El populismo se nutre de la demagogia y el culto a la personalidad, apunta a un enemigo a quien responsabilizar por los fracasos, carece de autocrítica, tergiversa los hechos para implantar su verdad y mira los derechos humanos con un solo ojo. Hace varios años se instaló la consigna de que el presidente Roca, el fundador de la Argentina moderna, fue un genocida. Miguel Ángel De Marco escribió sobre la larga lucha entre indios y blancos, que deparó infinitos hechos de crueldad. En los constantes malones indios, mujeres y chicos eran conducidos a los toldos, donde soportaban una existencia desesperante. El arrancón de la piel de la planta del pie constituía uno de los obstáculos insalvables para los que pensaban escapar. Existen registros de aquel secular y pavoroso drama de seres humanos secuestrados de sus hogares, forzados con violencia a la vida trashumante e inhóspita, privados de su identidad y obligados a dividir sus corazones entre los hijos cristianos y los nacidos en las tolderías. Muchos sufrieron el sacudón violento de la pérdida de sus madres, sus esposas, sus hijas y sus hermanas, hasta que se produjo la rotunda derrota que las fuerzas nacionales al mando del general Ignacio Rivas le infligieron al cacique mapuche Juan Calfucurá en la batalla de San Carlos el 8 de marzo de 1872, durante la presidencia de Sarmiento. El cacique chileno, con 3.500 guerreros a caballo regresaba a las Salinas Grandes con un botín de 500 cautivos y 150.000 cabezas de ganado. Las fuerzas del general Rivas contaban con 685 soldados y 940 indígenas tehuelches aliados del cacique Cipriano Catriel. Luego de este hecho menguaron los ataques indígenas, hasta que la paulatina ocupación del territorio argentino durante las presidencias de los tucumanos Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca puso fin a los malones. Cabe acotar que Calfucurá murió de viejo.
Luis Salvador Gallucci