Tucumán según Alberdi

Hoy se cumple un nuevo aniversario del nacimiento del gran pensador y escritor tucumano. En 1834, con 24 años, publica Memoria descriptiva de Tucumán, libro que surge de una estadía de dos meses. Alberdi vuelve a su provincia desde el exilio y la ve con los ojos del viajero, de aquel que estuvo lejos y que ahora la contempla como si fuera otro. Su mirada extrañada, esculpida por el “extrañamiento”, le permite ver y elogiar lo que, a veces, el propio tucumano no quiere o no puede ver.

Tucumán según Alberdi
29 Agosto 2021

Por Fabián Soberón

Para LA GACETA - TUCUMÁN

Alberdi viaja por Montevideo, Génova, París, Tucumán y otros territorios. Alberdi es un filósofo que viaja. No es un filósofo que se sienta frente a la estufa ni tampoco aquel que se cree encarnación del espíritu absoluto sino un filósofo que viaja. Quizás por eso la Memoria descriptiva de Tucumán tiene un plus de sentido en términos filosóficos. Y también por eso es un texto literario que merece atención.

Alberdi mira un árbol, un sendero o un monumento. Y los objetos lo invitan a pensar en el sentido del pasado y en el destino del pueblo. En este sentido, los viajes de Alberdi son una forma autobiográfica de pensar las cuestiones morales y políticas.

En el breve libro Memoria descriptiva de Tucumán, Alberdi recorre los paisajes, los rincones, los pueblos en el presente y los restos de un pasado glorioso. Expresa su admiración frente a la belleza natural como un poeta romántico. Embelesado ante el espectáculo de la naturaleza plasma metáforas mitológicas para ensalzar y comunicar lo que observa.

El cronista

Es importante destacar que Alberdi cumple la función de un cronista (involuntario). Es decir, busca dar cuenta, dar testimonio de la belleza física (natural) y moral. Alberdi es un testigo privilegiado ya que él mismo ha nacido en Tucumán. Pero con el exilio, se convierte en una especie de extranjero. Y justamente al extranjero está destinada este conjunto de descripciones que apunta en apenas dos meses de estadía en la provincia.

Sarmiento -en sus Viajes- y Lucio V. Mansilla -en las causeries- habían cultivado ese género mixto, bifronte, que es la crónica. He visto en Mansilla un antecedente de Arlt. Y creo que se puede ver en las crónicas de Alberdi un antecedente de los buenos prosistas de no ficción en el presente.
Alberdi tiene vocación de narrar para mostrar la belleza física y moral de Tucumán. Y expresa que lo hace para dar a conocer a Tucumán en el mundo. Es decir, lo impulsa una vocación de testimonio. Quiere mostrar las bellezas del monte y también evocar las glorias pasadas. No deja de sorprender que Alberdi considere al pasado inmediato como gloria casi lejana. Si pensamos en la distancia temporal que nosotros -ciudadanos del siglo XXI-tenemos con el 1810, sorprende que Alberdi considere ya en aquellos años a la Revolución de mayo como un asunto del pasado.

San Javier y Yerba Buena

Escribe Alberdi: “Una de las bellezas que arrebatan la atención del que llega a Tucumán son las faldas de las montañas San Javier. Sobre unas vastas y limpias sábanas de varios colores se ve brillar a la izquierda un convento de Jesuitas que parece que estuviera suspendido en el aire.”
Más adelante, agrega: “Bajo este otro mundo de gloria se levantan a poca altura con increíble gracia, mil bosquecillos de mirto de todas las edades, lo que me representó a las musas bajo el amparo de los héroes.”
Sin duda, Alberdi tiene en mente las figuras mitológicas. Su escritura establece parangones con los personajes habituales en la imaginación romántica y letrada. Después, unas décadas después, Rubén Darío establecerá una serie de tópicos sobre la belleza relacionada con el esplendor griego. Podemos pensar en Alberdi como un aspirante a poeta que se deleita con las analogías premodernistas o protorrománticas.

