Doce cuentos y dos poemas de una Salta de antes

Un imaginativo observador de su entorno.

25 Julio 2021

ANTOLOGÍA

TAJADAS DE NARANJA

CÁSTULO GUERRA

(Cerrillos – Salta)

No. No se trata del actor de nuestro Teatro Estable cuyo talento muchos recordamos y quien, tras su partida a EEUU en 1971, se hizo un nombre en Hollywood, actuando en películas tales como El Álamo y Terminator 2. Hablamos aquí de su padre (1915-1993), cuyos textos inéditos fueron rescatados ahora por las hijas, Susana y Mónica, y por el hijo que heredara su nombre y su sensibilidad por la palabra como transmisora de ideas y vivencias. Guerra, afincado en Salta, publicó en vida dos libros de relatos. Este, su tercer libro, nos deja ver un observador de su entorno, imaginativo al urdir las peripecias de sus personajes y sumamente sensible a lo que significa el esfuerzo del hombre por superar con nobleza contingencias desfavorables que pudieran destruirlo.

Desfilan, entre otros, con el trasfondo discreto de una Salta provinciana sin pintoresquismos estériles, el viajante que intenta afirmarse en su tarea, la niña vendedora de yuyos que se hospeda con quienes valoran su esfuerzo y reciben a cambio una suerte de bendición escondida, la familia que se mantiene trabajando en las salinas, el ajetreo y las pasiones en un circo de la legua, el periodista que se conmueve con los esfuerzos de una maestra rural que se desvela por sus carenciados alumnos, contingencias que en general ponen a los personajes frente a sus propias debilidades y fortalezas, sin que el autor recurra a resortes artificiosos ni pretensiones psico-filosóficas.

La prosa sencilla cautiva a ratos con toques poéticos, como al describir la mirada de la maestra rural: “… inalterable, como una laguna de la Puna”. El uso ocasional de formas dialectales da colorido sin fatigar: “Aura el Servicio Militar es a los 18 añus. Pero dis que se’ai de hacer antis también”.

Cierra el volumen un “Epílogo” de Cástulo (h), tras una bella foto de sus padres con el fondo de Nueva York. Allí nos habla de un hombre a quien le gustaba la naranja y la recomendaba con fervor. Luego me contó, hablando sobre el título del libro, que su padre las compraba por bolsas para su hogar, y que el poeta salteño Santiago Sylvester recordaba que, estando engripado, llegó Guerra a visitarlo con una bolsa de naranjas. Tal vez su sabor agridulce le hablaba de la vida misma.

© LA GACETA

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