Sucedió hace sólo dos semanas. La Selección mayor rompía por fin una sequía de casi tres décadas y ganaba la Copa América a Brasil en el Maracaná. La revancha de Brasil llegó esta semana con los triunfos de sus equipos en duelos directos y eliminatorios en la Libertadores y la Sudamericana. A esas caídas, el fútbol argentino sumó la inesperada derrota 2-0 ante Australia en la apertura de los Juegos Olímpicos de Tokio. Brasil, en cambio, le ganó muy bien a Alemania con tres goles de Richarlison, el atacante de Everton inglés que pasó de la selección mayor a la selección olímpica. No hizo eso ningún jugador argentino. Pero algunos de ellos eligieron burlarse de Richarlison en las redes sociales. Le preguntaron por qué no había hecho esos goles en la final del Maracaná. Una pena. La confirmación de que, a veces, es más difícil saber ganar que saber perder. La burla, boba, significó además un desdén a los Juegos Olímpicos. Si la AFA no fuera el desorden que muchas veces es, no debería permitir que jugadores de la Selección mayor se burlen así no sólo del rival, sino ante todo del deporte.
Esta última semana fatal de la Libertadores (excepto para River) tuvo como epicentro a Boca y su eliminación polémica contra Atlético Mineiro. La imagen de la “tele” mostraba a jugadores y dirigentes de Boca arrojando vallas, trompadas e insultos. Pero la crónica periodística pedía que se identificara “al guardia de seguridad número 145” de Mineirao. Porque la crónica infería que ese guardia había iniciado todo provocando de palabra a Raúl Cascini, el dirigente que, lejos de su rol, lideró la protesta y el escándalo. Acaso lo hizo porque en Boca sintieron la sensación de que algo había que hacer. Que no podían quedarse de brazos cruzados. Porque Boca ya se había dejado “atropellar” por el VAR de la Conmebol que había anulado de modo extraño un gol que podría haber permitido victoria en la ida de La Bombonera. El mismo VAR volvió a intervenir para anular otra vez un gol en Brasil. Y había que mostrar entonces, al menos al hincha, que “Boca es Boca” y que “tiene que ser respetado”. Los jugadores ya estaban en el vestuario. Pero Cascini hizo explotar todo y allí fueron todos entonces, en chancletas o descalzos, como fuera, a demostrar eso de que “Boca es Boca”. La tontera agravó todo. A la eliminación en la Libertadores se sumó la violación al protocolo covid-19 y el conflicto con el Gobierno nacional y con la Liga local. El atajo, claro, es victimizarse y decir que “el mundo está contra Boca”. Conmebol, Liga Profesional y Gobierno. Difícil de aceptar esa victimización. Y no importa que en la “tele” sigan gritando, aunque ya no de modo tan ruidoso, como aceptando acaso que, tal vez, Boca también haya cometido un error en todo este proceso. Todavía falta que Boca se dé cuenta de eso.
Imposible no volver a una imagen icónica de la final de la Copa América. La de Neymar, ya terminado el partido, charlando relajado y sonriente con Lionel Messi, ambos sentados en una escalerita en la zona de vestuarios del Maracaná. Neymar había sufrido patadas duras en el partido. Fue el mejor de su equipo y lloró tras la derrota. Pero allí estaba minutos después, distendido y alegre con Messi, amigo pero esa noche “verdugo”. Muchos se preguntaron aquí cómo hubiesen tomado los hinchas argentinos una escena similar pero al revés. Con Argentina derrotada y Messi distendido hablando luego con Neymar. El acoso, uno más, que habría sufrido “Leo”. “No le importa la camiseta argentina, no le importa perder”. ¿Si la Selección hubiese perdido, y de modo algo polémico, el capitán tendría que demostrar “argentinidad” arrojando vallas, trompadas e insultos? ¿ Y hasta un matafuego, como amagó hacer Marcos Rojo en la noche del Mineirao?
Ahora entramos en tiempos de Juegos Olímpicos. Como lo demuestran los primeros resultados, el deporte argentino sufrirá en Tokio muchas más derrotas que victorias. Es la lógica. Para la mayoría de esos atletas el mérito fue haberse clasificado a los Juegos. Haber ganado el derecho a competir contra los mejores del mundo. Fue notable que una atleta que compite y además gana, como la velista Cecilia Carranza (oro junto con Santiago Lange en Río 2016), resignara todo protagonismo en su rol de abanderada en la ceremonia de apertura y recordara en cambio a Braian Toledo, el atleta fallecido hace más de un año, mientras se preparaba para estos Juegos. El deportista olímpico se esfuerza como cualquier otro y hasta el final, como la gran “Peque” Pareto. Pero asume de modo más natural eso de ganar y perder. De compartir protagonismo. Suele ser uno de los mensajes más interesantes que dejan siempre los Juegos. El mensaje que nuestro fútbol sigue lejos de entender.