, dado el alto costo de los tratamientos crónicos de las mismas que, en breve tiempo, compensa lo invertido. La conciencia de la importancia de la inversión en ciencia debería ser el mayor aprendizaje que nos deje la experiencia vivida. Esta pandemia no debería haber ocurrido.

Inconsistencias

La distancia de la mayor parte de la población del conocimiento científico también produce la mala aplicación de las prácticas existentes. El miedo irracional que se provocó en la población por los contagios producidos por contactos con superficies infectadas ocasionó un exceso de limpieza que hasta puede ser contraproducente.

Los virus respiratorios se contagian mayormente por el contacto con la persona infectada especialmente en ambientes cerrados. Por lo que es más importante limpiar los filtros de los aires acondicionados que el resto de las superficies. Esta falta de afinidad por la ciencia provoca que de los millones de pacientes infectados una mínima parte ha ingresado a protocolos de investigación de los diversos tratamientos a fin de obtener información que luego sirva para efectuar tratamientos efectivos. La falta de conocimiento científico en las personas que toman decisiones desencadena errores como no discriminar en la vacunación a las personas que tuvieron contacto con el virus y ya tienen protección. Es como vacunar dos veces a la misma persona. Ello no significa que no deban vacunarse sino que no deberían tener prioridad cuando las vacunas son un bien escaso. Estos errores producen que se tarde más en llegar a la inmunidad de rebaño y que, por ende, haya más infecciones, produciendo más muertes y mutaciones.

Aprendizajes

Es muchísimo menos costoso evitar una pandemia que combatirla. Esta pandemia fue predecible por las múltiples epidemias virales que le precedieron; era fácilmente prevenible evitando el contacto con animales salvajes que podrían provocar las zoonosis. Sucedió en el lugar, momento y forma más probable. La sociedad no estaba preparada para una pandemia, tanto por el conocimiento científico para combatirla como psicológicamente, para lidiar con la amenaza infecciosa.

Uno de los principales avances que produjo la pandemia fue el desarrollo de vacunas, y se entiende que será la solución definitiva. Existen más de 120 proyectos que adoptan diferentes tecnologías, un ejemplo de cómo funciona la ciencia cuando se invierten recursos económicos y humanos. Por supuesto, se utilizan distintas soluciones y algunas fracasan, pero otras tienen mejor resultado de lo esperado.

Como beneficio colateral, los nuevos desarrollos tecnológicos logrados por la producción de las vacunas para Covid permitirán desarrollar en los próximos años vacunas para otras enfermedades infecciosas y vacunas terapéuticas para el cáncer. La empresa Biontech, productora junto con Pfizer de la vacuna genómica más utilizada, ha desarrollado una vacuna para la Esclerosis Múltiple utilizando la misma tecnología.

Las vacunas genómicas han sido el principal desarrollo, fueron las primeras en estar disponibles y tienen la ventaja de producir rápidamente millones de dosis y de modificar de inmediato su diseño, factor imprescindible ante la aparición de nuevas cepas. Pfizer y Moderna han utilizado esta tecnología que se aplicará por primera vez, lo que será uno de los experimentos más importantes de la historia de la ciencia. Las desventajas, como las bajas temperaturas que requieren para su conservación, ya han sido resueltas para las próximas generaciones de este tipo de vacunas. Hay múltiples proyectos avanzados de vacunas con esta técnica para otros virus como el VIH o el Zica y para tratamientos oncológicos como el melanoma metastático.

Varias tecnologías que se mejoraron durante la pandemia servirán para futuras pandemias o para enfrentar de forma aventajada los patógenos ya conocidos. El avance en los tests de detección de virus ha sido impresionante; se inició con la técnica de PCR que ha progresado en su velocidad y eficacia. Luego surgieron diversos tests más rápidos y económicos como el de saliva, y continúan desarrollándose aquellos que utilizan chips para detectar el virus en forma inmediata. También varios tratamientos inmunológicos que pueden ser utilizados para otras enfermedades infecciosas, como el uso de plasma de convalecientes en el cual se emplean los anticuerpos generados por pacientes que cursaron la enfermedad. Incluso se han usado anticuerpos especialmente seleccionados por su efectividad para combatir al virus que más adelante serán desarrollados en laboratorios.

Otra de las enseñanzas que nos deja la pandemia es lo mucho que nos queda por aprender de nuestro sistema inmunológico. La mayoría de las muertes por Covid no se producen por el propio virus sino por las consecuencias del mismo. Se observa que lo que daña los órganos es la inflamación que produce la infección. Es nuestro propio sistema inmunológico que genera una reacción exagerada produciendo una inflamación en los pulmones que no permite el intercambio gaseoso. Al no poder oxigenar la sangre los órganos empiezan a fallar produciendo la muerte.

Pandemias que vienen

Es cierto que la pandemia nos dejará mucho más preparados para una hipotética pandemia futura especialmente del tipo respiratoria. Sin embargo, no solo los virus producen infecciones. Las bacterias, hongos y parásitos también lo hacen. La Covid-19 dejó de manifiesto otro problema que se ha ido incrementando en los últimos años, muchos pacientes sufren infecciones bacterianas secundarias y en numerosos casos fallecen porque los antibióticos ya no muestran ser tan eficaces. Las bacterias son muy distintas a los virus, empezando que son seres vivos que tienen su propia vida fuera del huésped. Hace menos de un siglo los antibióticos nos liberaron de morir por ellas pero en los últimos años el abuso de los mismos ha provocado que numerosas bacterias adquieran resistencia a los antibióticos. Actualmente mueren cerca de 35.000 personas anualmente por estas superbacterias resistentes y la cifra va en aumento. Es mejor invertir ahora en nuevos antibióticos que esperar una pandemia bacteriana.

