En el interior faltan vías hasta para ir a la escuela

05 Agosto 2021

Dos variables, una demográfica y otra geográfica, caracterizan a Tucumán. Esta es la provincia más densamente poblada de la Argentina y, territorialmente, la más pequeña. El primer indicador da cuenta de la imperiosa necesidad de rutas y caminos en buen estado para canalizar la movilidad diaria de cientos de miles de tucumanos. A modo de ejemplo, San Miguel de Tucumán tienen 600.000 residentes, pero contabiliza 1 millón de personas por día en horaria comercial, por los comprovincianos que acuden a diario a la capital por trámites, compras o atención de la salud. El segundo índice, el de la reducida superficie del distrito, da cuenta de la factibilidad de contar con vías de comunicación terrestre en óptimas condiciones: no es mucha el área por cubrir y mantener.

Contra esas dos constantes, que marcan una necesidad y su factibilidad, se erige la realidad: la situación caminera de Tucumán es afligente. Son incontables las editoriales en las que hemos remarcado las urgencias viales en la provincia: desde autopistas para conectar la capital con el sur provincial hasta caminos aptos para la producción, pasando por aunque más no fuere la limpieza (ni hablar de mejoras) de los accesos a la provincia. Todas esas necesidades se convierten en crónicas policiales sobre tragedias en las rutas. O en una constelación de estrellas amarillas en el pavimento.

Pero ahora la cronicidad de la falta de inversión víal ya no afecta a los tucumanos que quieren trasladarse de una localidad a otra: el empeoramiento de la situación es tal que, en el interior, los comprovincianos no pueden, siquiera, trasladarse de un punto a otro dentro del mismo pueblo donde viven. Nuestro diario dio cuenta de ello al inicio de esta semana, exponiendo las situaciones y los testimonios de numerosas familias.

El estado ruinoso de las rutas terciarias es tal que la motocicleta ya no es una opción para José Urueña, de Los Palomino, quien prefiere llevar a caballo a su hijo Carlos, de 13 años, hasta la escuela de la zona, distante ocho kilómetros de su casa. Hay niños del Puesto Los Pérez, en Graneros, que caminan seis kilómetros para ir a clases en La Florida. La ruta 334, que comunica Taco Ralo con La Cocha , conecta siete parajes donde viven unas 700 familias. Desde 2018, cuando una creciente destruyó un tramo de ese camino, incluyendo el puente sobre el río San Francisco, cruzar esa vía para llegar a alguna de las tres escuelas cercanas es toda una odisea. En Santa Ana, las escuelas de las colonias 12, 14, 16 y 17 funcionan gracias a que los propios docentes costean el transporte de sus alumnos.

Entre las muchas consecuencias dolorosas de este abandono hay una serie de elementos comunes que testimonian los adultos de las distintas localidades del interior recorridas por LA GACETA: la deserción escolar de los jóvenes y el desarraigo de esos chicos que, al poco tiempo, dejan el campo para migrar a las ciudades en busca de empleo, que siempre será precario y mal remunerado si no han completado los ciclos de la educación obligatoria.

De esta manera, una cuestión de “micro política”, como es la inversión en redes camineras, se convierte en un asunto de “macro política”. Lo que se está conculcando es un principio fundante de la modernidad, como es la igualdad. Porque si no hay igualdad de oportunidades, la igualdad ante la ley deviene mero discurso.

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