Martín Kohan: “lo que vuelve imposibles a las vanguardias es que ya hubo vanguardias”

Acaba de publicar La vanguardia permanente (Paidós), libro en el que recorre la marcha de la revolución en el arte. “La existencia de una tradición de lo nuevo exige esa apuesta a reinventar vanguardismo”, afirma.

16 Mayo 2021

-La coyuntura político-histórica, la “muerte de las ideologías”, el triunfo del liberalismo por sobre otras formas de pensamiento político, ¿han atentado contra la existencia de nuevas vanguardias? O, en todo caso, ¿no deberían haberlas potenciado?

-Existe, ya lo sabemos, una fuerte relación entre las condiciones sociales y la producción artística, entre el arte y la época (o el clima de época) en que transcurre. Pero esa relación no es mecánica ni directa, o en todo caso no tiene por qué serlo. De manera que diría que sí, es pertinente plantearse hasta qué punto todo un imaginario de la ruptura y de lo nuevo puede verse desalentado en un tiempo como el nuestro, en el que parece imposible pensar en esos términos, en los que todo parece disponerse a la continuidad y al más de lo mismo. Pero aun así no habría que desatender la dinámica que es propia del desarrollo artístico como tal, la de la historicidad de las propias formas artísticas.

-En ese sentido, sería impensable al día de hoy una relación Estado-Vanguardia como lo fue con el futurismo en la Rusia Soviética, con Maiakovski y compañía. (Piglia dice que la literatura es una sociedad sin Estado.)

-La literatura es una sociedad sin Estado, en efecto, y felizmente; en el sentido de que no hay una única institución que concentre y regule legalidades y valores literarios, no existe una única instancia de aval o de sanción. Pero cabe preguntarse, además, más allá de eso, por las políticas culturales, artísticas, literarias. Es decir: por las gestiones estatales al respecto. Me temo que no es solamente la relación Estado-Vanguardia la que se ha debilitado; es la relación entre Estado y literatura (Lenin o Trotski, para el caso, escribieron textos críticos sobre Gorki, sobre Tolstoi, sobre la escuela formalista, no solamente sobre vanguardia). En parte puede haber motivos para precaverse, ahí donde las injerencias del Estado puedan ser represivas u opresivas; pero a la vez es valioso contar con políticas culturales. En ese sentido, parece por demás evidente que la literatura importa cada vez menos en la esfera de las gestiones políticas. Se diría que cada vez más la ignoran (la ignoran porque la pasan por alto, la ignoran porque la desconocen).

-En el libro hacés mucho hincapié en la relación de las vanguardias con el tiempo, las alteraciones de los conceptos de pasado y futuro, desde Piglia y Libertella, sobre todo. ¿Podrías sintetizar acá alguna de esas ideas?

-Podría decir muy sucintamente que el problema de lo nuevo después de las vanguardias, una cierta inquietud por lo nuevo después de esa formulación radical de lo nuevo que supusieron las vanguardias, llevó en casos notables como los de Piglia, Libertella o César Aira, a repensar y reformular el legado vanguardista. No se puede hacer lo nuevo de nuevo, evidentemente, porque ya no sería nuevo. La existencia de una tradición de lo nuevo (porque lo nuevo cuenta ya con su tradición, desde el momento en que se habla de “vanguardias clásicas”) exige esa apuesta a reinventar vanguardismos, a redefinir la idea misma de vanguardia, a hacerlo incluso desde su imposibilidad. Lejos de un mero restablecimiento o una mera reactivación; pero lejos también del gesto de clausura del conservadurismo estético.

-¿Es posible sostener una vanguardia en el tiempo, ya que todo muta y cada recurso se agota en sí mismo?

-Precisamente por eso: porque todo muta en el tiempo y los recursos literarios también se desgastan y se neutralizan, es que es preciso plantearse algo así como una “vanguardia permanente”. Así como se pensó en una revolución permanente, justo ahí donde la propia revolución viraba hacia su propio conservadurismo. O así como se la puede pensar hoy, cuando si hay algo que parece impensable es justamente la revolución.

-¿A qué autores se podría considerar hoy de vanguardia?

-En el libro me atuve a la literatura argentina. Entre otras referencias posibles, pensé en Pablo Katchadjián o en Mario Ortiz. Por lo que hacen con el vanguardismo, incluso con su imposibilidad.

