Sangre, fuego y esplendor: la plaza Independencia que no conocemos

Diana Ferullo y Facundo Nanni nos guían en esta recorrida por seis momentos decisivos que demuestran el protagonismo de nuestro paseo principal en la historia de Tucumán. ¿Dónde más podían expresarse las tensiones sociales y políticas?

08 Julio 2021

1- JUICIO, MUERTE Y CUERPOS EXHIBIDOS

En el marco del acto solemne de inaugurar San Miguel de Tucumán en su sitio actual, una de las principales acciones rituales consistió en colocar en el centro de la plaza la picota o “Árbol de la Justicia”, de gran significado político-jurídico, por demarcar el temido sitio en donde se castigaba a quienes se desviasen de las rígidas leyes coloniales. La centralidad de la plaza y sus dispositivos de dominación daban un aire de perpetuación a las costumbres que los antiguos vecinos traían desde sus lejanos años en el sitio de Ibatín. Esta función de exposición del castigo a la mirada pública continuó luego del proceso de revolución y guerra, aún cuando la vieja picota fue retirada y florecían pretendidos ideales de soberanía popular. Hacia 1810, en el centro de la plaza fueron torturados y ajusticiados el “ladrón” Ramón Palomino y el “indio Bartolo”, cuyos castigos pretendían sembrar una dura enseñanza a quienes siguieran una vía de desviación moral. Posteriormente, en tiempos de Alejandro Heredia, vivieron allí sus últimos segundos de vida Ángel y Javier López, adversarios del gobernador federal que habían pretendido destituirlo por la vía armada. El siglo XIX avanzaba pero las formas de escarmiento parecían perpetuarse.

2- UNA CABEZA COLGADA EN UNA PICA, UNA MUJER BRINDANDO CRISTIANA SEPULTURA

Los ecos de los lamentos de federales y unitarios aún resuenan en nuestra plaza, y de hecho el sitio exacto donde lucía la cabeza de Marco Avellaneda se encuentra en la actualidad señalizado con una placa de bronce. En septiembre de 1841 el joven había formado parte del ejército derrotado en Famaillá, en un cruce que tuvo como vencedor a las fuerzas de Juan Manuel de Rosas. El audaz Marco era hijo de Nicolás Avellaneda y Tula, primer gobernador de Catamarca, y fue padre del presidente Nicolás Avellaneda, es decir que pudo perpetuarse no sólo a través de su línea familiar, sino principalmente por el fuerte recuerdo que causó su violento itinerario de vida. De adolescente se había acercado a las ideas de su amigo Juan Bautista Alberdi, pero no tenía experiencia en el fuego de las armas. Tras ser capturado luego de un intento de escape hacia el norte fue torturado, muerto y decapitado en octubre de aquel año. La tradición oral asegura que una mujer tucumana, Fortunata García, fue a oscuras a la plaza y se llevó la cabeza para darle cristiana sepultura. Se escabulló en la noche para depositar los restos del prócer en el convento de San Francisco.

3- LA MONUMENTALIDAD DE LA POLÍTICA

Si la Justicia trabajaba sobre la ejemplaridad, la política tucumana también era sensible a utilizar la plaza como espacio de pedagogía política, valiéndose de los monumentos para comunicar y legitimar su poder. Los tiempos federales de Tucumán dejaron estampada su huella en la Pirámide de 1842, que pretendía ensalzar a Juan Manuel de Rosas y remarcar el fracaso de la Liga del Norte. Su aspecto era similar al monumento que se erigía en Buenos Aires en la Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo), pero también recordaba a la Pirámide que Manuel Belgrano mandó a construir en 1818 y que actualmente sigue luciéndose en la plaza que honra al prócer, en plena zona sur de la capital. En cuanto a la Pirámide de 1842, que sobrevivió aun cuando cayó el rosismo, sus días finales llegaron en 1864 cuando el gobernador José María del Campo la reemplazó por una alta columna cilíndrica de 22 metros de alto, que pretendía representar una alegoría de la Independencia. Pronto vendrían más transformaciones en la plaza, aprovechando siempre la altura como factor de majestuosidad. En 1884 Julio Argentino Roca obsequió a la provincia una escultura que representaba a Manuel Belgrano. Por el arraigo del prócer en nuestras tierras, y por la excelente calidad del trabajo del escultor Francisco Cafferata, rigió esplendorosa, pero fue objeto también de la arraigada tendencia a la modificación de panteones, cuando fue sustituida en 1904 por la actual obra de Lola Mora. Quizás por la habilidad de esta artista para abrirse espacios, y también por la pujanza de las nociones de libertad e independencia que armonizaban con el entorno abierto, la batalla simbólica por lograr el podio central de la ciudad tuvo como vencedora a esta alegoría femenina que nos mira desde lo alto.

