Radiografía de una llanura

un hombre decidido a volver a una geografía en la que el tiempo se impondrá como espera.

11 Abril 2021

“De luna llena a menguante se siembra todo lo que va bajo tierra; de nueva a creciente, lo que va arriba y es de hoja; de creciente a llena, lo de arriba y es de fruto; de menguante a nueva, no se hace nada, se espera”. Rabanitos, chauchas, zanahorias, espinacas, lechuga, remolacha, tomates, aromáticas, otros cultivos. En eso se empeña Federico, cuarenta y dos años, recién llegado a una casita en medio del campo a pocos kilómetros de un pueblito llamado Zapiola.

Él, el llano y sus matices. Todo es paisaje. Un lugar donde las cosas simplemente son, suceden. Hay que fijar la vista. Contemplar, aprender, reconocer, conversar con lo que rodea: la sequía, la lluvia, el viento, la vegetación, la leña, las aves, el sol abrazador, los nubarrones, el barro, el frío que cala los huesos. La huerta como motivo de, una forma de la rutina y la tenacidad. El hacer. Lo cotidiano, la recurrencia de lo nuevo –oxímoron mediante-, la soledad, la calma. El tiempo como régimen ordenador.

Viene de un duelo amoroso, Federico. Una parte de él está rota después de siete largos años en pareja con Ciro, le duele que ya no suene la música de aquellas épocas. Y los recuerdos, la vista atrás no sólo serán hacia ese desamor, sino también hacia la infancia cordobesa, las tradiciones familiares, el descubrimiento de la sexualidad: “algunos, cuando la vida se les desarma, vuelven a casa de sus padres. Otros no tienen donde volver. Yo volví al campo.”

Federico lee y cita sus lecturas, lleva en cuadernos un registro autobiográfico en presente continuo -otra manera de estar-, busca entre los pliegues del lenguaje -otro régimen ordenador- la textura de esas palabras que pesan kilos.

En eso también va la búsqueda. “Lo más difícil es siempre cómo nombrar”. Nombrar para que exista, callar para que no sea.

Mientras, se le escurren las letras: lo supera el desgano, el bloqueo. No puede –no quiere- con esos cuentos que están ahí, recién empezados o a medio terminar. La escritura pugna, como un yuyo educado, por brotar, pero el hombre ya no quiere –ya no puede- enfrentarse a ese desafío. La huerta, otra vez, como analogía o contrapunto de esa escritura en suspenso.

Así pasan los días –de enero a septiembre: verano, otoño, invierno, primavera-del protagonista de Los llanos, de Federico Falco, finalista del Premio Herralde 2020, una novela sutil, seductora, sin estridencias, que pide y deja leerse. Como si se tratase de un Walden pampeano –el hombre frente a la naturaleza- o el Martínez Estrada que va de La cabeza de Goliat a Radiografía de la pampa.

© LA GACETA

Por Hernán Carbonel

NOVELA LOS LLANOS - FEDERICO FALCO(ANAGRAMA - BUENOS AIRES)

PERFIL

Federico Falco (General Cabrera, Córdoba, 1977) es Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Fue video-artista, fundador de la revista literaria Fe de rata, partícipe en varias antologías de cuentos y seleccionado por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español. Recibió becas del Fondo Nacional de las Artes, la Universidad de Nueva York y el Banco Santander. Publicó dos tomos de poesía (Aeropuertos, aviones y Made in China), los libros de cuentos 222 patitos, 00, La hora de los monos y Un cementerio perfecto, y la nouvelle Cielos de Córdoba. Su novela Los llanos fue finalista del Premio Herralde de Novela 2020.

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