Luego anota un párrafo sobre una zona que tendrá en el armado urbanístico una posición que Alberdi no puede sospechar. Escribe sobre Yerba Buena: “Una vez penetré en el bosque que queda al occidente del pueblo por una calle estrecha de cedros y cebiles de 15 cuadras, al cabo de la cual, abrióse repentinamente a mis ojos una vasta playa de figura irregular. Esta playa es la Yerba Buena. Es limitado en casi todas direcciones por los lados redondeados de muchas islas de laureles, por entre los cuales a veces, pasa la vista a detenerse a lo lejos, en otros bosques y prados azules.”
No se puede no pensar en el pasado como una zona distante e indiferente en la que alguna vez hubo otra fisonomía para lo conocido. Al leer estas páginas, uno siente que lo que existe en la naturaleza no sólo preexiste a uno mismo sino que seguirá existiendo después de nuestra desaparición. En este sentido, leer la memoria de Alberdi, nos lleva a una reflexión inevitable sobre la finitud humana. A la vez, pensemos que Alberdi está embelesado con el “cuadro” multicolor de las montañas y prados cuando dice, a propósito de estos parajes, que es la “pintura que hizo el cantor del Edén de la entrada del Paraíso.”

Pienso en Dante y en su Paraíso hecho de ángeles y simetría. Pienso en John Milton y en el Paraíso perdido. Pienso en Borges y el Paraíso bajo la forma de la biblioteca (tomado de Virginia Wolf). Y ahora podemos pensar en Alberdi y su Paraíso natural, hecho de montañas azules, cebiles, cedros y lapachos. Los árboles brindan una colorida playa geométrica, un espectáculo a la vista que se compara con la entrada triunfal al Paraíso.
En este mismo capítulo escribe: “Al tomar mi caballo quise apartar un lazo de flores que caía sobre el estribo, y alzando los ojos vi, suspendida en él, una bala de miel que no quise tocar.”

En contra del prejuicio que destaca al pensador y hunde al escritor, este párrafo expone la habilidad metafórica de Alberdi. Es cierto que su despliegue retórico se circunscribe a la descripción delicada y entusiasta de la naturaleza pero eso no impide que podamos ver un interés especial en crear una prosa que ronda la poesía en algunos tramos del texto. Alberdi se esmera en hacer comparaciones, en enaltecer la belleza natural a través de giros expresivos que emulan la poesía de sus admirados poetas. Además, esta oración muestra la circunstancia excepcional del observador, del cronista. Alberdi está subido a un caballo, es un flaneur campesino que disfruta del paseo desde el lomo de un animal. La altura del caballo le permite ver desde un punto de vista inusual comparado con el caminante. A su vez, Alberdi en caballo puede sortear los ríos y crear senderos en la selva virgen. Esta imagen es una postal inusual: Alberdi subido a un caballo como un guerrero. El hombre de letras cumple el destino, en cierta medida, del hombre rural. Por eso digo que Alberdi es aquí un flaneur campesino en Yerba Buena. Alberdi ha caminado por la ciudad y también viaja a caballo como un flaneur campesino.

Invierno y primavera

“Tengo que cometer un robo a la poesía para dar una idea del invierno de Tucumán, porque el único objeto que yo encuentro semejante al aspecto que aquella naturaleza presenta en tal estación, es Venus dormida”.
Alberdi elige a la diosa del amor y de la naturaleza para referirse al Jardín de la República. Esa diosa, ese jardín, está dormida, está a la espera del despertar que llegará con la primavera. Los amplios vergeles tucumanos están dormidos en el invierno y pronto renacerán en la primavera.

Y agrega sobre la esperada estación de la primavera: “Lo que principalmente lleva la atención es los bosques inmensos de naranjos: que casi rodean al pueblo, cuyas copas visten tan profusamente de flores que parecen nubes de azahar”.
Luego dice: “primeramente asoma la aurora de la primavera en la cima de los lapachos que se tiñen de rosa” Al leer estas líneas el lector tiene la sensación del eterno retorno de lo mismo. La naturaleza es el medio para sentir que no hay diferencias con el pasado. En este sentido, se produce el curioso fenómeno de la abolición del tiempo. Como ha escrito el médico Thomas Browne, “el mundo es ahora como era en épocas pasadas”. Los lapachos siguen produciendo esos colores eternamente en todas las primaveras tucumanas.

