Sueño y falta de concentración en el regreso a clases todos los días

Los padres han notado algunos problemas de adaptación en los chicos. Según los especialistas, los alumnos pueden tardar hasta un mes en retomar los hábitos.

Todo se hará cuesta arriba en estas primeras semanas, apuntó una profesional. Todo se hará cuesta arriba en estas primeras semanas, apuntó una profesional.

Tuvieron un año entero virtual, luego medio año con sistema mixto (presencial y virtual) y ahora volvieron todos los días al aula. Estas primeras jornadas de vuelta a las clases como eran antes de la pandemia -aunque no fue para todas las instituciones de igual manera- destapó una serie de conflictos: a los chicos y adolescentes les costó adaptarse, aparecieron los trastornos de sueño, la falta o el exceso de apetito, les costó concentrarse para las tareas y notaron que no tenían la misma energía.

“Esta semana fue una montaña rusa de emociones: llanto, gritos, peleas. Realmente nos dimos cuenta cómo la pandemia desordenó todos los hábitos de mis hijos. Terminaron agotadísimos cada día, se saltearon comidas, les costó dormirse cada noche y por eso hicieron largas siestas, y renegaron porque no estaban acostumbrados últimamente a entregar una tarea de un día para otro”, confiesa Maribel Torres, mamá de Rodrigo (12), Martín (10) y Loana (7).

La mala noticia para Maribel -y para muchos padres y madres que se sienten identificados con ella- es que los chicos tardarán al menos un mes en adaptarse de nuevo a las clases diarias, según los expertos. Mientras tanto, tendrán que lidiar con las alteraciones de sueño, la falta de concentración y de energía, y las angustias y ansiedades.

“La vuelta a la nueva normalidad “recargada” en el caso de la escuela nos interpela como adultos acerca de cómo acompañar a nuestros niños, niñas y adolescentes para otro desafío más que la pandemia les presenta: el primer semestre 2021 había naturalizado hábitos nuevos que implicaban cumplir horarios solo dos días a la semana y posponer la realización de tareas para días subsiguientes. En el resto de las jornadas, más en casas donde los adultos a cargo trabajan, había piedra libre para el juego, las horas de sueño, el picoteo entre comida y la bendita pantalla en todas sus formas. Volver a establecer una rutina no es fácil y no se logra de repente, menos aun cuando se pretende instalarlo posvacaciones de julio. Es un proceso largo que requiere de paciencia por parte de padres, madres y docentes y de diálogo con los chicos para generar en ellos de nuevo una ventanita donde aparezca el deseo de aprender, de encontrarse con sus pares y la voluntad de cumplir obligaciones”, analiza la psicopedagoga Mariana Dato.

“Esta semana fue una montaña rusa de emociones: llanto, gritos, peleas “Esta semana fue una montaña rusa de emociones: llanto, gritos, peleas

Cuesta arriba

Todo se hará cuesta arriba en estas primeras semanas, apunta la profesional. Desde que suena el despertador hasta que nos vamos a dormir las rutinas de los hogares pandémicos con pequeños y adolescentes en edad escolar, giran en torno a “qué materia tenés”, “debo llevar un mapa de Grecia”, “esto dice la profe que igual lo subamos al classroom”, “la seño dejó subida la tarea aunque la hicimos en clase”, “¡no sé qué tengo que hacer, no le entiendo nada a la seño”, describe Dato.

“El desafío para padres es llenarse de paciencia y para docentes es entender que los chicos, como decía el maestro Freire, no son recipientes vacíos a llenar de contenidos que no pudieron dictarse. A los chicos les pasaron cosas, sufrieron, se angustiaron, perdieron sus hábitos, su norte, su saber hacer. ¿Por qué no pensar también en educar desde las emociones, dar lugar a lo que el alumno siente, darle la palabra a él/ella  para que la nueva normalidad recargada de a poco pierda sus adjetivos y podamos decir que los trayectos educativos de los chicos y chicas son normales con los defectos y virtudes propios de cualquier ciclo lectivo?”, plantea.

Los niños tienen una gran capacidad de adaptación. Pero vienen de meses de mucho estrés. No son pocos los estudios que han revelado cómo los afectó pedagógica y emocionalmente el hecho de no asistir a la escuela. Uno de los trabajos - efectuado por Unicef y el Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco)-  encontró que durante el aislamiento se incrementó la irritabilidad en los niños, quienes se volvieron muy dependientes de sus padres y con temor de contactarse con los demás. Entre los adolescentes prevalecieron las sensaciones de desánimo, baja confianza en el futuro y decaimiento afectivo.

A fines del año pasado, un duro informe elaborado por la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) reveló que durante la cuarentena nueve de cada 10 niños argentinos extrañaron a alguien, casi ocho de cada 10 se mostraron enojados y un 68% presentó distintos grados de tristeza, desánimo y aburrimiento, y seis de cada 10 reconocieron tener miedo, ya sea por ellos mismos (24%) o por terceros (21%). Este informe de percepciones se hizo luego de encuestar a 4.562 niños, niñas y adolescentes de entre 6 y 18 años de todo el país.

Transición

Muchos de esos síntomas persisten en algunos chicos incluso aunque la escuela haya vuelto en forma semipresencial a principios de año. Ahora, el regreso al aula todos los días implicará un periodo de adaptación normal que va a tomar de tres a cuatro semanas, evalúa la psicopedagoga Natalia Jiménez Terán. Este tiempo servirá de ajuste con respecto a los ritmos biológicos, principalmente las horas de sueño, el apetito, la alimentación, la concentración y la energía física.

“Por la situación de la pandemia y el cierre de escuelas los chicos tuvieron que cambiar todos sus hábitos de un día para otro en 202. Esto generó trastornos en el sueño, exceso de pantallas, cambios en la alimentación. Hoy, que se ha planteado una vuelta a la presencialidad, los padres notan que los chicos habían perdido muchos hábitos, también de estudio. En este tiempo de reordenamiento y readaptación, es normal que veamos un chico desatento o desconcentrado”, señala.

El consejo de Jiménez Terán para los padres es también es también acompañar y tener paciencia, sobre todo teniendo en cuenta que las autoridades educativas provinciales anunciaron que habrá más exigencias pedagógicas. “Los chicos pueden presentar sentimiento frustración, de que no van a poder cumplir con lo que los docentes les están pidiendo; pueden también mostrar irritabilidad, enojo porque estamos enfrentando este cambio que les exige reacomodarse por completo”, adelantó.

En ese sentido, Jiménez Terán cree que no hay que subestimar la situación de los niños y adolescentes, que vienen de rutinas con exceso de pantallas. Y no solo por estudios, sino también por placer.  “Los cambios van a impactar mucho en ellos y pueden ser duros; pero no hay que asustarlos sino más bien alentarlos y acompañarlos”, insistió.

Marilina Rotger, profesora y especialista en neuroeducación, cree que más que nunca las comunidades educativas tendrían que disponer de herramientas para poder gestionar las emociones. Se habla mucho del protocolo sanitario, pero no de un protocolo emocional, apunta. Luego de tanto tiempo y rutinas muy distintas, la vuelta a la presencialidad puede generar sensaciones displacenteras y los docentes deben volver a instalar a la escuela como un espacio donde se transmitan sensaciones placenteras, para lo cual deberán intentar abordar una forma de enseñar que despierte curiosidad en el alumno. Ese será el gran desafío.

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