Una melancolía llamada Amélie
Esta tarde, ante la mampara de cristal del café parisino, el corazón de una joven se derrama sobre el piso. El muchacho que colecciona extrañas fotos de cabinas públicas no ha reparado en ella, la única imagen real y colorida que podría tener entre sus manos si él quisiera. Ya se ha levantado tras dudar y como una estela marina le sigue un hilillo de lágrimas de muchacha mientras sale por la puerta del establecimiento. Afuera hay nubes; hace frío. Esa joven soy yo. Soy la joven del corazón que late en technicolor, sentada en la oscuridad de la sala, observando mi propia historia proyectada en una enorme pantalla. Soy la joven que adora al pintor Michael Sowa, y de pronto ve que, en mi habitación, sobre el respaldo de mi cama, están colgados los retratos de la Dama Gansa con collar de perlas y del Señor Perro ataviado de noble holandés del siglo XVI.
La producción franco-alemana se estrenó en abril de 2001. Dirigida por Jean Pierre Jeunet fue, hasta 2012, la segunda película más vista en la historia del cine francés con más de 35 millones de espectadores en salas. Autodidacta convencido, Jeunet empezó en el oficio como otros muchos realizadores, rodando anuncios publicitarios y dirigiendo sus propios cortometrajes. Todas estas experiencias lo condujeron a realizar la exitosa comedia Delicatessen (1991). Le seguiría La ciudad de los niños perdidos (1995), que supuso un salto de fama internacional.
Tras una pasantía por el cine estadounidense, Alien Resurrection (1997), y de vuelta a Europa, Jeunet se decidió a poner en marcha El fabuloso destino de Amélie Poulain, crónica de una adorable muchacha parisina y su relación con los demás en una ciudad ajena a la intimidad emocional. Es triste y hermosa y está enamorada del amor y busca desesperadamente que algún muchacho le corresponda. ¿Cómo no ser ella? ¿Y cómo serlo, al resultar tan poco convincente para la crítica y tan seductora para la gran audiencia? Amélie fue una última pincelada de amor romántico en el inicio del nuevo siglo.
Objeto de culto
Basada en el guión de Guillaume Laurant, el largometraje refleja la historia del encanto y la fascinación por la belleza del alma a través de los ojos de su protagonista. Con 22 años, Amélie descubre el sentido de la vida: arreglar la existencia de los demás. Los matices quizá edulcorados que aporta la cinta contrastan con el imaginario que usualmente se tienen sobre la Ciudad Luz. La relación entre los parisinos no es tan ideal o prolija. Por eso, el filme esconde de modo tímido y tras nubes rosas, una crítica a la paulatina deshumanización del individualismo.
Mención aparte merece el uso del color y la banda sonora. Pareciera que Jeunet rescatara parte de la tradición del technicolor, al más estricto estilo de los años 50, y la dirección de arte lo hubiera asumido hasta el punto de construir una paleta propia. En cuanto al compositor, Yann Tiersen, puede decirse que ha compuesto una de las músicas cinematográficas más contagiosas de las últimas décadas. Autor de la banda de La vie revée des anges –una gema digna de veneración, dirigida por Erick Zonca- rescata los sonidos de carrusel de una pequeña feria pueblerina, interpretados por organillos, pianolas y acordeones.
Correspondencia literaria
Ciertamente el hecho de haberla visto más de una docena de veces me ha permitido encontrar un nexo con uno de los personajes más encantadores creados por la escritora norteamericana Carson Mc Cullers, que no fue tan feliz en París, ¡pero, cuánto amó a esa ciudad!
La señorita Amelia hacía una bebida especial en La balada del café triste. Y la narradora comparaba sus efectos con los de un papel que, previamente escrito con gotas de limón, puede verse su secreto mensaje tras ponerlo ante la llama. Imaginen que la bebida es el fuego y el mensaje lo más recóndito del alma de una persona. Cosas que han pasado inadvertidas, pensamientos ocultos en la profunda oscuridad de la mente, de pronto son reconocidos y comprendidos.
Supuse entonces que, como en la obra de la norteamericana, el fabuloso destino de Amélie Poulain fue para mí esa bebida que, tras tomarla, me invadió con una dulzura tan intensa como un dolor y un profundo terror ante la pequeñez de mi corazón. “Uno podrá sufrir o podrá consumirse de alegría”, escribe Mc Cullers, “pero la experiencia le habrá mostrado la verdad; habrá calentado su alma y habrá visto el mensaje que se ocultaba en ella”. De eso se trata esta singular película.
© LA GACETA
Por Marsolaire Quintana – Licenciada en Letras y doctora en Historia.