El plebeyo y el rico

El plebeyo tucumano es un “espíritu inquieto y apasionado, propenso siempre a las grandes virtudes o grandes crímenes”, sostiene Alberdi. El hombre de primera clase, el aristócrata, tiene “fisonomía triste, rostro pálido, ojos hundidos y llenos de fuego. Fuerte bajo un aspecto débil: meditabundo y reflexivo, a veces quimérico”.

Cuando se refiere a los artistas y poetas nacidos en Tucumán sostiene que “sus cantos y versos rudos todavía están sin embargo envueltos en una eterna melancolía”.

Alberdi narra una anécdota en la época de Belgrano. Cuenta que frente a una escena en el campo de batalla, frente a la posibilidad de muerte, los aguerridos plebeyos se quedaban impávidos frente a las balas. Así como el hombre plebeyo tiene habilidad para la guerra, el ciudadano de primera clase tiene destreza para la virtud política. En contra de Montesquieu, Alberdi entiende que el tucumano es perezoso con el cuerpo pero que su alma es laboriosa y guerrera. Su descripción fisonómica apunta a establecer una defensa del carácter moral de los tucumanos. Su descripción no está separada de los prejuicios psicológicos y jurídicos de la época pero es útil como forma de expresión del pensamiento del periodo histórico.

Campo de honor

Alberdi visita el campo de la batalla de Tucumán. De manera sentenciosa e histórica, le llama el campo de honor. Y escribe, conmovido por el reciente pasado:  “Este campo que hará eterno honor a los tucumanos, debe ser conservado como un monumento de gloria nacional... Más de setenta veces se ha oscurecido con el humo de la pólvora”.

Alberdi desea que ese campo no se pierda ni sea objeto de los cuervos. Espera que sea convertido en monumento. Es notable lo que ha aprendido en Europa. Allí todo es pasado, en el sentido de que cada cosa, edificio, iglesia, plaza guarda un pasado, un esplendor que merece ser recordado. Es notable que frente a la nueva República, a la joven República, Alberdi sienta la necesidad de mantener el recuerdo vivo. Todo es reciente. Sin embargo, Alberdi quiere que no se deje escapar la gloria de ese campo que ya es pasado. Vemos en este texto la necesidad de salvar el lugar simbólico de un espacio que está destinado al olvido si no es convertido en monumento. Hay en Alberdi una conciencia del paso devastador del tiempo. Dice también: “es indudable que en este sitio se agranda el alma y predispone a lo elevado y sublime”. Piensa que un espacio repercute en los sentimientos inmediatamente. Pero no es un espacio cualquier. El lugar está cargado de recuerdos, de gloria pretérita. Y esa huella es la que provoca el sentimiento de lo sublime.

Casa de Belgrano

“Ya el pasto ha cubierto el lugar donde fue la casa del general Belgrano, y si no fuera por ciertas eminencias que forman los cimientos de las paredes derribadas, no se sabría el lugar preciso donde existió”.
Cuando leí este texto pensé en la búsqueda desenfrenada y humilde de reconocimiento para Belgrano. Es decir, Alberdi está empeñado en que Belgrano ocupe un lugar en el panteón de los héroes de la patria. Y también pensé en el destino inevitable de la degradación de la materia. Quizás Alberdi esperaba encontrar la casa intacta pero lo único que queda son solo restos, mínimas huellas de esa casa que tiene un aura. Alberdi resiste a la desaparición y se queda con el aura de los desechos, podríamos decir así.

Si bien Alberdi busca describir y presentar a Tucumán para el lector extranjero, eso no impide que se filtre su perspectiva autobiográfica. El monte, el damero de la ciudad, los colores, el campo de batalla tienen en Alberdi un eco personal. Escribe: “El campo de las glorias de mi infancia es también el de las delicias de mi infancia. Ambos éramos niños: la Patria Argentina tenia mis propios años”.