4- DE RIÑAS, BASTONAZOS Y BALAS PERDIDAS

En 1879, en el marco de la Conciliación de Partidos auspiciada por el presidente Nicolás Avellaneda y en un contexto de elecciones provinciales, se enfrentaron en la plaza el periodista y profesor del Colegio Nacional, Benjamín Posse, con el diputado provincial, líder del Club del Pueblo y futuro gobernador de la provincia, Miguel Nougués. Habían cruzado ofensas a través del periódico La Razón, haciendo que un fortuito encuentro cara a cara derivara en una ruidosa pelea física de puñetazos y rasguños, que se desplegó a la vista de todos. Posse cargaba su revólver; Nougués tenía como única arma su bastón, símbolo de elegancia y estatus. En el fragor de la contienda el primero disparó un tiro que el segundo pudo esquivar, siendo luego separados por curiosos que se habían acercado ante tanto alboroto. Nougués se dirigió a la Policía a radicar una denuncia que dejó preso a Posse, quien se quejaba de no contar con iguales fueros que su encumbrado adversario. El propio Posse recordaba el incidente en una carta a Julio Argentino Roca escrita con ironía y orgullo: “como Dios me ayudó (…) conseguí sacar mi revólver (…), un bulldog que ladra como un Remington y pone en movimiento a todo Tucumán.” Estos incidentes, pese a ser ocasionales, mostraban que las disputas políticas, además de reflejarse en la prensa y en las urnas, se dirimían también en la plaza principal de la ciudad.

1887. Golpe al gobernador Juan Posse: muchedumbre en la plaza. 1887. Golpe al gobernador Juan Posse: muchedumbre en la plaza.

5- PELIGROS NOCTURNOS Y UN INTENTO DE ASESINATO

Otro altercado violento ocurrió en el principal paseo público en diciembre de 1881. A las nueve de la noche y a la vista de los transeúntes que circulaban por la plaza, el legislador mitrista José V. García denunció haber sido víctima de un intento de asesinato por parte de dos hombres que actuaban bajo las órdenes de Pedro Uriburu, miembro de una de las facciones políticas del momento. El conflicto entre García y Uriburu se había hecho público a partir de la prensa, y tenía como base un pleito judicial que llevaba largos meses. García relataba en carta a Julio A. Roca los incidentes, remarcando que a pesar de haberse encontrado muy cerca de la Intendencia de Policía y en compañía de un juez federal, había sido herido por dos soldados de línea que tenían el firme propósito de matarlo. Uno de ellos había logrado ser aprehendido, el otro se encontraba en el cuartel de enganchados bajo las órdenes de Uriburu. Ambos soldados pertenecían a sectores populares que engrosaban las filas de las facciones políticas en pugna. García argumentaba que era vergonzoso que un jefe militar diera órdenes a sus soldados de cometer asesinatos. Es decir, la escalada de criminalidad superaba en esta ocasión la de una mera riña entre oponentes políticos. Comparaba el episodio con las lejanas épocas del rosismo y aseguraba enfático: “¡estamos peor que en el año 40!” Destacaba además que el jefe de la Policía provincial era impotente para castigar a los criminales, por el carácter que investían de empleados militares de la Nación. En este sentido, quedaba al descubierto la compleja trama de jurisdicciones a nivel provincial y nacional, las desavenencias políticas del momento, y la plaza como escenario de escarnios imborrables en la memoria de los tucumanos.

6- REVOLUCIÓN, INTERVENCIÓN FEDERAL Y PÉRDIDA DE LA AUTONOMÍA PROVINCIAL

El 12 de junio de 1887 se produjo una revolución contra el gobierno de Juan Posse, cuyos ecos y disparos tuvieron nuevamente como escenario la plaza, la Catedral, el ex Cabildo y las inmediaciones. Los líderes del levantamiento, Lídoro Quinteros, Silvano Bores y Eudoro Vázquez, eran aliados al presidente Miguel Juárez Celman y actuaban  junto a refuerzos del Ejército y la Policía venidos desde Córdoba y al amparo del ministro de Guerra de la Nación. La delicada gobernabilidad provincial se había enrarecido ante la proximidad de las elecciones a senadores y electores provinciales en las que este grupo veía restringidas sus posibilidades de triunfo.

Rompiendo la cotidiana tranquilidad de aquel estratégico domingo, los revolucionarios reunieron alrededor de 200 hombres en la plaza. Tras abrir fuego, usaron los bancos como barricadas y los naranjos como escudos. Tomaron primero la Catedral en la que se hallaban desarmados el Gobernador y su comitiva, quienes asistían a misa, para luego tomar el Cabildo en el que se encontraba el ministro de Gobierno, Ignacio Colombres. Los enfrentamientos se prolongaron durante todo el día y culminaron con 40 muertos y 60 heridos.

Una fotografía de esa fecha perteneciente a Juan Heller nos permite ver reunida en la plaza a una muchedumbre compuesta por sectores populares, hombres de élite y un militar a caballo. Con el Cabildo de fondo, cuatro banderas argentinas flameaban entre los sombreros de esta multitud en la que incluso pueden verse niños. La imagen, sin embargo, lejos está de corresponderse con un panorama idílico, al advertirse una tensión latente. Al tiempo que las fuerzas del Gobierno fueron derrotadas y se encarceló a la mayoría de las autoridades, se experimentaba un cambio cualitativo en las formas de acceso al poder y un drástico recambio del elenco político provincial por una vía armada. La revolución y su posterior intervención federal, auspiciada por las autoridades nacionales, recordó a los tucumanos las consecuencias concretas de su no alineación con el Gobierno de Juárez Celman y la pérdida de su autonomía en la injerencia de asuntos eleccionarios internos. La plaza, una vez más, se había transformado en campo de batalla de la política del momento.

› FACUNDO NANNI

Licenciado en Historia y Doctor en Ciencias Sociales por la UNT. Es Miembro de Número de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán.

› DIANA FERULLO

Licenciada en Historia y Doctoranda en Humanidades por la UNT. Es profesora de la UNT y de la Universidad de San Pablo-T.

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