-¿Queda, al arte en general, apenas obrar sobre variaciones? ¿Puede que alguien/algunos, en este momento sea/n vanguardia y no lo sepamos aún?

-Hay vanguardias declarativas, que se señalan y se dicen vanguardia. Pero está también la posibilidad de establecer vanguardias por medio de una operación de lectura, la vanguardia como efecto de lectura, eventualmente de manera retroactiva. Es lo que hace por caso Piglia, con Saer, con Puig, con Walsh. Pero más que detectar vanguardias, creo que se trata de pensar qué posibilidades habitan su misma imposibilidad. O, como plantea Damián Tabarovsky: si las vanguardias han muerto, qué hacer con su fantasma.

-Ariel Dilon dice que resultaría artificial, snob, reproducir ciertas prácticas que antes fueron de vanguardia, y que lo necesario es tratar de ser autentico, más que vanguardista, a la hora de crear.

-Trabajo bastante en el libro con la cuestión del snobismo, las sátiras de Juan José Becerra me resultaron muy fructíferas para eso. Pero está claro que no se trata de reproducir ciertas prácticas de vanguardia. Ya nadie va a suponer que haya vanguardia en la mera reproducción de ciertas prácticas que antes fueron vanguardia. Se trata de otra cosa.

-Nicolás Hochman describió tres factores que juegan en contra de la posibilidad de nuevas vanguardias: que vivamos una época “en la que pareciera que está todo permitido”; la inmediatez y la democratización de la información y las redes sociales; y que ya no exista, como antes, el “enfrentamiento entre crítica y mercado”.

-Bueno, habría que decir que aquí tenemos tres desacuerdos con Nicolás. No creo que vivamos en una época en la que todo está permitido. Creo, por el contrario, que estamos especialmente acechados por una serie de mandatos y prohibiciones, de lo que se puede y no se puede decir, bajo el amedrentamiento más o menos implícito de que habrá escraches y agresiones en las redes para quienes se salgan de lo permitido. En cuanto a las transformaciones operadas por las nuevas tecnologías, estoy de acuerdo con la caracterización; pero no veo por qué determinarían una inhibición de las posibilidades de innovaciones radicales en la literatura. Y en cuanto a la crítica: considero, por el contrario, que al menos algunas (no pretendo que todas) formas de la crítica literaria actual son un antídoto privilegiado para evitar que la lógica ramplona del mercado, sus números y sus fórmulas, terminen por conquistarlo todo.

-Forn, por su parte, opina que, hoy, “la idea de vanguardia es casi vintage”.

-De eso se trata, justamente: lo que vuelve imposibles a las vanguardias es que ya hubo vanguardias. El efecto vintage es ni más ni menos que aquello que las neutraliza como irrupción y como novedad. Para no limitarse a invocarlas (gesto vintage), y para no declararlas caducas (gesto conservador), se plantea el desafío de reformular su legado y trabajar con las posibilidades de esa misma imposibilidad. Cuando Héctor Libertella dice: “El futuro ya fue”, está desbaratando el imaginario de un vanguardismo sin más, que las pretenda así sin más presentes; pero también el imaginario de lo demodé, que las pretenda así sin más agotadas.

PERFIL

Martín Kohan (Buenos Aires, 1967), es docente de Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y narrador. Su novela Ciencias morales ganó el Premio Herralde en 2007 y luego fue llevada al cine. Otros de sus libros son Dos veces junio, Museo de la revolución, Bahía Blanca, Ojos brujos, Fuera de lugar, 1917 y Me acuerdo. Su última novela es Confesión (2020).

La vanguardia permanente *
Por Martín Kohan

De esta manera, claro está, las vanguardias ponen en crisis la noción misma del arte. De ahí que el desconcierto que suscitan sus exploraciones experimentales llevan tan a menudo a preguntarse si eso que se ha hecho, si eso que se está haciendo, es arte o no es arte: ¿es arte ese mingitorio, volcado y firmado? Y ese cuadro pintado de blanco ¿es acaso una obra de arte? Y esos sonidos sin conexión y afinidad aparentes, esos sonidos que más bien parecen ruido ¿son música? Y esas palabras dispuestas se diría que sin ton ni son, sin narrar ni rimar ni tener sentido ¿son literatura? Y esa conducta desatinada que se ofrece desde un escenario, sin decir ni representar cosa alguna inteligible ¿es teatro? Etc., etc., etc. Devolver, entonces, el arte a la vida.

* Fragmento.
Por Hernán Carbonel

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