Dice más abajo: “Me parece que veo aun al General Belgrano, cortejado de su plana mayor, recorrer las filas; me parece que oigo las músicas y el bullicio de las tropas y la estrepitosa concurrencia que alegraba estos campos”.
Frente a los espacios de la ciudad, Alberdi evoca aquella infancia perdida. Los tiempos de la batalla son materia del pasado y la infancia también. El damero de la ciudad es un espejo deforme de la infancia. La infancia es un espejo de la ciudad. Y para reponer aquello irrecuperable, Alberdi “quiere ver” (tiene la voluntad de ver) una escena, unos hechos en un lugar donde solo hay desolación.

En consonancia con la elegía, escribe uno de los textos más conmovedores de su “memoria descriptiva”: “A dos cuadras de la antigua casa del General Belgrano, está la Ciudadela. Hoy no se oyen músicas ni se ven soldados. Los cuarteles derribados son rodeados de una eterna y triste soledad. Únicamente un viejo soldado del General Belgrano, no ha podido abandonar sus ilustres ruinas y ha levantado un rancho que habita solitario con su familia en medio de los recuerdos y de los monumentos de sus antiguas glorias y alegrías”.

El tiempo es el peor enemigo de la gloria. Nada puede detenerlo. De la ciudadela solo queda un pobre rancho, un rancho solitario, y un soldado anciano con su familia. Ese soldado es una sinécdoque, una síntesis febril de ese pasado irrecuperable, de la gloria que se ha perdido y que solo sobrevive en el recuerdo. La melancolía que Alberdi le atribuye al ciudadano tucumano, podríamos atribuírsele al propio Alberdi. ¿Hay mejor expresión de melancolía que la imagen de un soldado que vive solitario en el campo devastado?

Crónicas poéticas

En el prólogo de Memoria descriptiva Alberdi sostiene que un pueblo deja de ser insignificante y pobre si atendemos a su belleza. Y se disculpa por haber hecho el elogio de la belleza de Tucumán y de no haber destacado sus errores y defectos. Hacía el final del capítulo dos, cita a Mr. Andrews: “la naturaleza de Tucumán no tiene superior en la tierra”. Quizás con un fervor exagerado, Andrews dice que Tucumán es el jardín del universo (Alberdi había leído el libro Viaje desde Buenos Aires a Potosí a través de las provincias…, de Andrews, en el carruaje que lo trasladaba desde Buenos Aires a Tucumán). No solo es el jardín de la Republica sino del universo. Alberdi sostiene que la opinión de un extranjero que ha conocido las bellezas de América es más valedera y ecuánime que la suya. Por eso lo cita. Para reforzar su opinión.

Es un lugar común señalar que Alberdi era menos un escritor que un pensador. Sin embargo, esta Memoria descriptiva, estas crónicas de viaje, muestran lo contrario. Abundan las descripciones, las figuras retóricas y la búsqueda de las cualidades del poema en la prosa: lirismo y evocación. La poética de Alberdi es romántica. El paisaje natural es piedra de toque para la pintura de costumbres y para hablar de la belleza como un valor que reside en la naturaleza. También percibo esa notable capacidad para la reflexión filosófica y evocativa. En un breve relato sobre su visita al Paraná, escribe: “He tenido envidia de preguntar a las aguas que pasaban, de qué regiones procedían y a dónde iban. Las he visto pasar con envidia, porque yo amo todo movimiento. Me ha parecido que iban a otros climas más felices”. Como Heráclito de Éfeso, Alberdi celebra el movimiento y el cambio y encuentra en las móviles aguas de un río el motivo para la reflexión sobre sí mismo y sobre el destino del hombre. El cruce de descripción, narración y pensamiento ha sido y es una de las características de la crónica. Alberdi une su voluntad de testimonio a través del relato con la reflexión instantánea y profunda. En la Memoria descriptiva de Tucumán no solo hay metáforas y descripciones del entorno y de la forma de vida de los tucumanos sino también la cavilación instantánea sobre el clima, el modo de ser del hombre y sobre la belleza del mundo. Cronista impensado, filósofo poeta, Alberdi deja el testimonio de su paso por Tucumán y escribe, en la descripción del rancho del antiguo soldado del General Belgrano, el retrato melancólico del extinto campo de batalla. Y esa escena vuelve en mi memoria según la lógica del eterno retorno de lo mismo.

© LA GACETA

Fabián Soberón - Escritor, crítico y docente.

Temas Tucumán
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios