Hay que atender la salud mental de los deportistas

Por su exposición permanente, lo que les pasa a los deportistas de elite, sea por su rendimiento en competencia o por otras actividades, se conoce casi siempre al detalle. Eso es algo que no siempre ocurre con los amateurs. Sin embargo, hay varias líneas de contacto entre ambos grupos. Y una de ellas es la salud mental. Un tema que no es nuevo, pero que durante el desarrollo de los Juegos Olímpicos de Tokio llegó a un cenit revelador, necesario, que abre el debate y puede traer un antes y un después.

La estadounidense Simone Biles, considerada por los especialistas la mejor gimnasta de la historia, es una experta en acrobáticos saltos y salidas impecables. Pero esta vez no fue noticia por sus logros, sino porque decidió no seguir participando, afectada por las presiones. Con valentía, priorizó su bienestar. Y dio un motivo más a sus seguidores para fortalecerla como un modelo a seguir. Algo tan inherente a la relación del deporte con un amplio sector de la sociedad -sobre todo los más jóvenes-, que no siempre se valora ni se toma con la suficiente importancia.

Con los años, se ha fortalecido un concepto: la gestión mental debe ser casi la misma que la preparación física. No hace mucho tiempo, esto constituía un tabú, a partir de erróneos paradigmas según los cuales quienes compiten y logran proyectarse, semejaban máquinas desprovistas de sentimientos. También es cierto que muchos deportistas no querían ser vistos como débiles, al igual que muchos otros no sabían qué estaba pasando.

Ejemplos en la alta competencia sobre decisiones trascendentes en relación a la salud mental hay muchos. Citamos tres del tenis. Uno de los más recordados es el de la japonesa Naomi Osaka, que se retiró por esta causa de un torneo de Roland Garros. Otro tenista, el británico Andy Murray lo hizo en 2019, en su caso durante varios meses. Y hay situaciones que en su momento se convirtieron en alarmas, como aquella recordada frase de Gastón Gaudio en la dramática final del Abierto de Francia de 2004 (“¡qué mal la estoy pasando!”), que no obstante no hizo mella en su consagración, pero que sí afectó a su rival, Guillermo Coria, cuya carrera cayó en pendiente después de la derrota en la final.

Tomando en cuenta lo que sucede en Argentina, en la balanza de lo que se está haciendo bien debe anotarse la formación de departamentos de apoyo psicológico en los clubes. También, el hecho de que muchos deportistas cuentan ya entre los miembros de sus equipos a profesionales que les brindan el necesario apoyo desde lo mental para enfrentar cada desafío. Esto ya no constituye un fenómeno, sino una feliz realidad. En Tucumán esto se da, sobre todo en quienes suelen competir fronteras afuera. De todos modos, todavía hay mucho por hacer. Los casos en los que no se acude a estas ayudas se ven directamente relacionados a la carencia de presupuesto y no a la falta de confianza o creencia sobre el valor de este aporte clave en la formación de un deportista.

Con lo sucedido con Biles se visibiliza el sufrimiento de cientos de deportistas alrededor del mundo. La lectura es concreta: si a la más importante de uno de los países con más recursos para la actividad le pasa esto, significa que los otros no van a estar mucho mejor. Además, aflora otra conclusión: la gestión de la salud mental ha sido desatendida por la industria deportiva, porque se ha desatendido a los deportistas como individuos. Hay coincidencia en que este caso abrió también otra manera de afrontar la competición deportiva. Que es una forma de empoderar a todos para que pongan su bienestar mental por encima de todo lo demás. Que lo importante es hacer lo mejor para uno mismo y no para los demás, que esperan siempre algo más de lo que cada uno puede entregar.

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