Carlos Alberto Reutemann, en 1990 era un deportista de trascendencia internacional, aunque había abandonado las pistas hacía varios años. El santafesino descolló como piloto de fórmula 1 y fue allí donde consolidó su fama de hombre serio y confiable. Fama, seriedad y confianza, tres requisitos fundamentales para un momento especial de la vida política argentina, la de los noventa, tiempos en los que la política se volcaba hacia la búsqueda de personajes de la farándula, mediáticos, para explotar su imagen y nivel de conocimiento en la gente a los fines de atrapar votos. Carlos Menem se percató de la hora y eligió a dos hombres que habían hecho carrera fuera de los ámbitos tradicionales de la política para insertarlos en ese mundillo donde las honras se tiran a los perros, o al barro. Uno de ellos fue el “Lole” Reutemann, el otro fue el tucumano Ramón “Palito” Ortega. Ambos ganaron las elecciones en sus provincias y se convirtieron en gobernadores en 1991, y se reivindicaron peronistas. A diferencia del santafesino, Ortega no dejó que la política lo consumiera completamente, sólo se mantuvo en ese escenario un par de lustros y luego retomó su viejo amor con una guitarra en la mano. “Lole”, en cambio, se convirtió en una figura clave de la política argentina, respetado y admirado por propios y extraños. Pudo haber sido candidato a presidente por el peronismo en 2003 y haber llegado a la primera magistratura del país en lugar de Néstor Kirchner.
Pero el hombre de los silencios largos y definiciones cortas vio “algo raro”, algo no le gustó detrás de la propuesta que le hiciera llegar Eduardo Duhalde para rechazar el convite. Nunca se supo qué fue. Pero no se distanció de las responsabilidades públicas, se mantuvo en el peronismo y cumpliendo una tarea en el Senado, aunque tuvo una visión crítica del kirchnerismo, especialmente en los tiempos de la pelea entre el Gobierno y el campo, allá por 2008. Hombre de gesto adusto, su seriedad y tranquilidad fueron rasgos que lo caracterizaron en la Cámara Alta, así como su honestidad para mantenerse en la actividad política. No fue un político de raza, pero supo honrar esta esta actividad hoy devaluada.