Al evaluar las medidas tomadas para combatir la Covid-19 habrá que cuantificar los daños colaterales. A diferencia de las muertes por Covid que pueden ser registradas fácilmente, las muertes por enfermedades cuyo diagnóstico o tratamiento han sido postergados por miedo o falta de recursos es más difícil. Son múltiples las enfermedades involucradas, la mayoría provoca el fallecimiento en un tiempo lejano e incluso ciertas veces es discutible cuánto ha contribuido la pandemia a agudizar el hecho. Más allá de los criterios y formas de cuantificar, seguramente el sufrimiento y las muertes superarán a las de la pandemia, sumadas las secuelas psicológicas y económicas que afectan indirectamente la salud.

Cepas

Como todo virus de ARN, el SARS-CoV-2 suele tener una alta tasa de mutación por lo que debería observarse si mutaciones futuras pudiesen generar nuevas cepas, para lo cual aquellos que tuvieron contacto con las primeras cepas del virus podrían no estar protegidos. En la actualidad el mundo está parcialmente aislado debido a los protocolos pero si volviera la libre y masiva circulación de personas a niveles anteriores a la pandemia las distintas cepas que se fueron generando se mezclarían con resultados inciertos. Probablemente aumentarían los casos de reinfección, esperando que la segunda infección fuera más débil que la primera. Si bien las mutaciones son al azar, la selección natural tiende a favorecer las cepas más contagiosas. Un reciente caso de un bebé con una carga viral excepcional producida por una mutación, alerta sobre la posibilidad de que algunas cepas nuevas se adapten mejor a la infección en los niños.

Luego de terminar la vacunación en los países más ricos se va a desarrollar una segunda etapa que consistirá en vacunar a la mayor población posible en los países más pobres. Esto no solo se realizará por razones humanitarias; si en estos países el virus sigue infectando, desarrollara mutaciones que hagan que los vacunados no tengan inmunidad.

Conociendo al virus

En las últimas décadas el costo de secuenciar un genoma se desplomó abruptamente. Esto permite que tengamos decenas de miles de secuencias del SARS-CoV-2 para estudiar cómo está mutando. Para hacer un seguimiento de las mutaciones del virus se han invertido cientos de millones de dólares en maquinarias para secuencias el genoma. El mayor riesgo actual es que las mutaciones produzcan cepas resistentes a los anticuerpos producidos por las vacunas.

El virus, como cualquier entidad biológica, está regulado por la ley de selección natural que elige a los más aptos para sobrevivir. Cualquier virus necesita infectar para sobrevivir dado que es un parásito obligado. Sin embargo, no le conviene matar a su huésped dado que el virus también muere.

Los virus que más contagian son los que infectan garganta y nariz pues es más fácil contagiar a través de la boca y nariz, aunque al no ser órganos vitales no producen la muerte. En cambio, si infectan los pulmones son más letales (pero menos contagiosos). El virus tiende con el tiempo a hacerse más contagioso pero menos letal. Seguramente el virus no nos abandonará pero terminará convirtiéndose en uno que solo cause un resfriado con síntomas leves, como pasa hoy con los otros cuatro coronavirus que nos acompañan desde hace décadas o siglos.

Un tema sobre el que se debería estar atento es la facilitación de la infección por anticuerpos. Esto significa que una persona que fue infectada y generó anticuerpos cuando es reinfectada sufre un cuadro más grave que en la primera infección. Es uno de los principales riesgos de las vacunas.

El costo de la ignorancia

Es obvio que la pandemia desnudó la falta de conocimiento científico de quienes gobiernan y el riesgo derivado del bajo interés por la ciencia de la población en general. No se aplicaron correctamente los datos de los pacientes a fin de conocer más rápidamente las características del virus y posibles tratamientos. Evidencias favorables del uso de Vitamina D (más de la mitad de la población tiene déficit de la misma) o de la vacuna triple viral no fueron utilizadas masivamente al menos como paliativo hasta que llegaran las nuevas vacunas. También existe evidencia del uso de spray nasales para prevenir la infección. En Argentina se hizo un estudio en 10 hospitales públicos con iota carragenina, un polisacarido natural derivado de un alga roja, que arrojó una disminución del 80% en los contagios comparados con el grupo control. Hay otros compuestos en el mundo con otras moléculas y resultados similares.

Respecto al sistema inmunológico se puso de manifiesto todo lo que resta por saber del mismo; su enorme complejidad requiere mayor investigación.

Si continúan las condiciones por las que surgió la actual pandemia, podrán aparecer otras. Lo más básico es prohibir la venta de animales exóticos para evitar la zoonosis. Otra de las causas es el enorme aumento de la población mundial.

Si esta pandemia logra concientizar a la sociedad sobre la importancia de aumentar la inversión en ciencia, generará en pocos años beneficios que superarán con creces los perjuicios ocasionados.

En resumen, la pandemia ha demostrado a la sociedad cómo funciona la ciencia. Lo que significa la aprobación de un nuevo medicamento o vacuna. Los riesgos que se asumen para un potencial beneficio. Lo rápido que se puede encontrar una solución cuando se invierte en ciencia y el costo de no hacerlo.

© LA GACETA

Daniel Pozzi – Doctor en Ciencias

Biológicas y Neuropsiquiatría.

Autor de Humanidad 2.0.

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