Libros en los consultorios y miel a domicilio: reinventarse es crucial para los emprendedores

A todos la pandemia los azotó en plena actividad y por eso se vieron obligados a dar un volantazo. Así fue la historia de Gastón Páez Salas y de Augusto Reyes Robles.

Páez Salas debió reemplazar la cerveza por la miel y los productos dulces. Páez Salas debió reemplazar la cerveza por la miel y los productos dulces.

El inicio del aislamiento social obligatorio tomó a todos por sorpresa en marzo. Eran pocos los que dimensionaban qué iba a pasar. Primero una prórroga, después otra y, de nuevo, otra más. Cada vez había más incertidumbre y casi nadie en las calles. Además de los miles de cuentapropistas que se quedaron sin trabajo, hubo muchos emprendedores tucumanos que, al igual que en el resto del país, debieron agudizar el ingenio para romper la etapa más dura de la pandemia, esa que modificó hábitos sociales y culturales y, a muchos, los sometió a procesos creativos para subsistir.

Así como Gastón Páez Salas se lanzó a vender miel mientras su fábrica de cerveza estuvo parada, a Augusto Reyes Robles se le ocurrió reproducir su librería en la sala de espera de un consultorio. En todos los rubros hubo reconversiones y en los barrios se multiplicaron los almacenes, las verdulerías y la venta de artículos de limpieza. Había que salir a buscar una oportunidad.

Como un acto reflejo, las redes sociales y los servicios “puerta a puerta” explotaron, como medios imprescindibles para mantener el contacto y para canalizar por allí una demanda que, en muchos casos, se incrementó.

Reyes Robles y su esposa Lelia Quiroga sostienen desde hace casi seis años un multiespacio de literatura infanto-juvenil, juguetes didácticos y material pedagógico especializado en educación. Lo llamaron Orygami. “Tuvimos que cerrar e irnos a casa. No sabíamos qué iba a pasar y hasta julio, prácticamente, estuvimos sin contacto a través de las redes. Fue una etapa de introspección. Una piña que te deja medio groggy. Hasta que se me ocurrió ir hasta el negocio. Me llevé cuatro valijas y en la sala de espera del consultorio de mi esposa, que es odontóloga, puse los libros y los juguetes. Ahí armé el primer catálogo para WhatsApp”, resumió Augusto.

Convencido de que las crisis nos llevan a los argentinos a desarrollar la creatividad, junto a Leila le dieron forma a una red de distribución que abarca puntos de retiro de sus productos en Yerba Buena, Tafí Viejo, Las Talitas y en la zona este. “Uno dimensiona por lo que pasó mucha gente y se da cuenta de que somos privilegiados”, reflexionó Augusto, que recordó con mucha emoción una anécdota: “fui a entregar un pedido y, cuando llegué, salieron los chicos a recibirme. Llevaban meses sin salir, sin ver a sus amigos y fue increíble ver la felicidad con la que me recibieron. Fue muy movilizante”.

En los últimos meses, Augusto y Lelia fortalecieron un club de lectura de su tienda: los clientes acceden mediante una membresía y ellos seleccionan libros para cada perfil. Además, inspirado en los “zoompleaños” (animadores que organizan fiestas para chicos mediante videoconferencias), lanzó una lista de cumpleaños con idéntica dinámica que las famosas listas de casamientos. “Las ideas fueron surgiendo de la necesidad”, sostiene.

Cambio de rubro

“La vida del emprendedor es compleja y no necesitás una pandemia para ponerte creativo”, afirma Páez Salas, y lo dice por experiencia. Lleva casi cinco años fortaleciendo Beet, la marca de cerveza que creó con un amigo y socio. En diciembre de 2019 decidieron abrir el primer bar, con la ilusión de formar una cadena de cervecerías. Pero apenas tres meses después debieron cerrar. “Intentamos vender una ‘pinta a futuro’. Pagabas una y cuando reabriera el local te dábamos dos. Pero no pudimos volver. Fue duro. Encima, en las primeras semanas no podíamos ir ni a nuestra fábrica para controlar los procesos de los productos”, recuerda.

En ese momento Gastón se puso en contacto con su proveedor de miel y pegó un volantazo: “tenía que hacer algo. Debía mucho dinero y me debían mucho dinero. Sólo tenía materia prima y a mi personal, al que no le podía fallar. Empezamos a comprar miel y dulces a granel y a envasarlos. Se llamó BeeTuc y lo vendimos por redes. Creo que gastamos más en nafta para las entregas, pero había que volver”.

De la mano de las flexibilizaciones, en Beet siguieron apostando. “Ya veníamos haciendo pruebas para mejorar nuestro producto envasado, que como es perecedero no puede ir a una góndola de supermercado. Así fue como aceleramos nuestro proyecto de enlatado”, comentó Gastón, que reunió a otros cerveceros locales para impulsar un proyecto que llamaron “Tucumán es birra”. Consistía en el armado de packs, con las diferentes variedades, para ofrecerlos en las redes. “Funcionó, pero la apertura de los bares nos llevó a enfocarnos, de nuevo, en la producción de barriles. Pero la lata llegó para quedarse”, confirmó mientras confiesa que sueña con expandir la red de comercialización.

Al igual que Augusto y Gastón, otros pequeños productores y comercializadores tucumanos transitaron por diferentes etapas de una metamorfosis obligatoria. Como le sucedió a Javier Farhat, que durante 23 años sostuvo Recórcholis, uno de los boliches símbolo de la noche de Yerba Buena. A un año del inicio de la pandemia, aún es incierto cuándo podrá volver a abrirlo, por lo que desde mayo puso en marcha un miniservice. Ahora planea un patio de comidas y pronto abrirá una pizzería. Reconvertirse o desaparecer fue la premisa para tomar impulso y arriesgar, en tiempos en el que el desasosiego dejó, para siempre, las persianas bajas de cientos de comercios.

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