El duro desafío de crecer sostenidamente

24 Marzo 2021

La economía de 2020 ha cerrado con una caída del 9,9%, de acuerdo con los datos difundidos ayer por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec). Desde los números, esa contracción del Producto Bruto Interno (PBI) no ha sido tan estrepitosa como la que se preveía al promediar los primeros meses de la pandemia de la Covid-19. Sin embargo, habrá que esperar las secuelas de este duro cuadro económico de la Argentina. Dentro de una semana, el mismo organismo difundirá el dato de la pobreza y de la indigencia. El Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) ha dado una aproximación acerca de la profundidad de la pobreza.

Según sus investigadores, un 64% de los niños y adolescentes argentinos de la franja etaria de 6 a 17 años es pobre y que 8 millones de ellos no llegan a cubrir la canasta básica. El duro cuadro socioeconómico se completa con un 15% de esa población reviste el carácter de indigente, porque no alcanzan la canasta básica y no se garantiza la subsistencia.

Las recetas para combatir este flagelo parecen ser poco eficaces. Con una inflación que supera el 3% mensual, la Canasta Básica Total (CBT), que marca el límite de ingresos para no ser considerado pobre, supera los $ 50.400 para una familia tipo que reside en el Gran Tucumán-Tafí Viejo, mientras que la Canasta Básica Alimentaria (CBA) ronda los $ 22.600 para un matrimonio y dos hijos pequeños. El rubro alimentos y bebidas no le ha dado tregua a las familias argentinas. Tomando los datos oficiales, puede observarse que esos productos que componen la canasta familiar han crecido 10 puntos porcentuales más que el Índice de Precios al Consumidor (IPC), más allá de las medidas adoptadas por el Gobierno para intentar bajar la presión inflacionaria, con acuerdos con los frigoríficos y la vigencia de los precios máximos. El Gobierno no ha logrado aún encontrarle una salida a esta situación, en un país que lleva más de tres años de recesión y cuyo rumbo económico no está definido, en medio de la puja electoral que se avecina.

Los empresarios vienen reclamando al Estado que cese con el incremento de la carga impositiva, de tal manera de posibilitar un escenario que tienda a mejorar la situación interna de las compañías, lo que redundaría en una estabilización de precios. El Ministerio de Economía de la Nación ha pautado para este año una variación de precios cercana al 29% anual, un dato que está lejos de alcanzarse. Las consultoras privadas estiman que la inflación puede rondar el 48%, lo que implicará que el aumento sostenido de los precios mantendrá su ritmo.

Del lado del sector público, los hombres de negocios consideran que no se acompaña con un esfuerzo financiero que tienda a disminuir el gasto político. El Gobierno ancla sus expectativas en un horizonte que, según sus previsiones, marcará una desaceleración del tipo de cambio, además de los precios por efecto de un congelamiento en las tarifas de los servicios públicos privatizados. Esta situación, desde esa óptica, está directamente relacionada con las elecciones. La intención oficial es que el humor de la economía se modifique antes de que ingrese agosto, mes de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), de tal manera de sostener esas perspectivas hasta las elecciones parlamentarias del 24 de octubre próximo.

Como ya es una costumbre en la Argentina, tras los comicios generalmente las variables económicas tienden a desmejorar y quedan como una mochila que la gestión de turno debe arrastrar al año siguiente.

La Argentina necesita previsibilidad. Y eso se logra con el cumplimiento de las reglas de juego, en un marco de seguridad jurídica, en el que los actores económicos sepan que, en el mediano y largo plazo, se respetará su capital, sus inversiones. Sólo en esa senda, la Argentina podrá ir creciendo, sostenidamente, a tasas del 3% para que, en un plazo de 15 a 20 años, se erradique la pobreza y la indigencia. Ese es el camino que recorrieron países vecinos que lograron estabilizarse y poder sortear, con políticas anticíclicas, las crisis que fueron sucediéndose.

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